Genís Roca (Girona, 1966) es arqueólogo y uno de los expertos en transformación y asesoría digital más reconocidos del país. Por eso, ha coordinado con otros profesionales el Grupo de Trabajo Catalunya 2022, un órgano asesor que pretende diseñar políticas competitivas para la Cataluña del futuro. Los retos son enormes. No deja de tener cierta ironía que un arqueólogo especializado en el paleolítico, capaz de vislumbrar civilizaciones históricas a partir de ruinas y vestigios, muestre tanta perspicacia para captar el cañamazo de la sociedad futura digital que nos espera, y que exigirá de todos nosotros – como señala Roca- esfuerzo y cuidado para hacerla más habitable, humana y digna. Quizás, por esta perspectiva más humanística, Genís Roca insiste en que son las personas, y no la tecnología, las que tienen el poder del cambio.

¿En qué momento de la transición digital nos encontramos?

Al inicio. Transformar digitalmente la sociedad humana son palabras mayores; y a pesar de que vivimos tiempos vertiginosos, no es razonable hacerlo en menos de 80 años. La Revolución Industrial, la más rápida de todas, transformó la sociedad durante 250 años, pero la Revolución Digital, que aún es más acelerada, necesita al menos 70 años. De momento, llevamos 20.

¿Pero qué significa ‘en realidad’ transformar digitalmente la sociedad?

Significa modificar las formas en que trabajamos y aprendemos, en que nos enamoramos y nos relacionamos; estamos hablando de los vínculos familiares y sobre cómo se desarrollan las relaciones de confianza y los modelos de negocio.

Póngame un ejemplo.

Hace 15 años se conectaron las empresas. 8 años después, algunos aspectos sociales. Me refiero a las redes, de facebook y de los grupos de whatsapp. Y ahora, desde hace unos años, estamos viendo ya como se conectan los objetos. Empezamos a normalizar que una nevera o un semáforo estén conectados. ¿Estás de acuerdo conmigo en que esto es una novedad?

Diría que sí.

Ahora hay capas de la realidad que se están empezando a conectar, y hasta que no estén del todo conectadas, no podremos desplegar lo que se espera de una sociedad digital. Internet es un flujo constante de información, similar a un flujo de agua o de energía. La diferencia, sin embargo, es que vamos ampliando la capacidad de generar información. Por ejemplo, al principio, los diarios, las empresas o los gobiernos eran los generadores de información. Antes, en cualquiera momento, una empresa informaba sobre sus resultados económicos y lo publicaba en internet, ese lugar plagado de datos.

¿Y ahora?

Hoy en día, son las personas quienes generan información en esa red: opinan de un anuncio, de un político o de un coche. O bien, publican un poema, una canción o un vídeo. Pero, además, ya estamos viendo como los objetos también vierten información. Un semáforo te dice: ahora estoy rojo, después estoy verde. Un contenedor te avisa de que está lleno, vacío o disponible. O un tren te indica que en 3 minutos llega a la estación. Es decir; en los últimos 20 años hemos visto como se ampliaba el número de emisores de información, aumentando toda la cadencia de internet. Y ahora ya no dan los datos una vez al mes, sino una vez cada diez segundos.

¿Pero no sufrimos un exceso de información?

No. Decir eso sería como afirmar que tenemos un exceso de libros publicados o de música editada. Si quieres, no escuches toda la música que se cuelga en las redes. Más bien, cultiva tu criterio. Pero yo no me quejaría del flujo de información, porque lo contrario sería censurar. ¿Puedes decidir tú qué libros no deben publicarse?

Le entiendo. Me refiero a la voracidad de publicación en las redes, de un cierto descontrol y de un todo vale sin límites.

Sí, ahí tenemos un problema. De hecho, hay una cierta idea sobre qué se puede publicar y qué no; tenemos mecanismos para controlar esa cuestión. Sin embargo, no hallamos esos mismos mecanismos cuando aludimos a los datos publicados en la red, y naturalmente nos sentimos inseguros sobre quién utiliza nuestros datos y por qué.

¿Considera que es grave problema?

