Anna Martínez Urgell es licenciada en Medicina desde 2007 y especialista en Pediatría y Áreas específicas. Ha trabajado en centros privados en Cataluña y en Inglaterra en la unidad Neonatal del Nottingham University Hospital. Desde finales de 2018, ejerce de pediatra en diferentes ambulatorios, actualmente en el CAP Can Vidalet, de Esplugues del Llobregat.

Como Pediatra en un CAP del área metropolitana, ¿cómo valora lo que ha pasado en este año y medio de pandemia?

Inicialmente, como ocurrió con los adultos, vivimos unos meses de incertidumbre y miedo a lo desconocido. Estábamos ante un virus nuevo y no sabíamos cómo sería la enfermedad en niños. Por suerte, la Covid-19, en pediatría, no nos ha dado cuadros respiratorios graves, como en el caso de los adultos. De hecho, este año hemos visto una mejora en los cuadros de criaturas asmáticas, que han tenido muchos menos episodios durante la pandemia, probablemente por la menor prevalencia de otros virus respiratorios y el uso de la mascarilla de manera generalizada. Al principio de la pandemia, los pediatras ayudamos a los médicos de familia y una parte importante volvimos a atender personas adultas, sobre todo en el ámbito hospitalario, pero también en la atención primaria. Con la segunda ola y las posteriores, ya volvimos a tratar a nuestra población habitual.

Con la pandemia del Covid-19, los pediatras hemos visto un aumento muy relevante en problemas relacionados con la salud mental de nuestros niños. El confinamiento, el aislamiento de su círculo social, el miedo que han visto en los adultos y medios de comunicación han hecho estragos en la salud mental de nuestras criaturas. Estamos viendo cuadros de ansiedad en adolescentes y en niños más pequeños, depresiones, miedos y problemas con el sueño. Apenas estamos viendo la punta del iceberg ahora mismo, y se prevé que esto perdurará en el tiempo. La pandemia, en pediatría, ha significado un cambio en la manera de trabajar y de atender. Inicialmente, las mismas familias no querían acercarse a los CAP por miedo. Con el tiempo, esto ha cambiado y la población vuelve a venir a los centros de atención primaria, pero sí es cierto que las vías de comunicación no presencial han aumentado de manera exponencial. El paciente es consciente de que puede resolver ciertas visitas (burocráticas, dudas de puericultura, recetas …) de manera no presencial, y eso lo valoro positivamente. Por el contrario, a veces hemos tenido que insistir en que los niños vinieran a CAP, y hemos visto una patología más evolucionada de la que veíamos pre Covid-19.

¿Las criaturas son las grandes olvidadas en este proceso?

Yo no diría las grandes olvidadas, pero sí las grandes “castigadas”. Inicialmente se cerraron escuelas, lo que era necesario en ese momento de claudicación del sistema sanitario, junto con el desconocimiento real de la forma de propagación del virus, y se “culpabilizó” a las criaturas de ser superpropagadores de la enfermedad. No se les dejó salir de casa durante más de 40 días, y es ahora cuando estamos viendo las consecuencias de todo esto. A posteriori, se han hecho estudios donde se demuestra que los niños raramente fueron el caso inicial a la familia, y raramente son la causa de brote. Los niños, durante este año de pandemia, nos han dado una lección a los adultos en capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias, pero no será gratuito este esfuerzo que les hemos pedido, probablemente.

Se “culpabilizó” a las criaturas de ser superpropagadores de la enfermedad. No se les dejó salir de casa durante más de 40 días, y es ahora cuando estamos viendo las consecuencias de todo esto. A posteriori, se han hecho estudios donde se demuestra que los niños raramente fueron el caso inicial a la familia, y raramente son la causa de brote.

Los y las menores han seguido yendo a la escuela. ¿Esto ha complicado abordaje?

