Casa del guix- El bloque en una imagen anónima de finales de los años 20

Hay un momento donde uno cambia su percepción de lo paseado. Es un poco como cuando de pequeños nos enmarcaban las épocas históricas en fechas concretas para facilitar el proceso de memorizarlas y aprehenderlas, algo falso, pues cuando se produce la metamorfosis no nos enteramos. Es como un puñetazo. Nos sacude y, poco a poco, empezamos a ver la realidad de otra manera.

Ignoro cuando devino esto en mi fuero interno para con el exterior, pero desde ese entonces soy incapaz de caminar sin preguntarme interrogantes a cada segundo. La pandemia, y un ensimismamiento productivo mientras ando, lo han potenciado mucho más. Ahora estoy en esa extraña encrucijada, una de tantas de esta zona, donde las calles parecen confundirse por culpa del imperialismo del Eixample. Estoy en Mallorca y la vista se enfoca hacia la del Clot, antigua carretera de Ribas para las fuentes, siempre tan prácticas en el trazar de viejos caminos por comprender Barcelona, o más bien la surgida con las agregaciones de 1897, como la consecución de anexiones entre enlaces a rellenar mediante la construcción inmobiliaria para adaptar los pueblos del Llano a una realidad urbana.

Bloc Sagnier- El bloque de Josep Maria Sagnier en el mapa parcelario de 1933

Al fondo veo un bloque. Me fascina. Más abajo del mismo termina Biscaia en una especie de tierra de nadie. Hasta los años 90 en él podían admirarse unas viviendas firmadas por Enric Sagnier, casitas de la cooperativa de ahorro y habitación de la Constructora Obrera. Fueron reemplazadas por bloques sin personalidad. Con su pérdida se desballestó una conexión entre padre e hijo, sin espíritu santo. De haber permanecido, quién sabe si transformadas en equipamientos municipales, podríamos comprender una tensión barcelonesa entre lo vertical y lo horizontal, pues al fin y al cabo el inmueble que me maravilla anticipó todo un futuro, como reflejó, lo recoge Mercè Tatjer, la revista El constructor a través del siguiente párrafo: “Este grupo que se construye en la carretera de Ribas, más allá del Clot, es decir enclavado en un núcleo esencialmente obrero, al cual beneficiaría ampliamente con la esperanza de que al ver nuestro Municipio que en estas casas radica la verdadera solución de la vivienda, abandonará quiméricas ideas de casitas, jardines y gallineros.

Desde 1911, la Ley de Casas Baratas otorgó a las cajas de ahorros y montes de piedad destinar parte de sus capitales a préstamos hipotecarios para edificar Casas Baratas. Tras una primera experiencia colindante a la carretera d’Horta, visibles hoy en día desde passeig de Maragall hasta la calle Mascaró y la de la Marquesa de Caldes de Montbui, el proyecto sufrió una remodelación a partir de 1920 para impulsar más si cabe el proyecto, potenciándose un régimen de alquiler en función de la clase social de los inquilinos. En 1924 se inició un conjunto en el Eixample. Ese mismo año, adquirido el terreno a los barones de Maldà, se planteó una iniciativa similar para concretar “habitaciones que resulten a un precio económico en consonancia con las necesidades de las barriadas de San Martín.”

El bloque la pasada primavera | Jordi Corominas

El alquiler de las de Londres con Casanova costaba entre 87,50 y 100 pesetas, mientras las enclavadas en Clot, Mallorca y Lope de Vega, con un peculiar corte de Lope de Vega, una duda más, hipotética resaca del Rec Comtal, se rebajan hasta una cantidad oscilante entre 49 y 73 pesetas mensuales.

Josep Maria Sagnier, hijo del arquitecto más prolífico de la Historia Condal, asimismo vinculado con la Caja de Ahorros de Barcelona, cuyas letras figuran en las fachadas, diseño tres edificios de seis plantas con un total de 161 apartamentos, inaugurándolos en 1927 bajo el reclamo de casas de inquilinos de clase obrera.

En mis pesquisas, más allá de las observaciones directas, he podido trazar un recorrido sentimental. La gente lo recuerda como Can Guix, menciona el colmado de Don Aniceto, la consulta del Doctor Fuster y la cercana Escuela Cervantes, rebautizada, para no duplicar nombres, a mediados de los años noventa, como Octavio Paz, con la visita del escritor mexicano para cortar, en un acto de buena voluntad con los márgenes, una metafórica cinta.

El bloque visto desde la calle del Clot | Jordi Corominas

Por lo demás sorprende la poca Historia en la hemeroteca, más si atendemos a su inmensidad. Esto me lleva a varias relaciones. Una comprensible remite al modelo, único más o menos durante ese decenio, cuando el sistema de cooperativas, con presencia anterior en Can Baró o Font d’en Fargues por esos periodistas excesivos en su lujo habitacional con sus chalets en la montaña, alcanzó un bellísimo apogeo, quizá culminado a principios de los años treinta en ese grupo del carrer de la Font Florida en la Font de la Guatlla, donde se instalaron empleados municipales, mucho más ostentosos que los del excepcional pasaje Artemis.

En todo el núcleo de Navas el bloque de la Caja de Ahorros supuso un despliegue para fórmulas similares. En el carrer de Navas, en los balbuceos de su urbanización, surgieron pisos para trabajadores, tales como los Vedruna, respectivamente en el 255 o el 238-240, este último remarcado en los últimos años por una notable guía de arquitectura racionalista publicada por nuestro Ayuntamiento.

El hilo entre complejos fabriles y núcleos poblaciones proletarios ejerce una línea de Barcelonas. El centro correspondía, con escasas excepciones, a la burguesía, mientras más allá, la periferia tiene su quilómetro cero en Pi i Margall, estratificaba los grados de renta per cápita. Navas era el final de los finales, preparándose para aniquilar sin prisa pero sin pausa el pasado de pequeños talleres, ruralidades varias y el ecosistema aún decimonónico.

Detalle de la fachada de la calle del Clot | Jordi Corominas

La obra de Josep Maria Sagnier anticipaba lo venidero a las claras, sin disimulo. Las cooperativas de otro tipo se plasmaban en casas de planta y piso, en pasajes con anhelo de verde, o en chalecitos, mientras aquí las verticalidades son un preludio de propuestas como las del mismo Sagnier en la Meridiana, ya en los años cuarenta, o las monstruosidades de Torre Llobeta, por no hablar de otras de mejor factura, siempre determinadas por su emplazamiento, como las del mal llamado barrio de la Sagrada Familia, donde el bloc CLIP sólo es el supremo ejemplo del resto. Quizá con el cautivo y desarmado brotó el mito barcelonés de rellenar cualquier hueco con cemento. Es un quizá mentiroso porque los años veinte son de definición en ese sentido por el boom migratorio y una acuciante necesidad de elevar, aún con el cielo a la vista, como si la mentalidad se conjugara con la de Federico García Lorca en Nueva York, horrorizado por los rascacielos al taparle la bóveda celeste. El moviente en la capital catalana era socioeconómico, pues al fin y al cabo con ese hacinamiento intensivo, además de ganar espacio al espacio, el control al deshacer comunidad se desplegaba sin oposición y desde supuestos parámetros caritativos. Navas fue un campo de pruebas. Por eso mismo, entre otras cosas, el cuestionarse todo mientras uno pasea cobra sentido, acompañándome la cronología para tener sapiencia y desvelar incómodos misterios.

Detalle de la fachada de la calle Biscaia
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