Sí, y podría agravarse aún más. Sin embargo, yo soy optimista. Creo que es una cuestión de inmadurez porque todo el universo digital es una realidad muy nueva, y todavía no hemos aprendido qué reglas del juego necesitamos. Deberíamos azuzarnos para crearlas, aunque hay un alto riesgo de que sean unas reglas insuficientes y perjudiciales. Ahora bien, como sociedad, debemos pensar que serán unas reglas correctas, útiles. Cuando la Revolución Industrial se inició, muchas personas trabajaban 12 horas seguidas, sin vacaciones ni paro, sin protección ni capacidad para defenderse, con temor a ser despedidos. Necesitaron décadas para construir unas reglas que establecieran una relación adecuada con el trabajo. Ahora, nuestra generación es la que tiene que empezar a definir unas normas para establecer una relación adecuada con la información. Más allá de todo esto, tienes razón cuando hablas del descontrol en las redes. Se necesitan reglas y nosotros debemos establecerlas.

De acuerdo. ¿Pero quien las hará? ¿Hay suficiente capacidad crítica para crearlas? En una entrevista habló sobre la inseguridad en la colectividad. Cuanta más información tenemos, más asustados nos volvemos.

Yo no tengo garantía alguna de que todo esto acabe bien, pero creo inevitable que nuestra sociedad discuta sobre cuál debe ser su relación con la información. De hecho, pienso que es inherente a la evolución de esta especie en el planeta. Con esta tecnología sobre la mesa, tenemos que discutir cuál debe ser nuestra relación con la información. Y debemos hacerlo porque es un tema pendiente. Mira, en el siglo XVIII, los primeros sindicalistas que empezaban a defender los derechos de los trabajadores estaban un poco solos y dejados a la mano de Dios. Nadie creía posible ni razonable alcanzar aquellos derechos sociales. Cuando tú le reclamabas un día de fiesta al propietario de la fábrica, él te respondía con un ‘¿y por qué debería hacerlo y perjudicarme yo?’. Y él no era un mal tipo: tenía su lógica. Incluso, el propietario te podía argumentar: ‘si no te interesan las condiciones, déjalo, que yo no te obligo’. Y cuando te largabas, 50 nuevas personas reclamaban tu puesto de trabajo. Ese era el problema y esta es la situación actual.

Póngame, pues, un ejemplo actual.

Ahora tú y yo podemos estar preocupados por la privacidad de nuestros datos, reclamamos derechos y nos damos de baja de Facebook. Pero después de 10 segundos, 50 nuevos usuarios se dan de alta. Ahora bien, esto no es excusa para no luchar por nuestros derechos.

En una conferencia organizada por la Fundación Factor Humano, La E(k)onomía en el paradigma digital, usted señaló que somos la sociedad que transita de una Revolución Industrial a una Revolución Digital, que estamos en esa encrucijada.

Sí, exacto. Está finalizando la época industrial, que ya no funciona, y estamos empezando a vivir en un nuevo modelo que no percibimos aún que funcione.

Sirve para explicar la incertidumbre que nos rodea.

Debemos modificar nuestra gestión del ‘tempo’, porque vivimos instalados en la velocidad y en la aceleración, como si las cosas fueran viejas a al cabo de dos años. Te cambias el teléfono en un año porque ya te parece obsoleto. Lo que hemos perdido es la capacidad de imaginar, proyectar y gestionar a 80 años vista. De hecho, es la primera vez que desistimos de ello. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, se empezó a diseñar una idea que se llamó Europa. Más allá de cómo haya ido este proyecto -los proyectos no siempre deben salir bien -, me interesa el hecho de que se había planeado un proyecto a 50 años vista. Había una agenda europea. Pero ahora no veo ninguna. Solo planes estratégicos de 3 meses, 6 meses, 2 años vista como mucho. Te pongo un ejemplo: cuando una empresa o un gobierno me piden un plan estratégico, les presento uno a 15 años vista. Y la reacción siempre es la misma: ‘Esto es una tontería, quien sabe que sucederá dentro de 15 años’.

