Una cuadrícula puede resumir la Historia de un barrio, e incluso, por sus transformaciones, la de los movientes económicos de toda una ciudad. La isla de la Cinzano, emblema reemplazado a finales de los sesenta por un bloque de viviendas a cargo de Antoni de Moragas, tiene todos estos ingredientes, imperceptibles a la vista del paseante actual, quien con toda probabilidad apenas apreciará nada relevante en tantas fachadas modernas, muchas de ellas poco atractivas a la vista al esconderse su origen, verdadero resorte hacia tantos porqués.
La finca de 1930, conocida por los vecinos como la casa del Sol, convivió durante mucho tiempo con un sinfín de elementos fabriles, típicos de un barrio periférico donde, a partir del inicio de su urbanización a finales de los años veinte del siglo pasado, se activó asimismo una ingente construcción de bloques para obreros, siguiéndose así la muy remarcable costumbre de facilitar al trabajador la cercanía con su ocupación, mientras, esto tampoco puede obviarse, se configuraban divisiones ciudadanas a partir de la clase social, en este caso no un preludio, sino la pista de despegue para juzgar todo aquello debajo de la Meridiana como de extracción humilde u obrera, no en vano, a pocos metros de la manzana de nuestro interés, lucían casas baratas de Enric Sagnier y uno de los primeros mastodontes residenciales urdidos por las cajas de ahorros.
En Espronceda con Clot, ahora más bien gris, de hecho nadie se fija en su lado izquierdo, subsistió hasta 1965 la empresa Curtidos Vila Boix. Estanislau Torres, historiador sentimental de estas barriadas, nos cuenta en sus memorias como transcurrió una temporada como administrativo de esta empresa, Can Vila Boix para los vecinos. Su única compañía en estas funciones era el señor Ventura, emparentado con los amos, un hombre desconfiado, nervioso, tacaño y de trato algo complicado, añadiéndose a tantas virtudes tendencias más bien conservadoras en política. Según Torres, los Vila Boix eran muy conservadores y españolistas, aunque quizá este cariz se formó como método para sobrevivir tras la guerra, pues había muchos documentos escritos en catalán de cuando la República.

Miquel Vila-Boix provenía de Sant Salvador de Torroella, cerca de Manresa. Corpulento, aprendió el oficio en una curtiduría del Poblenou para, a continuación, montar su propio negocio. Falleció en marzo de 1954 a los 77 años. Vivía con su mujer Antonia Furró, pilar de su existencia, en un anexo, integrado en la estructura de su complejo.
Su muerte debió conllevar empezar el desmantelamiento del sueño de ese peculiar pueblerino, más bien analfabeto y nada ducho al hablar castellano. Sus hijos José y Ramón tenían otros planes, idóneos para comprender una determinada cultura nacional, en cierto sentido entroncada con aquello expresado por J.W. Goethe en el Ochocientos, o cómo las familias alcanzan una cúspide, finiquitada cuando los hijos no pueden seguir la senda paterna u optan por ir a lo práctico, aquí en forma de pelotazo mediante la creación de la inmobiliaria Vila Furró, causante del adiós a los curtidos, concretado en un BOE de 1970, cuya gran obra fue tener la mano a Francesc Mitjans, célebre arquitecto condal, para edificar un monstruo inmobiliario entre los números 323 y 335 de Espronceda, quizá su contribución edilicia menos conocida, tanto por su fealdad como por el desdén habitual a todo aquello relacionado con Navas y alrededores.

Mitjans, quien no muy lejos destaca por la fábrica Costa Font del Camp de l’Arpa, alternó durante ese periodo encargos de raigambre, como la torre Sabadell de la Diagonal, con otros relevantes pese a no dejar tanta impronta en el imaginario colectivo. Uno de ellos es el conjunto Europa entre Gràcia y el Baix Guinardó, oculto por ese rascacielos mole. Otro sería el de Espronceda, muestra de cómo incluso los más grandes a veces nos ofrecen resultados más bien anodinos, si bien no deberíamos descartar una clave monetaria para entender todo el asunto.
En el sector correspondiente al carrer de Mallorca de la manzana había la industria manufacturera de José Arbó y Cía. Más allá de algunas informaciones económicas, válidas para fijar la cronología de esta aventura, remontándose como mínimo a los años cincuenta, poco he podido hallar de sus actividades. En una placa de aluminio la describen como constructora, sin embargo, como casi siempre, lo más significativo se encuentra en la necrológica del mismo José Arbó, extinto el 11 de diciembre de 1987 a la proba edad de 89 años, confortado por los santos sacramentos, etcétera, etcétera.
Veinticinco años atrás había perdido a su esposa Adelaida. Su óbito preparó el traslado, rubricado en diciembre de 1991, a Sant Boi de Llobregat, excusa pluscuamperfecta para encajar las dos piezas de un rompecabezas ufano al mezclar lo personal, la desaparición del mandamás, con lo histórico, afectado en esos instantes finiseculares por un fenómeno global, el fulminante finiquito de toda una era industrial, y la velocidad olímpica barcelonesa, como si ese pasado tan importante debiera borrarse de su mapa para propiciar una refundación donde todo lo pretérito se volatilizara para vender tanto nuevo fasto.
Lo dicho se plasma en una promoción periodística más bien indecente, datada en junio de 1995. Para comentar las metamorfosis, el uso del léxico es bastante perverso. Sectores rejuvenecidos, variados servicios y atractivo de la promoción de pisos, con estudio y tres dormitorios, en un eje privilegiado, a poco trecho del recién estrenado Centro Comercial Glorias, a no mucha distancia de la Villa Olímpica, algo bastante discutible, y a revalorizarse más aún por la futura estación del AVE.

El otro día una amiga me esgrimió todo lo dicho en esta entrega semanal desde otra perspectiva. Si en Navas y sus cercanías todo es proclive de ir al suelo, entre hoteles y nulo respeto a su patrimonio, es precisamente por cómo los veteranos del enclave son pocos e inquilinos más jóvenes gustan de sentir que viven en un barrio en expansión, donde las casitas de planta y piso, los pasajes o su identidad nada cuentan ante el empuje de la Modernidad made in Barcelona, tabula rasa, especulación y dinero bien contante y sonante para los promotores, con la vista gorda del ayuntamiento y una suprema ceguera para con los mimbres del entramado.


