Las fiestas de la Merced adquieren este año cierta simbología de un final de verano marcado por fiestas mayores ahogadas de límites de aforo y preinscripciones. La pandemia se ha ido controlando a base de limitar el que muchos jóvenes definen como “necesidad de socializar.” En este contexto, las últimas noches de jueves y viernes han estado marcadas por enormes multitudes de juventud haciendo botellón, especialmente en la avenida Maria Cristina y Plaza de España de Barcelona.
El números oficiales, a pesar de que siempre imprecisos, ayudan a comprender la magnitud de los encuentros: jueves, 15.000 personas, viernes hasta 40.000, según fuentes de la Guardia Urbana. La noche de viernes fue especialmente problemática: 20 detenidos, 43 heridos, destrozos al Palacio de Congresos de la Feria de Barcelona, coches y árboles quemados y ataques a la policía. El Sistema de Emergencias Médicas (SEM) asistió 43 personas, de las cuales 13 eran heridas por arma blanca.
Los titulares se llenan de terminología que gira entorno la concepción de “batalla campal” quizás cuidadosa, vistas las consecuencias. Así, la percepción social se centra en continuar buscando culpables. Siempre, desde el inicio de la pandemia hay unos que se “llevan mal”, que no saben respetar las normas y son por lo tanto causantes del problema. Otros, que despliegan dispositivos para controlar los irresponsables. Ayer, 467 agentes velaban para evitar la abanica de alcohol y hacer cumplir las restricciones sanitarias. Más de 7.000 sanciones fueron impuestas por infracciones de las ordenanzas municipales.
Además de generar numerosa información que promueve una batalla simbólica entre la orden y el desorden, los disturbios de estas noches han motivado, por supuesto, los ya conocidos rifirrafes políticos. El grupo municipal de ERC en Barcelona ha puesto la culpa al teniente de alcaldía de Seguridad Albert Batlle quién se ha defendido afirmando que el dispositivo estaba bien organizado pero que la situación no se podía evitar; “nos explicó que el dispositivo por la Mercè era perfecto (…) Barcelona no puede enviar el mensaje que todo vale, la ciudad se nos escapa de las manos” declaraba Jordi Coronas, portavoz de ERC en Barcelona. De nuevo: el desorden, los culpables.
Se estima que la mayoría de los jóvenes que se encontraban en medio de las aglomeraciones no superaban los 20 años. La franja de edad que, de forma generalizada, se ha considerado que ha sufrido menos los efectos de la pandemia. En junio, la última oleada fue causada por los jóvenes, por su irresponsabilidad en los inicios de la reanudación de las fiestas mayores. Todos se cerraban en casa mientras esperaban ansiosos su cita de vacunación. Cuando llegaron las vacunas por esta franja de edad, las citas se colapsaron. ¿Por responsabilidad social? No, por ganas de salir de fiesta, se pensaba. Pero, posiblemente, las dos opciones se mezclaban en un colectivo lleno de individuos con casos personales completamente diversos. No podemos caer en generalizaciones sin olvidar, por ejemplo, cómo los efectos del confinamiento han podido llegar a ser muy graves, por ejemplo, en los casos donde niños y jóvenes han tenido que convivir con situaciones de violencia, teniéndose que confinar con sus abusadores.
“En estas edades no mueren por la Covid-19 y, por lo tanto, no se preocupan de las medidas sanitarias”, ha sido un pensamiento que ha resonado bastante el último año. Quizás no mueren por un efecto directo de la enfermedad pero, aun así, según el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, los intentos de suicidio en juventud han aumentado un 250% con la pandemia. Una “epidemia silenciosa” según lo han denominado los expertos, reforzando hecho de que el suicidio sea ahora la causa principal de muerto no natural entre los jóvenes de 15 a 29 años y las autolesiones la tercera. Además UNICEF recuerda como miles de niños y jóvenes han perdido familiares a causa de la Covid-19, la estabilidad financiera de sus familias se ha visto afectada, han dejado de ir a la escuela y, muchos, han vivido un aumento de ataques racistas, especialmente los procedentes de familias asiáticas. Además, según expertos de la Universidad Camilo José Cela, “el 36% de este colectivo no ha recibido ningún ingreso durante el 2020” una situación de incertidumbre económica que también afecta profundamente a la estabilidad mental de la juventud. La ansiedad, la depresión y los efectos del aislamiento social han afectado gravemente la salud mental de la población joven, incluso más que a las personas de más de 60 años, según declaran los expertos, y los efectos pueden ser duraderos en el tiempo.
No se trata, evidentemente, de que estos datos exculpen a nadie de las acciones de las últimas noches. Pero sí de poner toda la información sobre la mesa y evitar caer en discursos maniqueos que refuerzan la búsqueda de culpables. El ser humano, de forma incomprensible, tiende a aglutinarse en las playas más masificadas y a hacer las colas más largas en los supermercados. Intentar comprender o evitar el curso orgánico de estas dinámicas no es solo ineficiente sino que obvia la capacidad de agencia de cada individuo en su relación con el colectivo. Antropólogos han investigado como jóvenes en Dinamarca relatan anécdotas de borrachera para constituir su identidad, entretenerse, lidiar con acontecimientos trágicos o explorar tabúes. Pero el énfasis en la adolescencia y juventud como ritual de integración en la comunidad de adultos a menudo oscurece la propia agencia cultural de los jóvenes o lo enmarca únicamente en relación con las preocupaciones de los adultos.
La sensación que llegará una época de libertinaje que se impondrá como contrapeso a la orden establecido durante la pandemia se narra estos días como una realidad. Es imposible, pero, tildar un grupo tan grande y diverso de personas como irresponsables. El engranaje social, simplemente, es orgánico y autónomo. Para muchos, la tendencia ha sido la de seguir la corriente de las masas en unas aglomeraciones que han creado situaciones violentas y en cierta medida peligrosas, teniendo en cuenta la situación sanitaria de la que venimos. Para otros, pero, la nueva normalidad se ha traducido en un aumento del individualismo y el aislamiento, obviando la colectividad como herramienta clave tan de organización ciudadana como para garantizar la salud mental de todo el mundo. ¿Quién es más culpable? ¿Qué es más peligroso? Son preguntas, a mi parecer, de respuesta innecesaria.