¿Y qué les respondes?

Que tienen razón. Mejor diseñarlo a 60 años vista. A profesionales del sector sanitario les digo: no sé cómo será el sector en los últimos 5 años, pero a 40 años vista, no tengo duda alguna. Puedo equivocarme, pero no me resulta difícil imaginar cómo serán los sistemas de salud en 40 años vista.

¿Y cómo serán?

Hasta ahora el patrón era: ‘no me encuentro muy bien. Llamaré al médico ‘. El próximo modelo será: ‘me ha llamado el médico. Dice que no me encontraré bien.

Muy gráfico el ejemplo.

Puedes preocuparte e inquietarte, pero vamos en esa dirección. Puedes indignarte acerca de los riesgos en materia de privacidad, de acuerdo. Pero sé diabético y sufre una bajada de azúcar. ¿No usarás el reloj que llevas en la muñeca y que calcula tu glucosa en sangre mientras conduces? ¿En serio no quieres que te avise de una posible bajada de azúcar? Será un sistema de salud proactivo que según tus datos y tus variables te calculará y te anticipará un problema. Me parece que esto de la privacidad que hoy parece tan aberrante, lo acabaremos exigiendo todos.

¿Esto ocurrirá en los próximos tres años?

No, pero en los próximos 40 años, seguro. Alguien te llamará. ¿Quién? ¿Quizá la Mutua? ¿La Seguridad Social? ¿Tu hospital de referencia? ¿Appel? ¿Telefónica? Tengo dudas. Seguramente quien posea todos tus datos, los de los niveles de azúcar y los de las analíticas de sangre. Esa será la cuestión de fondo, saber quién tendrá tus datos. Y también cómo los integrará para que sean óptimos para el usuario, el ciudadano. Imagínate una empresa que te quiere contactar. Observa tus datos y expone: ‘me parece que no contrataré a este tipo: tiene mala salud. Está hecho un desastre’. Este es el tema de fondo que entronca con la privacidad, con nuestros derechos y deberes.

También hay mucha gente que tiene miedo de perder el trabajo.

Y hacen bien en tenerlo. Un amigo mío tuvo que cerrar su videoclub. Esto, sin embargo, ha sucedido siempre. El problema consiste en que hoy en día todo se mueve muy deprisa. Durante la Revolución Industrial, las personas con trabajos condenados a desaparecer podían terminar su vida laboral y jubilarse; tenían tiempo porque el ritmo de desaparición de los trabajos era lento. En cambio, ahora ya no hay tiempo. El ejemplo de los taxistas es evidente: se está acabando. Ahora, como la transición es tan rápida, muchas personas quedan expulsadas del sistema. Habrá muchas personas que pedirán nuestra solidaridad y les deberemos que pagar el paro o la pensión.

¿O la Renta Básica Universal?

Sí. Pero ¿quién la pagará? ¿Los Estados? Están todos en déficit y en quiebra. Si los estados fueran empresas, ya habrían cerrado. Cuando presentan el presupuesto del próximo año, ya avisan de inicio que perderán un 5 por ciento.

¿El Estado nación ya no funciona?

Hoy en día el estado como solución política ya no resulta satisfactoria para organizar el mundo. Lo que caracteriza la evolución de los modelos sociales humanos es que el grupo que se debe gestionar tiende a crecer. Primero, éramos tribus nómadas. Después, pequeños pueblos. Más adelante, ciudades. Y finalmente, estados. Ahora, sin embargo, necesitamos organizarnos con una categoría superior a la de estado. El tamaño mínimo es Europa y no está del todo bien resuelto. Por su volumen, EEUU y China son más eficientes y nos desbordan. En paralelo, sin embargo, aparecen otros modelos de gestión del volumen como Apple, Amazon o Google. Una empresa que gestionaba 10 millones de clientes, ahora queda desplazada por uno de estos monstruos económicos que gestiona miles de millones de clientes.

Entonces, ¿deberíamos gestionar volúmenes más grandes?