Los niños y niñas necesitaban volver a la escuela. Las escuelas han hecho un esfuerzo enorme para hacer de las clases un espacio seguro, muchas veces pasando por encima de sus principios educativos -ya no se puede compartir, ya no se permite el contacto…-, y lo han conseguido. Los datos nos dicen que las escuelas no han sido origen de contagios, sino que estos se han dado mayoritariamente dentro del ámbito familiar, y en el estudio de todos los contactos de una criatura infectada pocas veces han aparecido nuevos casos.

¿Con qué dificultades se han encontrado durante la pandemia?

La pandemia sólo ha exacerbado el problema de base de nuestro sistema sanitario, que para mí es de los mejores de Europa, pero nos falta personal, nos faltan recursos y se nos informa poco sobre la situación real de la pandemia. La transparencia es algo indispensable a la hora de enfocar un problema como ha sido este, y creo que en nuestro país nos ha faltado, sobre todo los primeros meses. La falta de tests y de EPI fue muy importante al principio de la pandemia, pero fue un problema de desabastecimiento en toda Europa, por lo que no hago responsable al ICS, que sé que hizo lo posible para protegerlos a los sanitarios.

Valoro positivamente el manejo que estamos llevando a cabo en los ambulatorios, que disponemos de las herramientas necesarias para poder atender a la población. Ahora pienso que hay que abrir las puertas de los CAP al 100% y comenzar a retomar el control presencial, sobre todo de las patologías crónicas que con la pandemia quedaron algo “aparcadas”. Se puede hacer y se puede asegurar el ambulatorio como lugar seguro para el paciente.

El miedo iba por dentro, pero la mayoría optamos por desterrarlo de la mente durante la jornada laboral. Si no lo hubiéramos hecho así, hubiera sido imposible aguantar todo este tiempo.

¿Cómo valora los confinamientos escolares?

Valoro que son necesarios, y con esto no quiero decir que, a menudo, no sean “insostenibles” dentro de la dinámica familiar. Estamos en una situación excepcional y se necesitan medidas excepcionales. Yo también tengo hijos en edad escolar y en casa, tanto mi marido como yo, no hemos hecho un solo día de teletrabajo desde el inicio de la pandemia. No ha sido fácil, pero la situación es la que es. No me toca a mí decidir las ayudas que serían necesarias a las familias cuando una criatura se la confina en casa, pero el confinamiento de las clases cuando aparece un caso positivo es una medida necesaria, al menos hasta que un porcentaje mayor de la población esté vacunada o haya pasado la enfermedad.

¿Como os ha afectado la transmisión de la enfermedad entre profesionales en el ambulatorio?

Es un hecho que los sanitarios nos hemos contagiado más. Inicialmente, no teníamos suficientes equipos de protección ni pruebas para detectar correctamente los casos y, obviamente, estábamos más expuestos al virus. En mi casa, caímos con la primera ola. Esto era algo que sabíamos que pasaría y, de hecho, pienso que si te haces sanitario asumes el riesgo de enfermar; va con la profesión. A mí, personalmente, se me hizo duro tener que asumir que mis hijos se contagiarían porque no tenía la opción de aislarlos de nosotros sin poner en peligro familiares más vulnerables. Tuvimos suerte y tuvimos cuadros leves.

En el ambulatorio, los primeros meses hicimos el corazón fuerte. El miedo iba por dentro, pero la mayoría optamos por desterrarlo de la mente durante la jornada laboral. Si no lo hubiéramos hecho así, hubiera sido imposible aguantar todo este tiempo. Recuerdo el día que nos vacunaron. Todo el mundo en mi ambulatorio recibió la primera dosis con la alegría de un niño en el día de Reyes. Ahora ya no nos asusta tanto la enfermedad, sino los estragos que esta pandemia ha hecho dentro de la sociedad y toda la patología crónica que no se ha podido controlar como hubiéramos querido, y que nos pasará factura durante los próximos años.

Esta entrevista se ha publicado originalmente en La Independent

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