El torrent de la Guineu no seguía por la plaça dedicada a este animal, aún visible por la zona, justo bajo la Meridiana, en la primerísima posguerra. Si caminamos por el pasillo concedido al ágora por el trastero al aire libre de las obras de la avenida veremos una plaquita en un muro. La semana pasada la rememorábamos como símbolo de la lucha vecinal para reivindicar el espacio.
Si accedemos a su parte trasera descubriremos un pequeño prodigio barcelonés, desde mi punto de vista una de las perlas a conservar de la ciudad. Se trata del carrer del torrent de la Guineu, accesible desde el de los Bofarull, como si esperara a paseantes con ganas de abrir puertas y no rendirse cuando más paredes tapian avances y perspectivas.
Durante meses ha sido una de las metas obsesivas, pues sin esa condición carece de sentido investigar. Una vez en su interior, la visión es más bien sencilla. Una serie de casas de planta y piso permanecen como memoria de una época donde los alrededores debieron ser naturaleza y vacío. En uno de los edificios resalta la fecha de 1880, buena pista para comenzar las pesquisas, en este caso emocionantes por la conciencia de estar en un lugar excepcional, entre otras cosas porque esta calle empieza en el número 106, y nada indica una continuidad en los alrededores, salvo la del arroyo, cruzándose con el Rec Comtal justo en un inmueble del carrer de Palència, un añadido franquista para facilitar la circulación y propiciar el mantenimiento, remodelado, de la antigua rambla de la Guineu, en la actualidad coronada por una fuente, conocida como el géiser de la plaça de Islàndia, así denominada para modernizar el nomenclátor del ambiente sin respetar la fortaleza de las tradiciones, un clásico de la ignorancia municipal.

La documentación sobre estas casitas nos lleva a una tal Gertrudis Puigvert, quien en 1869 pidió permiso para construir en un solar de su propiedad, concretándose la petición un año más tarde. En 1879 solicitó rodearlo, entonces con cinco portales.
¿Quién era esta mujer? Se casó, según los archivos del COAC, con Antonio Jaumandreu. Sus dominios en la actual Navas, dotados con jardines para cada una de las viviendas, debieron ser una oportunidad para enriquecer no sólo el patrimonio, sino la cartera mediante alquileres o compras. Más tarde revelaremos alguna de las historias del terreno. Antes no está de más bucear un poco en esta familia.
Jaumandreu, junto a Gertrudis, se adhirió al boom finisecular para lucir palmito y dineros en la avenida más flamante de la refundada Barcelona, el passeig de Gràcia, antes y ahora enlace de la Ciutat Vella, liberada de las murallas en 1854, afincándose en su número 10, bien cerca de plaça de Catalunya.
La casa es un recuerdo, suplantada a posteriori, quizá prueba de la decadencia del clan, por las Rocamora, con sus flamantes pináculos anaranjados. Eso ocurrió, son obra de los hermanos Bassegoda, en la década de 1910. En una foto datada, más o menos, en 1880 apreciamos cómo podría ser. Nos es indiferente, pues el dato es sólo una excusa para comprender el origen de nuestro protagonista, a rentabilizar desde una fortuna patricia, vinculada, según necrológicas consultadas en la hemeroteca, con Josep Cornet i Mas, uno de los prohombres de la época, miembro del Partido Conservador de Cánovas del Castillo, presidente del Foment del Treball Nacional durante la Exposición Universal y director de la ilustrísima Maquinista Terrestre i Marítima, fundamental durante decenios en el sector metalúrgico catalán. Por lo demás, también se destacó como proyectista de los mercados del Born y Sant Antoni, firmados respectivamente por Josep Fontseré y Antoni Rovira, tan amado hoy en día en su plaza de la Vila de Gràcia.

Según el catastro, el carrer del torrent de la Guineu, se definió en 1886 con una hilera de seis domicilios. Tampoco se trata, como muchos podrán pensar, de un rinconcito sin Historia. Arriba de todo, junto a la Meridiana, el carbonero era el monarca absoluto, desgajado de esa séxtuple unidad, donde en cambio sí tuvo relevancia, así lo atestigua Joan Bargalló en sus recuerdos del barrio, un peletero, con toda probabilidad Juan Andreu Llopis, noticia en julio de 1928 por la siguiente noticia.
Desde principios de ese año se registraron en su fábrica de curtidos pérdidas de pieles de conejo y cordero, ascendiendo su valor a la nada desdeñable cantidad de trece mil pesetas. Según la nota, los Mossos trabajaron con ahínco durante meses para resolver el misterio de la sustracción. Al final, los culpables eran José Salto Anguera, sereno del establecimiento, y su amigo Antonio Selga, cazados cuando querían vender ciento cuarenta y cinco pieles, reconocidas por Juan Andreu.

Más allá de estas efemérides tenemos otras para ilustrar el progreso del entorno. En 1930 el torrente perdió fuelle al deslindarse, aunque la morfología detectable en nuestro presente se configuró en los años sesenta, cuando se tapó el acceso desde la Meridiana con un bloque, quien sabe, eso parece apuntar la Gaceta Municipal, si de la Cooperativa de Viviendas la Inmaculada Concepción, envuelta durante esos años en un escándalo de embargos de la SAICA, Sociedad Inmobiliaria Cataluña Nueva.
El panorama de este cul-de-sac es típico de la desidia del Ayuntamiento para determinados pasajes de los márgenes. A quien escribe le recuerda, con sus obvias diferencias, al passatge del Nil, sobre todo por la anarquía de coches aparcados, cuando con un poco de esmero se podría ser mucho más creativo y dotar de verde la parcela, algo más bien utópico si comprobamos cómo la plaça de la Guineu, tan amplia y necesaria, puede ver reducida en breve su dimensión por una mole de diez pisos a cargo del BBVA. Como nadie visita el carrer del torrent de la Guineu, como nadie tiene el más mínimo respeto por estas barriadas podemos temer lo peor, bien desde la perpetuación de esta realidad, bien desde un dejar morir la depauperación para activar la opción de la piqueta sin reflexionar sobre el valor histórico de estas maravillas y su sentido para la comunidad.



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