Mi viaje por la hemeroteca ha sido pródigo para comprender la personalidad de esta calle cuando las noticias eran cercanas y no el frío resumen contemporáneo, donde el día a día en minúscula es más bien inexistente en las páginas o pantallas disponibles para el lector.
Para organizarnos un poco saltaré de lo grande a lo pequeño. Me llamó la atención una nota del 28 de junio de 1921 con el anunció de un atentado contra el gerente Martín Crehuet de la fábrica Lloveras, ileso a diferencia del encargado Juan Tuset, muerto como consecuencia de las heridas recibidas por un nutrido grupo de obreros, encabezados por un tal Antonio Saborit, si bien el detenido fue el sindicalista Pedro Vandellós, tiroteado justo cuando iba a ingresar en la cárcel, quien sabe si por la Ley de Fugas, tan amada por Francesc Cambó, líder de la Lliga Regionalista.
El episodio conduce al Pistolerismo imperante en Barcelona de 1919 a 1923, cuando tras el éxito de la huelga de la Canadenca se configuró una poderosa Patronal para aplacar con violencia el triunfo del sindicalismo de la CNT. El seguimiento de este caso me conduciría casi a la redacción de un libro entre comprobar si la empresa era chocolatera y si Crehuet, estaba relacionado con una familia de prohombres afincados en Horta, tan celebrados como para bautizar una calle, hasta hace bien poco la más estrecha de la Barcelona posterior al derribo de las murallas.

No está de más alargar un poco el hilo. Crehuet, en realidad, residía en el 29 del carrer del Carme y era dueño de La Esperanza, fabricante de harina en el número 24 de Bofarull, adonde se dirigía en tartana junto a su encargado, el pobre Tuset, fallecido por las balas de un grupo comandado por Pedro Vandellós, uno de los líderes del pistolerismo ácrata y capo de un grupúsculo, de peculiar destino hasta por la implicación del dibujante SHUM, del carrer de Toledo del barrio de la Bordeta, preparado en abril de 1921 para atentar durante el desfile del Somatén en passeig de Gràcia.
Para nuestro interés lo más significativo es la mención a un tejar como lugar de los hechos, guiándonos por la fauna industrial de Bofarull, durante la primera parte del siglo XX mezclada con una cierta resistencia agrícola, y no sólo por el Rec Comtal o el torrent de la Guineu, como explicaría otra anécdota del 4 de junio de 1927, fecha del hallazgo de Pablo Rodrigo Calvete en una cuadra de la calle Bofarull, para más inri atado, amordazado, con la boca llena de papeles y trapos. Estaba dentro de un carro con tres cajas de lejía por encima. Este carretero se percató de tres individuos mientras transportaba su mercancía por el carrer de l’Om, entre el Chino y el Paralelo; acto seguido metió su dinero en la boina y lo guardó en una caja. Se apeó del carro, siguió a pie y le arrojaron un líquido al rostro, perdiendo el conocimiento.
Por supuesto había más peligros y mínimas efemérides en Bofarull. Un punto caliente era su actual comienzo, junto a Navas de Tolosa. Ignoro cuando desapareció el puentecito del Rec Comtal, pero sí puedo hacer constar en acta cómo el 21 de septiembre de 1926 falleció en esas aguas Pedro Miralles, de sólo veintidós meses de edad, asfixiado tras un fatal descuido de su madre. En el mismo enclave acaeció un suceso glosado en pocas líneas pese a ser delirante: el 19 de marzo de 1931 un individuo se acercó a Eugenio Mas, ofreciéndole una pistola. Esta se disparó hasta herirlo en el pie izquierdo. El vendedor se dio a la fuga.

Una operación de este tipo en ese sitio tiene visos de normalidad al ser una de tantas fronteras urbanas en estos barrios, aún libres del sambenito bajo la Meridiana, pues su avenida bisagra con el resto de la ciudad aún no tenía tantos quilates en el imaginario colectivo.
Para los vecinos un límite reconocido, aún lo es, era nuestra famosa convergencia del torrent de la Guineu con el Rec Comtal, al lado de Bofarull con Biscaia. En el número 138 de la vía de la familia archivera se produjo un incendio al quemarse el motor eléctrico de la pianola de un bar. Acudieron los bomberos cuando habitantes, quizá con agua de esos dones naturales, habían apagado el desastre. El 4 de diciembre de 1939 la Gaceta Municipal notificó como, a muy pocos metros, se concedió un quiosco de prensa a Filomena Soler. En la otra esquina, Bofarull con Espronceda, hubo un crimen el 28 de enero de 1930, cuando, tras una discusión entre parroquianos sobre la calidad de ciertas armas de fuego, asesinaron a Ramon Ródenas, desempleado. Dos hombres escaparon, quien sabe si los mismos que dispararon al fiambre una década atrás, cuando regentaba un bar en la rambla del Centro, cosiéndole las piernas a balazos.
Había más accidentes. En 1926 una locomotora de los ferrocarriles del norte descarriló, cargándose, disculpen el lenguaje, a Marcelino Mora. En 1930 la niña Fuensanta Campillo fue atropellada en Trinxant con Bofarull, precisamente el trecho de calle desaparecido con la ampliación del ancho de la Meridiana durante los años cincuenta, segunda en este sentido, pues en 1946 se ensanchó el tramo junto a Felipe II, en boga ante la inminencia de la construcción del barrio del Congreso Eucarístico algo más arriba, donde antes sólo hubo campos y masías.

El estado de la calle generó preocupación entre el vecindario. En 1926 se quejaron de la acumulación de grava, mientras en 1932 reclamaban con apremio arreglarla al ser un verdadero barrizal tanto para vehículos como para peatones, sin haber enmendado el problema haber otorgado al contratista Llevat Sotorra un presupuesto para cubrir el Rec Comtal.
Hubo más tragedias. No nos recreamos, más bien son muy útiles para entender la evolución del entorno a través los decenios. El 26 de junio de 1932 Mercedes Rodríguez Mellado fue atendida en el dispensario tras recibir varios cuchillazos en la cara, obra de su marido, Clemente Conchillo. Ambos residían el número 27 de Bofarull. En la otra punta, el artículo menciona un inexistente número 549, se descubrió en julio de 1941 un matadero clandestino, activado por Longo Domenico Costanzo, el Italiano, y Celestino Valentín, el Mico. El 27 de enero de 1943, para aportar algo de crónica franquista, hubo un Consejo de Guerra contra Juan Orgalla y Ricardo Santani, quienes en diciembre de 1942 habían desarmado al sereno de nuestra calle.
Por último, entre otras cosas para conectar con lo venidero, el choque de pasado, presente y futuro se hizo más notorio cuando la dictadura avanzaba hacia otro estado, así como el mundo industrial, tan arquetípico de ese entorno desde finales del Ochocientos. El 31 de agosto de 1962 hubo un cortocircuito en Navas 270, entre Meridiana y Bofarull. Ardió la fábrica de plásticos, con el resultado de veintiocho heridos, uno grave, y tres bomberos con quemaduras. No era algo anómalo, y preludiaba el cierre de toda una época, deseada, pese al desmantelamiento, por muchos vecinos, conscientes del riesgo de ciertos ingenios junto a sus domicilios, extendiéndose las protestas en muchos barrios de la capital catalana, en consonancia con la eclosión de movimientos populares preocupados por el bienestar comunitario, Democracia con mayúsculas al ser esta hija de la suma de pequeñas cosas indispensables para vertebrar a un colectivo y conferirle la lógica de una mínima dignidad, olvidada en demasía por los mandamases dictatoriales y los de los recortes.



