En un domingo radiante, diferentes entidades vecinales y ecologistas, seguidas por algunos partidos políticos como Catalunya en Comú la CUP o ERC, se reunían a las 12 del mediodía a lo largo de la calle Tarragona al grito de “menos aviones, más vida” para mostrar su rechazo al proyecto de remodelación del aeropuerto de El Prat. Si a día de hoy el proyecto permanece parado, no es por las supuestas desavenencias entre Generalitat y gobierno del Estado. Las razones no se tienen que buscar en el tacticismo de una y otra institución en el actual contexto de pseudo-guerra fría que presenta la mesa de diálogo entre Catalunya y España, sino en la tarea de movilización y activismo de una serie de entidades que, defendiendo aquello concreto, han apelado a una gran mayoría ciudadana. Es precisamente ésta mayoría ciudadana la que ha hecho reconsiderar a las administraciones la viabilidad del proyecto, y no al revés. La manifestación convocó alrededor de 90.000 personas según las entidades convocantes, y 10.000 según la Guardia Urbana. Un punto festivo flotaba en el ambiente, y no era para menos: son contadas las ocasiones en que el poder de unos pocos es capaz de parar los grandes engranajes de la política y la economía. La no ampliación del aeropuerto de El Prat nos deja dos importantes lecciones para el futuro.

La Ricarda, un ejemplo local de unos valores universales

Se puede decir que el espacio natural de la Ricarda es lo menos importante de todo el debate sobre el proyecto de ampliación. No quiere decir que lo sea poco, de importante: lo es mucho. Pero seguramente sean pocas las personas preocupadas por el futuro de la trencadalla, una planta singular única europea en su género que se puede encontrar en el espacio protegido del delta del Llobregat. Tres cuartas partes de lo mismo debe de pasar con el pato silbador o la rata de agua, dos especies que han conseguido sobrevivir en el espacio de la Ricarda mientras sus números en todo la península disminuyen drásticamente. Porque la protección de este pequeño rincón del Delta del Llobregat empezó precisamente desde lo más próximo, de la mano de aquella gente que conoce la Ricarda y que quiere cuidar su ecosistema. A menudo la izquierda se ahoga en eternas discusiones teóricas sobre como organizar la sociedad, o sobre cómo hacerlo para despertar una conciencia ciudadana aparentemente dormida. El caso de la Ricarda, pero, nos enseña que se puede defender el decrecimiento hablando de especies de patos, o que se puede cuestionar el modelo productivo desde la experiencia de un paseo por los humedales. Ha sido la insistencia de las entidades vecinales y ecologistas las que, desde aquello local, han sabido apelar lo universal.

La Ricarda, hoy, enlaza con un debate mucho más amplio; un debate que lleva demasiada tiempo olvidado pero que la crisis de la covid19 ha situado en medio de la escena pública por la fuerza: la necesidad de replantearnos la vinculación entre sistema productivo, reparto de la riqueza, y ecologismo.

La economía revela los colores de la política

La historia de cómo se ha conseguido parar – temporalmente –la ampliación del aeropuerto del Prat ha contribuido a hacer visibles los verdaderos colores políticos que los partidos a veces esconden, por motivos estratégicos, bajo cuestiones identitarias. Y es que a pesar de que ningún partido político llevaba en su programa la propuesta de la ampliación, cuando la posibilitado de estos mega proyectos de infrastructuras (sea Barcelona World, los juegos olímpicos de invierno, o la ampliación del Prat) aflora, siempre se acaba revelando la naturaleza ideológica de los partidos políticos. Cómo dicen los americanos: seas rojo (republicano) o azul (demócrata), el color del dinero siempre es el green. Durante años, en Catalunya, PSOE y Junts por Catalunya se han presentado como partidos antagónicos a partir de sus evidentes diferencias respecto del discurso identitario. A la hora de la verdad, pero, el Procés se ha dejado de lado para hacer un frente común que empuje hacia la ampliación del Prat. Proyectos de esta envergadura obligan a los partidos políticos a posicionarse, y esta necesidad también ha hecho incrementar las ya existentes tensiones entre PSOE y Unidas Podemos, así como la enésima desavenencia pública entre ERC y Juntos. La lucha para definir el modelo económico es la lucha política por excelencia, y esta muestra sus verdaderos colores en casos como el de la ampliación del Prat. El discurso sobre el cual se construyen estos proyectos siempre es el mismo: “ayudará a construir centenares – miles – millones de puestos de trabajo”; o bien “si no lo hacemos nos quedaremos atrás”. No importa cómo sean estos puestos de trabajo (precarios, temporales) ni tampoco el impacto que puedan tener e sobre el tejido productivo. La política es un juego de ganadores y perdedores, y cuando no hay un verdadero debate sobre el modelo económico y todo queda justificado bajo la confianza ciega en el dogma del crecimiento económico, es que los perdedores y los ganadores serán los de siempre. Bueno, ésta vez no.

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