Sí, y esta tecnología lo permite. Te pongo un ejemplo: NIKE, de EEUU, elabora un plan personal de acompañamiento exclusivo para ti, para ayudarte en tu reto de correr la maratón. Sólo para ti, un plan estrictamente personalizado. Sin esta tecnología, NIKE nunca hubiera establecido una relación tan directa contigo, con sus luces y sombras.

¿La globalización es previa a la digitalización?

Sí, lo es. La globalización es hija de la Revolución Industrial, que aumenta la capacidad productiva con un objetivo: vender por más países. Así aparecerán las multinacionales: el mismo producto se venderá por todo el globo. Después, emergerá la digitalización.

¿Y qué novedad introduce la digitalización?

Que no sólo puedo obtener más mercado, sino que, además, te lo puedo personalizar. En un mercado global, gracias a la digitalización, te puedo atender personalizadamente. A mí me lo gestionan de una manera y a ti, de otra. Y todo esto empieza a expandirse.

Hay quien contempla el futuro con pesimismo. ¿Usted es optimista?

Mi optimismo se basa en la convicción de que con esta tecnología podemos hacer mejor las cosas. Me explico: yo estoy más controlado que nunca. Pero también controlo más que nunca. ¿Recuerdas aquel político que dijo que tenía un Máster y no lo tenía? Se supo que mentía porque vivimos en la sociedad de la información; si no, nunca lo hubiéramos sabido. Existen otros medios para descubrir cosas, no en los periódicos de turno de antes. El otro día, Nestlé reconoció que el 70 por ciento de sus productos no eran del todo sanos. ¿Y por qué lo admitió? Porque sabía que se sabría.

Sí, pero también circulan muchos rumores y muchas mentiras.

Como sociedad, debemos reconsiderar nuestra relación con la información. Para mí, es nuevo descubrir gracias a las redes que un alcalde recibe una multa de tráfico. Y sospecho que también lo es para el alcalde. Otro ejemplo: el otro día se publicaron las listas de los que no pagaron a Hacienda. Era inimaginable. Ahora, la relación con la información es diferente, sea en positivo o en negativo. Y necesitamos reglas de juego.

Hoy día, sin embargo, la sensación es de cierto descontrol.

Sí, y puede ser para bien o para mal. Pero yo tengo que pensar que será para bien. Y te aviso de que no será gratis. Como sociedad civil, debemos asumir esta transformación digital en actitud de lucha, similar a la batalla sindical. ¿Que parece perdida? Pues, adelante, hagámoslo, porque quienes siempre han mandado nunca han querido ceder poder. Por lo tanto, debemos aclarar nuestros derechos en torno a la información.

Estamos en una época de gran cambio, me parece.

Todas las transiciones implican cambios. Cuando se acabó la esclavitud, no fue porque un grupo de buenas personas convencieron a otras malas que era mejor ser buena persona. La esclavitud terminó porque dejó de ser rentable. Suena crudo, pero es así. No fue bonhomía, más bien la irrupción de un modelo más eficiente. Se acaba la Revolución Industrial porque emerge un nuevo modelo más eficaz. Y nosotros debemos poner nuestra dosis de ideología y de causa social.

¿Humanizarlo?

Si, dignificarlo. Por cierto, es la primera vez que esta transición social, este nuevo diseño, no lo lidera Europa.

¿Quién?

Asia, China. EEUU.

China despierta recelo: se la define como un sistema posdemocrático, autoritario. Y EEUU padece grandes desigualdades sociales.

Sí. Nosotros diseñamos el mundo de la Revolución Industrial e instalamos la semiesclavitud en muchos países para fabricar camisetas a un euro. Aquí nos iban bien las cosas mientras condenábamos otras regiones. Ahora, después de mirar con cierta soberbia al resto del mundo, calla que no seamos nosotros la región perjudicada.

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1 comentari

  1. La digitalización se está convirtiendo en el problema central del SXXI, del que derivan muchas cuestiones, podemos comenzar hablando de las tierras raras, la explotación de la mano de obra en África, el incremento del consumismo o las enfermedades mentales que está generando, así como la pérdida de habilidades manuales u oficios artesanales.

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