
La detención de Carles Puigdemont a su llegada al Alguer la noche del jueves pasado, 23 de septiembre, hizo estallar una bomba inesperada. No es una sorpresa, forma parte de lo posible desde que se marchó de Cataluña. Quizás ahora era menos previsible después de los diferentes procesos judiciales europeos que no han acabado con su extradición. Procesos judiciales que no han considerado como delitos las acusaciones planteadas desde la Justicia española.
La situación es tan enrevesada en el terreno judicial que especialistas de este ámbito han señalado diferentes interpretaciones posibles. Pero desde el momento de la detención hasta hoy ha parecido despertar más interés sacar provecho del nuevo conflicto que entenderlo y, si es posible, resolverlo. Los altavoces han enviado mensajes muy claros. Por ejemplo: desde el PP se ha celebrado rápidamente la detención y su vuelta a España para ser juzgado. Junts ha aprovechado toda intervención para cargar contra la Moncloa, el Estado, España, como si todo fuera lo mismo. Junts ha querido dejar claro que de la Mesa de diálogo o negociación no saldrá nada bueno. ERC ha equilibrado los discursos críticos y condenadores de la represión con intentar mantener abierta la vía del diálogo. El PSOE / PSC ha equilibrado también sus discursos entre la petición de que Puigdemont se presente ante la Justicia y la continuidad de las políticas de su agenda de reencuentro, Desde Comunes / Unidas Podemos se ha defendido abandonar la judicialización y apostar decididamente por el diálogo y la negociación…
Este episodio, más allá de su relevancia y gravedad, se ha convertido en una nueva oportunidad para la confrontación entre partidos y sectores que se identifican con estas organizaciones. El debate rápidamente ha pasado de estar centrado en el componente jurídico de la detención a su posible utilización para el reforzamiento de la propia posición y, en algunos casos, para el desgaste o incluso para el ataque a posiciones no compartidas.
Viendo las embestidas de Junts a la Mesa de diálogo tras la detención, Pere Aragonés ha comunicado que ni Puigdemont ni nadie de esta organización le ha pedido romper con la Mesa. Por otra parte, Junts, ha sido capaz de unir los ataques a la Moncloa con la afirmación de su disponibilidad a pactar los presupuestos del gobierno español. Junts dice y hace cosas diferentes, no es una característica que sólo pertenezca a esta formación. Si siempre es preocupante, quizás lo es especialmente cuando se juega con un material tan inflamable como las emociones, los sentimientos y los deseos.
La detención de Puigdemont en l’Alguer ha terminado tratada como un botellón: lo que se ve, genera más debate y confrontación no es necesariamente lo más importante. Todo se incendia, los ataques a la Moncloa centran las reacciones de Junts, atacan y niegan la Mesa de diálogo, pero luego sabemos que nada ha cambiado, que siguen, y dicen tener voluntad para acordar los presupuestos. Por otra parte, desde otros sectores nos dicen que Puigdemont debe comparecer ante la Justicia, pero no deja de hacerlo… Otros insisten en su condición de huido y no hay manera de aclarar el fundamento de esta situación. No hablamos, ni aclaramos, la realidad que vivimos. Parece que hay quien no tiene ninguna voluntad de poder pasar de los relatos, utilizados para defender la propia posición y atacar la de otros, a un escenario que busque resolver la situación asumiendo que las diferencias en las posiciones no deberían traducirse en confrontaciones que dificultan la convivencia.
Los botellones, que han tomado el relevo del foco mediático situado antes a la detención, se han tratado de una manera similar. Lo que centra la principal atención de los medios, partidos y el conjunto de la población no es necesariamente lo que puede ser más importante. Se habla de la violencia, de qué personas son las delincuentes responsables, se presenta la juventud como un todo homogéneo con las mismas características (poco deseables) … Hay relatos. Relatos para defender y atacar. Muy pocas voces entran a analizar las causas de estos botellones, los episodios violentos, de las diferentes personas que participan, de aquellos contextos que ayudan a explicarlo y que no se resolverán desde la apelación a la policía y el ataque a otras partes.
No se suele hablar de que los botellones no son nuevos, de que la violencia no es nueva, de que hay realidades que lo pueden explicar a las que no atendemos… Es más fácil hablar de la violencia y atacar a aquellos partidos y sectores que no somos nosotros. Es más fácil eso que hablar de la falta de expectativas, de las condiciones materiales de vida, de la precariedad, de la exclusión, de cómo otros sectores de la población tienen responsabilidades que no asumen, de cómo sectores que no son jóvenes son los primeros en incumplir las normativas…
Este planteamiento recogido aquí no busca justificar nada, sólo intenta plantear la necesidad de hacer mejores análisis para entender qué nos pasa y poder decidir cómo queremos actuar. Tenemos la necesidad de deshacernos de relatos que sirven para la lucha partidista y no para solucionar ninguno de los problemas que tenemos como sociedad. Esto vale para los botellones que hemos ido viviendo en diferentes localidades catalanas las últimas semanas, vale para la detención de Puigdemont en l’Alguer, vale para demasiadas cosas que nos pasan y que son de una enorme gravedad.


