El diálogo iniciado entre los gobiernos de Catalunya y el estado sitúa claramente el conflicto político en un nuevo estadio, el de la negociación, que, sin duda, abre la puerta a avanzar en la concreción de soluciones. Se tiene que reconocer la valentía de ambos presidentes, tanto en el mensaje como con los gestos, mostrándose determinados para que la mesa produzca resultados. Es evidente que el camino no será fácil: la distancia que separa las posiciones de unos y otros es grande y, como hemos visto, los obstáculos que pondrán quienes se oponen al diálogo, a ambos lados, no serán menores.

Para avanzar, sin embargo, será necesario pasar de la valentía de los gestos a la valentía de los contenidos. En este sentido, tiene razón el presidente Aragonés cuando dice que el conflicto político es de soberanía y que los 44 puntos del PSOE -de desarrollo del actual marco estatutario- no son una solución al conflicto. Ahora bien, no por ello se deben menospreciar. Al contrario, hay que ser pragmáticos y exigir su cumplimiento a través de la Comisión Bilateral Generalitat-Estado. Si algo está claro es que durante todos estos años de procés no sólo no se ha avanzado ni un milímetro en materia de autogobierno, sino que estamos manifiestamente peor que hace 10 años.

Sin embargo, la solución al conflicto debe pasar, necesariamente, por dar respuesta al anhelo de la sociedad catalana que, históricamente y de forma muy especial en los últimos tiempos, ha mostrado de manera clara y mayoritaria que, como nación, Catalunya es comunidad política soberana que quiere determinar libremente su futuro. La sentencia del Tribunal Constitucional del año 2010 (y la manifestación unitaria de aquel julio), así como el referéndum del 1 de octubre de 2017, son dos puntos de inflexión que expresan muy claramente que el modelo autonómico del régimen del 78 está agotado. En consecuencia, toda propuesta de solución debe superar el actual marco estatutario. Y esto pasa, en mi opinión, por buscar propuestas que transformen la lógica de relación entre Catalunya y el estado; pasando de la actual relación de jerarquía a un nuevo escenario marcado por una relación de igualdad y, por tanto, de bilateralidad.

Al mismo tiempo, para poder avanzar en soluciones es necesario que el independentismo asuma no sólo la actual correlación de fuerzas, sino también que la independencia no es la única solución posible a un conflicto de soberanías. De hecho, hay otras soluciones que podrían ser mucho más mayoritarias y que, desde una perspectiva republicana -entendiendo la libertad como no dominación-, serían más deseables. Si hay propuestas concretas que pueden ser apoyadas por el 60%, el 70% o incluso el 80% de la sociedad catalana -y los datos demoscópicos nos muestran que existen-; hay que avanzar en esta dirección.

Es en este sentido que hay que explorar aquellas soluciones que entienden que la soberanía es divisible y se puede compartir. Un modelo que, de hecho, es el que mejor respuestas puede dar en un mundo altamente interdependiente donde la mayoría de problemáticas son de naturaleza global -la pandemia o la emergencia climática, sin ir más lejos- pero tienen consecuencias claramente locales. El reto, por tanto, no es como construimos nuevos estados-nación, sino como ganamos soberanía y la articulamos multi-escalarmente entre los diferentes niveles de gobierno.

Ni el independentismo ni el federalismo unitario del PSOE dan respuesta a esta situación; pues ambos quedan anclados en la vieja noción de los estados-nación: a cada nación un único estado y en cada estado una única nación. La propuesta plurinacional, por el contrario, rompe con esa lógica porque fundamenta la solución justamente en el carácter plurinacional del estado; reconociendo singularmente Catalunya como una nación que -si su ciudadanía lo quiere- puede compartir parte de su soberanía con el resto del estado -con quien mantiene una relación de igualdad-. Una propuesta que, además, abriría la puerta a repensar también la soberanía en clave municipalista.

Ahora bien, esto como se concreta y, más importante aún, ¿cómo se traduce en la vía del pragmatismo con la actual correlación de fuerzas? Pues bien, hay al menos cuatro grandes ejes en que este modelo podría desarrollarse en el escenario presente.

Primero, el reconocimiento de Catalunya como nación, reconociendo así su soberanía y singularidad y, por tanto, su hecho diferencial que justifica un trato específico en su relación con el estado. Segundo, el blindaje de las competencias que son exclusivas de la Generalitat, impidiendo así la injerencia legislativa y judicial por parte del estado. Esta ha sido una pieza esencial en la derivada centralizadora del actual estado autonómico y tiene que haber un mecanismo de superación. Tercero, un nuevo modelo de financiación, también superador del actual marco autonómico, donde Catalunya pueda tener una hacienda propia y a la vez solidaria. Este es también un elemento fundamental para que Catalunya pueda ejercer su soberanía; y se tiene que explorar la alianza mediterránea con Valencia y las Islas Baleares para hacerlo posible. Y por último, un nuevo marco competencial donde Catalunya gane nuevas soberanías en ámbitos estratégicos como pueden ser la vivienda, la energía, las infraestructuras o el sistema judicial, por citar sólo algunos.

Obviamente, para convertir España en una verdadera República Plurinacional serán necesarias transformaciones mucho más profundas, como la abolición de la monarquía o el reconocimiento del derecho a la autodeterminación. Es evidente que la correlación de fuerzas no permite, hoy, impulsar los cambios constitucionales que se debería; pero eso no quiere decir que tengamos que renunciar. Del mismo modo, también es evidente que la actual correlación de fuerzas sí permite avanzar en los cuatro ejes citados en el anterior párrafo. Son propuestas que no requieren de una reforma constitucional, sino que se podrían materializar mediante leyes orgánicas, por las que hay una mayoría absoluta en el Congreso. La misma mayoría plurinacional que hizo posible la moción de censura a Mariano Rajoy o que permitió la aprobación de los últimos presupuestos del estado. Por lo tanto, una mayoría actualmente existente.

Catalunya no debería dejar escapar más oportunidades. Por ello es esencial que las fuerzas políticas implicadas en el proceso de diálogo vean la actual correlación de fuerzas como una oportunidad y avancen en propuestas valientes y viables como las que aquí se han desglosado. Propuestas que son perfectamente asumibles por la inmensa mayoría de la sociedad catalana y que, si bien pueden ser insuficientes para algunos, no son en absoluto menores: van mucho más allá del despliegue estatutario, revertirían la tendencia centralizadora de las últimas décadas, modificarían la relación entre Catalunya y España y situarían claramente el estado en un marco post-autonómico respecto a Catalunya.

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