Emily Mariko | @emilymariko

Si tuviéramos que definir esta inicio de curso estirando un hilo de internet, éste no podría ser otro: Emily, una chica joven, alta y delgada, vestida toda ella de athleisure, entra en tu pantalla para hacerse la comida. El escenario es una cocina grande, luminosa y limpia como las del Ikea. De dentro de un tupper de cristal, Emily saca un trozo de salmón, seguramente hecho el día anterior, y procede a triturarlo cuidadosamente con un tenedor. Para ello se arrima hacia el mármol de la cocina como si quisiera oler la acción, quedando totalmente doblada para mirarse plato, salmón y tenedor con un gozo que dudo que yo pueda sentir nunca por el contenido de un tupper, por mucho que sea de cristal. Una vez tiene todo el pescado desmenuzado lo tapa con una almohada de arroz, y, mientras te preguntas cómo es que no puedes apartar la mirada de una escena que tú mismo has vivido mil veces, intentar hacer presentables unas sobras para el almuerzo, aliña arroz y salmón con mayonesa, siracha y salsa de soja, mezclándolo con fuerza mientras otra vez se lo mira todo de demasiado cerca. Finalmente se nos presenta ya sentada para empezar a comer, riendo mientras mastica y mirándonos fijamente. Qué hambre, tú.

Este vídeo de menos de un minuto, actualmente tiene 6,2 millones de reproducciones. La autora es Emily Mariko, que tiene más de 5 millones de seguidores en Tiktok, y basa todo su contenido en este mismo concepto: vídeos de ella haciendo cosas que todos hacemos en nuestro día a día, de reconvertir las sobras del día anterior a ordenar la nevera. Lo hace sin música y con frecuencia sin hablar. No son vídeos didácticos; no nos enseñan recetas especiales, y tampoco beben de ese tipo de voyeurismo que incita al influencer con personalidad. Lo de imaginar que la chica de la pantalla es nuestra amiga, ¿sabes? Y es que el contenido de Emily Mariko representa otra forma de entender internet, cada vez más dominante entre los más jóvenes. Si el sistema de influencers de los 2010s triunfó gracias a la revolución que suponía en nuestra socialización, donde destacaban las personas que más fácilmente podían escenificar una amistad con el espectador, hoy vamos cada vez más hacia el influencer de contenido aspiracional.

El protagonista de ese contenido es un personaje completamente neutro, un papel en blanco que hace aún más accesible la idea de triunfo capitalista que te dice que, efectivamente, podrías ser tú. ¿O no? Si miras la sección de comentarios del vídeo de Emily enseguida verás a alguien diciendo que “mi salud mental nunca me dejará tener esta cocina” o “veo el interior de su nevera y lloro en pobre”, entre otras muchas cosas. Hay un dicho en internet que declara que, si algo existe, se ha hecho pornografía. Y es que más allá del significado sexual, es verdad que a menudo interactuamos con internet de la misma forma que lo haríamos con el porno. Vivimos a través del punto de vista de desconocidos de todo el mundo para cubrir cualquier necesidad emocional que sentimos en ese momento concreto. Tenemos los mukbangs, vídeos de gente que traga grandes cantidades de comida en 4k para ponernos las noches que vamos a dormir después de cenar arroz con atún, y tenemos los “house tours”, para ver después de una tarde más arrastrándonos por Idealista; ¡incluso hay una corriente de vídeos de limpieza profunda de lavabos para cuando querrías frotarte el cerebro con Sanytol!

Pero no es casualidad que Emily Mariko y su contenido neutro, limpio y de tonos claros nos guste tanto: en momentos de crisis, la estética imperante es la austeridad disfrazada de elegancia, seguramente para hacernos creer que lo pasamos todos igual de mal. Este regreso a la simplicidad y a la búsqueda de un estilo “limpio”, bien podría ser la reacción a una década de exageración, highlighter, pestañas postizas e influencers llamativas que vivimos en los 2010s, pero hay un hecho que lo contradice: especialmente durante la pandemia hemos visto triunfar paralelamente en internet corrientes basadas en el maximalismo, el preciosismo y recargo decorativo, los colores que chocan y los estilos que no nos cuadran. “Cottagecore”, “Y2K”, “McBling”, “Fairycore” o “Bimbo goth” son sólo algunos de los fenómenos que hemos vivido en los últimos dos años, y son tendencias que tienen seguimiento específicamente en los círculos LGTBI de las redes, que han hecho su bandera e identidad. No me extrañaría que el retorno al minimalismo del bienestar sea más bien la reacción de los espacios conservadores, más que un cambio de tendencia cíclico. Porque en el concepto de “belleza natural” siempre habrá una trampa, y es que se basa en un imposible, lo imposible del talento y el mérito en el capitalismo. Se nos pide que persigamos un ideal, sea una nariz perfecta o un currículum espectacular, allí donde estará todo nuestro valor, pero que ni pensamos en movernos para llegar, porque esto sería artificial, poco elegante y, por tanto, una mentira. La belleza natural y discreta nos dice que quien tiene valor, debería tenerla sin hacer prácticamente nada, ya sea gracias a la genética de unas facciones que casualmente están ahora de moda o a la ruleta de nacimiento, que por suerte le ha asegurado una herencia para comprarlas discretamente.

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