La plaza y la calle del Torrent de la Guineu son espacios únicos a preservar, tanto por su idiosincrasia como por sus significados históricos al contener en su morfología el sentido de toda una zona de Barcelona.
Esto también es visible si los abandonamos y caminamos a su vera. Los vecinos denominaban a este tramo, comprendido entre Biscaia y Espronceda, como la rambla de la Guineu. Aún hoy en día, pese a todas las canalladas urbanísticas perpetradas por el Ayuntamiento, tiene aire a avenida de barrio, sólo rota por un trozo entrometido y paralelo a su recorrido: la calle de Palència.
El pobre, quien siga esta serie reirá ante mi insistencia, es el patito feo supremo, una imposición imperialista en esa lucha continua entre la trama imposible del Eixample y la de los antiguos pueblos del Llano, empeñados en sobrevivir, sin claudicar ante las barbaridades emanadas desde la Plaza de Sant Jaume, sede del municipio condal.
El mapa parcelario de 1931 nos confiere pistas al denominarla Rosellón, algo poco sorprendente, pues la idea era continuar esta vía, entonces interrumpida al lado de la Fábrica Damm por la carretera d’Horta, otro viejo camino empecinado en fastidiar la vida a los modernos.

El nomenclátor franquista de 1942 la incluye en el elenco, delimitándola entre la Meridiana y el carrer del Clot, pero no es hasta 1978 cuando, en un proceso con toda probabilidad culminado en los años 80, la Gaceta Municipal nos advierte de su pavimentación y arreglado del alcantarillado, algo común para adecentar un entorno, si bien aquí huele, directamente, a implantarla, pues antes algún edificio llevaba su numeración, como si fuera una prueba de una nada envuelta de pasado, muy vigoroso por todos los cursos fluviales de los alrededores, no en vano, como comentamos en las dos anteriores entregas, es en la rambla de la Guineu donde nuestro arroyo protagonista se cruzaba con el Rec Comtal, al fin merecedor de algo más que un mero comentario en nuestros itinerarios.
Ello se debe a la trascendencia de la Calle de los Bofarull, bautizado así sólo en 1908, hasta engañar con cierta mala fe al personal, pues el apellido retumba rancio abolengo, y claro, uno podría pensar en antiguos propietarios, quizá medievales, cuando en realidad remite a una familia de archiveros decimonónica, desde mi punto de vista fuente de confusión, casi tanto como seguir los vericuetos del Rec Comtal, vinculados durante parte de su extensión con el camino de Bofarull.

Este, si atendemos a un planisferio de 1891, sería una bifurcación de la carretera de Horta en dirección a Sant Martí de Provençals. Ambas sendas partirían en la actual esquina de Nàpols con Diputació. La nuestra mutaría de nombre a lo largo de su avance, primero como calle dels Enamorats, una auténtica reliquia en desafío al Eixample, cruzándolo sin vergüenza alguna, y después como vía Molinaria o Sedeta, engullida por el carrer de València justo cuando el romanticismo desaparece del mapa. Aún hoy en día Enamorats, de la que prometo más estudios por sus particularidades, está bien regada, como así atestiguan sus huertos, hermosos entre tanto cemento, héroes con guiños a la posibilidad de explotarlos sin miedo para mejorar nuestras vidas desde criterios sostenibles.
Entre València y Sibelius, donde se puede admirar la casa Ramon Serra, obra del espléndido arquitecto Puig i Gairalt, localizamos la calle antigua de Bofarull. Ese ‘antiguo’ es un añadido retórico, una estupidez para dar cierta poética. En una tienda de su esquina con la Plaza del Doctor Serrat hay restos visitables del Rec, fundiéndose con esta línea oscilante, perdida en la Meridiana para recuperarse a la altura de Navas de Tolosa, donde el presente nos advierte sin ocultarse sobre la transformación de la barriada.

En ese ángulo aún permanece, de aspecto gastado con toda la premeditación del mundo, Mercanavas, un centro comercial de tres plantas, activo hasta 2001. A lo largo de ese decenio, muchos vecinos lo reclamaron como equipamiento, pero mare de Déu, requerían demasiado porque les habían concedido el derrumbe del Cuartel de la Guardia Civil para tal fin, y dos eran multitud, más aún si se trata de la periferia, no nos pasemos con eso del pedir.
El edificio se reciclará en un hotel con setenta y cinco habitaciones, según sus dinamizadores desde el afán de potenciar el comercio, como harán otros establecimientos similares, favorecidos por el Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos, PEUAT, tendiente a desplazar esta oferta hacia la periferia para descongestionar el Centro, sin duda con buenas intenciones, nada gentrificadoras, o eso supondríamos ante dos operaciones de parecido calado en Navas con Mallorca, junto a la escuela Octavio Paz, o en la calle Besalú del Camp de l’Arpa, donde cada vez abundan más los solares ante la silenciosa y no tan discreta acción de la piqueta, fanática en su labor destructiva del patrimonio, uno de los grandes damnificados de este verano en distintos distritos barceloneses, como si los responsables, de Horta al Coll, de Sant Andreu al Guinardó, creyeran realizar sus crímenes, desapercibidos de miradas de vecinos hasta las narices ante tanto oído sordo.

La calle de los Bofarull merecería mayor consideración en todos los sentidos. Desde Navas hasta Biscaia es un extraño ente casi liberado de cualquier traba, como si viviera en un limbo propio, desmentido por su prosecución en la rambla de la Guineu y su rémora palentina.
Todo lo dicho a lo largo de estos párrafos puede generar en el lector decepción porque, a diferencia de lo habitual en estos paseos, no nos hemos movido siquiera un metro, es más, hasta hemos retrocedido, como si cumpliéramos la máxima leninista de efectuar un paso adelante y dos atrás para conseguir nuestros objetivos. Es así. Al fin y al cabo, mis ojos se relajan por lo venidero, con la rambla de la Guineu en perspectiva, dispuesta a ser desmenuzada para comprender mejor el porqué de esta particular secuencia. Hasta 1942 Palència fue Rosellón, así como Murcia era Provença y Consell de Cent devino Concilio de Trento. ¿Los motivos? La agresividad del Eixample podía cancelar orígenes y tradiciones, no así perpetuar la nobleza en las placas de su entramado al adentrarse en los márgenes, como si estos fueran menos, cuando quizá sólo solicitarían vivir en paz, como nunca les dejaron los de arriba, embebidos en ser titiriteros cuando su prepotencia tiene más bien rezuma ignorancia.


