Confiesa que le resulta extraño que lo llamen Georges cuando su padre, Salvador, hermano pequeño de Josep Bartolí (1910-1995), y su madre casados en Perpiñán le decían Jordi. El sobrino de Josep, cuya figura se ha hecho famosa tras la película de animación de éxito de Aurel, culmina toda una gesta una vez conseguido traer el legado de su tío que conservaba hasta ahora su viuda Bernice Bromberg en Nueva York desde la muerte del dibujante y pintor. Y que gracias al film Josep (de quien en 2020 publicamos un reportaje con declaraciones de Aurel) ha recibido la atención necesaria que durante años había quedado enterrada como la historia del medio millón de republicanos exiliados en el sur de Francia acabada la Guerra Civil en 1939. Y es, precisamente, en el Memorial del Campo de Ribesaltes en la Cataluña Norte donde se abre esta semana la exposición Josep Bartolí. Los colores del exilio (hasta el 19 de septiembre de 2022), comisariada por su sobrino y uno de los lugares por donde pasó Josep en su convulso periplo antes de poder desembarcar en México cargado con sus dibujos sobre los campos de internamiento de los republicanos.
Después, se convirtió en un ilustrador y pintor de prestigio en México y Estados Unidos, pero nunca perdió su combatividad social mientras continuaba dando vueltas por el mundo. Jordi Bartolí ha hecho posible lo que, desde Cataluña, la familia tarrasense Canyameres había intentado desde hace años, junto con los dibujos de los campos cedidos en su momento a los Archivos Municipales de Barcelona, además de piezas de la Colección Nacional de Arte de la Generalitat, el Centro Cultural de Terrassa y los fondos privados de la familia Canyameres Sanahuja y Joëlle Lemmens.
Sus préstamos permiten ahora ofrecer una exposición panorámica e inédita de Josep Bartolí, haciendo una selección de las 270 piezas (y un millar de dibujos) entregados por la viuda que quedarán para siempre jamás en Ribesaltes, y que lo sitúan como un referente heterodoxo e imprescindible del reportaje gráfico que se confunde con las vanguardias del siglo XX. El sobrino de este personaje de vida novelesca nos explica la odisea de haber podido reunir la obra de su tío en un trabajo de décadas sobre su memoria. Tampoco es por casualidad que Jordi/Georges Bartolí nacido en 1957 se haya ganado la vida como fotoperiodista, local e internacional.
¿Qué crees que pensaría Josep de esta exposición?
Es difícil saberlo, pero Josep era alguien que no tenía muy en cuenta la fama sino que siempre se alejaba de lo que eran exposiciones. Pese a que hizo muchas, porque no había más remedio para darse a conocer. Pero me gustaría pensar que estaría orgulloso, además viniendo de su sobrino, que se haga esta exposición en Ribesaltes. Tanto por el aspecto de reconocimiento de su estatus como artista, que ha sido despreciado, como por su legado político. Es un alegato de memoria. No una memoria de quejas y de pésame, sino ofensiva. De reivindicación de lo que somos y de donde venimos. Pienso que estaría orgulloso.
Y es importante, en este sentido, el lugar donde se hace. Es muy simbólico que sea en Ribesaltes.
Podría hacerse en un museo, y podría ser muy bonito con todos los museos que hay Francia con condiciones de exposición muy favorables. Pero, aquí, además de tener un muy alto nivel museográfico por la disposición y conservación de las obras, se trata de un lugar de memoria. La obra de Josep Bartolí se basa en dos aspectos: este artístico, pero también el del legado político. Va con dos patas. En cualquier museo, tendría su interés ver la obra artística de mi tío. Pero la parte memorial, la parte histórica, la parte política, no podía ser en otro lugar. Yo no veo en la región de Occitania, incluso en el Rosellón de la que forma parte administrativamente, donde hubiera tenido más sentido esta obra, donde estuviera en un lugar más acertado.
Los refugiados de ayer y hoy
¿Con Josep habíais venido a Ribesaltes?
No, nunca. En la época en que Josep venía a Perpiñán, evidentemente el Memorial todavía no existía. El Memorial solo tiene siete años. Y antes, de los diferentes campos de concentración que se fueron sucediendo en la zona solo quedaban vestigios.
¿Nunca habíais hecho un recorrido por ellos?
Lo hicimos en la playa de Sant Cebrià y de El Barcarès. Sobre todo en la primera, donde vivía mi padre. Pero Josep tampoco era un hombre de nostalgias. Él miraba hacia adelante. Ya sabía de donde venía, y sabía sobre todo por donde había pasado. Pero tampoco vivía con esta visión ‘llorona’ que dicen los chilenos de la historia. Vivía con una visión política, actual, moderna.
Intentando entender los problemas de su tiempo, a partir de su experiencia…
Exacto. De esto sirve la memoria. Puede servir de muchas cosas, y para los historiadores tiene todo el sentido y está muy bien que hagan estudios precisos y dispongan de listas de nombres y fechas. Son muy útiles. Pero también hay otra visión que quizás es menos científica, pero que tiene más que ver con la sociedad y es más emocional. Y es qué hacemos de esta memoria. Si es para volver a pasar la frontera cada mes de febrero llorando porque el fascismo nos hizo sufrir mucho y perdimos nuestro país, un par de veces conviene porque también hay mucha emoción. Y la emoción es necesaria, y la comprensión. Pero cada año, no. Hoy, los que pasan la frontera en condiciones absolutamente escandalosas no somos nosotros, ni nuestro padres que la mayoría ya no están aquí. Son los migrantes, que son los refugiados de hoy. Los muertos de hambre de África y del Sahel, que no tienen más remedio que venir a ahogarse en el Mediterráneo para intentar vivir algo mejor. Si no lo miramos con esta óptica, esto no sirve. Una vez, en una manifestación de hijos de refugiados, había una pancarta que decía: ‘Ya no lloraremos más, cantaremos’. Y, hoy, me encuentro más en el supuesto de cantar que de llorar.
¿Quizás, por eso, habéis subtitulado la exposición Los colores del exilio?
Sí, hubiéramos podido subtitularlo ‘El dolor del exilio’. No, la hemos denominado ‘Los colores del exilio’, porque el ser humano siempre tiene unas capacidades de adaptación de supervivencia que son magníficas. Y mi tío es un ejemplo brutal. ¡Se hubiera tenido que morir veinte veces! Primero, en la Guerra Civil. Después, en el exilio. Más tarde, escapándose de los nazis, y atravesando el Atlántico. Y tuvo una necesidad vital porque lo importante es mirar hacia adelante y sublimar un poco lo que has pasado o lo que te han hecho pasar para hacer de ello una exigencia de vida y una exigencia de esperanza, y de lucha.


