Siempre me ha gustado entrar a Barcelona. De pequeño, con el coche de mi madre, me impresionaba mucho esa horterada en la Meridiana, las letras enormes ahora, creo, ocultas por la maleza junto al puente de Sarajevo.

De mayor, cosas de no sacarse el antaño tan preciado carné de conducir, llego en tren, agradable por su traqueteo, salvo en verano, cuando el aire acondicionado destroza gargantas sin poder denunciar otra negligencia más del Cercanías. Una vez paso Sant Andreu Comtal, con su iglesia al fondo, el ferrocarril me acerca a Clot. Disfruto mucho con la visión de bloques de la Verneda, y a continuación acuden a mis ojos la vieja estación de Mercancías de la Sagrera, imponente como si fuera una fortaleza militar, y la pobre torre del Fang, una construcción datada según los expertos en el siglo XIII y enclavada en un lugar ideal, no en vano a su lado, pletórico de plantaciones agrícolas, circulaba el torrent de la Guineu, sin olvidar la trascendencia del carrer del Clot y su curso para conectar no sólo Barcelona, sino los distintos pueblos y zonas del llano, como la Sagrera o Sant Andreu, algo visible en el cambio de nombre de este camino en la actualidad.

La torre del fang desde el puente de Calatrava | Jordi Corominas

Desde la ventana, observé muchas mutaciones en el edificio. Por las obras del nuevo complejo de RENFE, inacabable e interrumpido hace años para documentar y destruir una antigua villa romana, la torre fue un blanco fácil para okupas, o así llamamos a cualquiera con vocación de acceder a un espacio con puertas que no sea su casa.

La torre del fang es una estructura singular, y como tal protegida a nivel patrimonial desde 1984, si bien su particular ubicación podría romper con esta protección, algo que, como bien es sabido, importa poco al actual Ayuntamiento, quien sin embargo se personó contra esos inquilinos, víctimas de un incendio en enero de 2019, y logró retomar el control del bastión, en 1714 sirvió como base de artillería borbónica, destinándole en 2021 casi un millón de euros a remodelarla.

Los bloques de pisos de la Verneda desde el puente del Treball Digne | Jordi Corominas

Las obras no han empezado, y servidor duda bastante de su eficacia. Hoy no desarrollo mucho la Historia de esta masía medieval al merecer más espacio. Desde mi asiento pude admirar toda su degradación, más notoria si cabe cuando, durante lo más extremo de la pandemia, empecé a investigar distintos cursos fluviales, alcanzándola. Un ingreso justo colindante al puente de Calatrava me permitió acceder a su superficie. Saqué fotos, hasta que uno de los chicos del campamento de chabolas asentado entonces en sus inmediaciones me conminó a irme, obedeciéndole, como casi siempre, para conservar no tanto mi integridad, sino la de mi cámara. Era abril de 2020 y todo el miedo estaba en mi cuerpo, por razones obvias.

Con el transcurso de los meses regresé cada semana, sin tantos moros en la costa. La torre configuraría el último tramo del carrer del Clot, justo en su esquina con Espronceda. Ese trecho se ha decorado con hermosos murales, muchos de ellos dañados, pues esta ciudad es incapaz de valorar la palabra civismo porque sus gobernantes sólo la usan de cara a la galería, por eso a nadie debe extrañar lo acaecido el fin de semana durante las fiestas. Se ha criminalizado a los jóvenes, sin ofrecerles espacios públicos, criticándolos por beber, como si nosotros no hace tantos nos divirtiéramos en nuestros ratos de ocio discutiendo sobre Schopenhauer, pobre hombre, siempre citado en estas tesituras.

Vieja estación de mercancías de la Sagrera | Jordi Corominas

La torre del Fang fue archivo de Sant Martí, a la postre cerrado ante la inminencia de las obras de la celebérrima nueva estación de la Sagrera. A principios de dos mil quisieron mantener, eso puede explicar el por qué muchas de sus ventanas están tapiadas, sólo dos de sus fachadas, no todas, algo carente de sentido desde la mentalidad mercantilista de nuestro poder, tan amante de la postal y tan poco del conocimiento, sobre todo si es de los barrios, algo bien heredado por Barcelona en Comú, un partido con la enorme cara dura de invitar a una activista vecinal de bandera como Custodia Moreno y decidir el desalojamiento de l’Hort el Brot del torrent del Lligalbé en el Baix Guinardó, precisamente una iniciativa vecinal de primer orden, ejemplar porque aprovecha el empuje subterráneo del torrente para generar economía colaborativa, válida asimismo para preservar un pequeño patrimonio condenado desde el Consistorio, quien ya ha notificado, sin añadir nada más, la orden de adiós muy buenas a los implicados en el proyecto porque debe cumplirse el PGM de 1976 y edificar una finca para quitar luz a los vecinos del entorno, sin meditar quizá como sería bueno modificar resoluciones de hace más de cuarenta y cinco años, aunque quizá todo se debe a una ignorancia superlativa y un cinismo a prueba de bombas.

La torre del fang, con el puente de Calatrava al fondo | Jordi Corominas

Lo de l’Hort el Brot no saldrá en las noticias. Lo de la torre del Fang tampoco. La gran decepción en torno al Ayuntamiento de Ada Colau no es la esgrimida por los voceros histéricos de la derecha, esos dementes sin argumentos, tan ufanos al criticar cualquier cosa sin aportar contrapartidas. La gran desazón de estos años es que un gobierno a la izquierda de lo que nos vendían como tal no ha sabido sintonizar con los barrios ni comprender sus problemas al no tener la más mínima idea de cómo enfocar la ciudad. Quien escribe ha hablado muchas veces de la ciudad federal, de los barrios al distrito y del distrito al centro: no se trata sólo de eso. En el carrer Trinxant hay unas casitas de 1870, condenadas hasta por las asociaciones de vecinos. Las han dejado morir y nos colarán pisos sociales, como la panacea. ¿Tanto cuesta preservar esas fachadas históricas y crear un centro de estudios del Camp de l’Arpa, o darle otro uso beneficioso para los vecinos?

Con la torre del Fang ocurre lo mismo. Nadie en los cuadros de mando reflexionó hasta esta primavera, quizá porque desconocían su valor, adaptar la torre del Fang en pos de servir al vecindario, bien como centro de investigación, recuperándose su antigua función, bien desde cualquier otra perspectiva con tal de salvar el edificio. Podría ser un museo de Historia de estos barrios con el objetivo tapado, fundido a negro, eso sí, visca la Mercè y su cartel, réplica de la Barcelona de postalita socialista en versión posmoderna.

Rodeado en naranja, la torre del Fang, la flecha violeta indica el torrent de la Guineu, la azul el Rec Comtal
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