El catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universitat de Barcelona Manuel Cruz se implicó en la política representativa en 2016, cuando fue elegido diputado en las Cortes españolas como independiente en las candidaturas socialistas. Presidió el Senado en una breve legislatura, entre mayo y diciembre de 2019 y ahora preside la Comisión General de las Comunidades Autónomas de esta cámara. Nacido en Barcelona hace 70 años, tiene una enorme bibliografía, en algunos casos reconocida con premios como Anagrama o Espasa. El último libro que acaba de añadir a la colección es “Democracia. La última utopía” (Espada). Confluyen dos de sus intereses vitales: La política y la reflexión filosófica.

¿Cómo se le ocurre a un filósofo empezar un libro con la cita de un futbolista? Ricardinho dice “éramos felices y no lo sabíamos”

Hay citas de filósofos en un sentido extremadamente parecido, pero si hubiera puesto la cita de un filósofo probablemente no habría llamado demasiado la atención. Lo significativo en este caso es comprobar que no estamos hablando de una especulación sino de una experiencia, de alguien que ha vivido, que ha tenido la sensación de que había sido feliz antes y no lo sabía. Me parecía llamativo o digno de resaltar que muchas experiencias que a veces parece que son descubrimientos de los filósofos y que, en realidad, si le sabemos poner palabras, son experiencias que todos podemos tener.

¿Éramos felices con la democracia y no lo sabíamos?

Esa cuestión es más peliaguda y requiere más explicación. Hoy en día es una especie de tópico, de lugar común, que el concepto de progreso está caducado y que esto de que las sociedades van hacia mejor no está demostrado en absoluto. Si aceptamos esa premisa, ello significa que cabe la posibilidad de que en algún momento del pasado tomáramos las decisiones equivocadas. Si pensáramos que el progreso está garantizado, que es seguro que siempre mejoramos, de alguna manera esto cuestionaría que fuéramos de verdad libres. Porque ser libre significa, entre otras cosas, poder equivocarse. Habría algo de contradictorio en que fuéramos libres y siempre acertáramos. Pero aceptar que no hay progreso significa que a lo largo de la historia nos hemos podido equivocar en muchos momentos. Es interesante volver la vista atrás para decir: ¿ha habido algún episodio del pasado en el que nos equivocáramos? Hay autores que han hablado así. El filósofo alemán Bloch afirmaba que en Europa, entre las dos guerras mundiales, se dieron las condiciones objetivas para una transformación revolucionaria de la sociedad y añadía que lo que hubo fue una generación incompetente que no fue capaz de darse cuenta de la oportunidad que tenía. Es sobre esto sobre lo que se impone reflexionar. Porque cabe la posibilidad de que nos hayamos equivocado y no nos hayamos dado cuenta. Es posible que con la democracia no hayamos hecho, sobre todo desde la izquierda, una valoración adecuada de sus posibilidades. Sectores de la izquierda durante muchísimo tiempo eran muy recelosos respecto a lo que llamaban la democracia formal, como diciendo que no es una auténtica democracia, o una democracia, como han dicho otros después, no del todo plena. Incluso, a veces, los hay que, para defender la democracia, insisten en que es un conjunto de procedimientos, de normas.

Manuel Cruz y Siscu Baiges, durante la entrevista. | Pol Rius

Es mucho más

Yo insisto en que esa es una valoración insuficiente de la democracia y que ello se hace evidente en el momento en que hay problemas, como por ejemplo ha ocurrido en la década pasada. En alguna ocasión he afirmado que la década pasada ha sido algo así como el período de entreguerras del siglo XXI; es decir, entre la crisis del 2008 y la pandemia del 2020. Durante esa década han aparecido un sinfín de libros sobre la crisis de la democracia, sobre la muerte de la democracia,… y muchas veces se hablaba de esta crisis como si, de golpe, hubiesen salido una serie de setas, personajes tipo Bolsonaro, Trump, Le Pen, que están atacando la democracia sin que sepamos muy bien porqué. Se impone una reflexión sobre cuál es la naturaleza de la democracia. En Catalunya lo hemos visto muy claramente. Aquí ha habido ataques frontales a la democracia en nombre de la democracia, con el eslogan “això va de democracia”. Se estaba dando por descontado que la democracia es sustancialmente votar y que ahí se agotaba la democracia. Sin embargo es al contrario: la democracia es una construcción bastante elaborada que intenta precisamente salvaguardar toda una serie de valores. Lo que los americanos llaman “check and balance” tiene que ver con esto, con que haya mecanismos de control, de contrapeso, para salvaguardar cosas tales como el derecho de las minorías. Ya los griegos, y más recientemente Tocqueville, se refirieron a “la dictadura de las mayorías”. Si uno reflexiona en profundidad y detenimiento sobre la democracia ve que es mucho más que un mero conjunto de procedimientos.

En Catalunya ha habido ataques frontales a la democracia en nombre de la democracia

Aquí se ha contrapuesto democracia, ley y justicia. Se ha dicho que si se obedeciese siempre las leyes vigentes, la esclavitud aún existiría o las mujeres seguirían sin derecho a voto

Ese es un debate que está en el origen de la democracia. Sócrates acata una sentencia que considera injusta y acepta beber la cicuta porque cree que es muy importante respetar la ley, que la ley es fundamental para la democracia. Siempre habrá alguien que considere que una ley es injusta. El problema es que la democracia proporciona herramientas para corregir una ley injusta. También ha habido quien ha llegado a afirmar cosas tales como “desobedeceré las leyes que considere injustas”. Obviamente no es de recibo que la obediencia o desobediencia dependa de lo que cada cual considere justo o injusto (en el libro dedico un epígrafe a hablar de la desobediencia y el derecho a disentir). La forma de proceder correcta ha de ser otra: una sociedad, una vez que ha acordado un marco y unos procedimientos, lo que hace es corregir o modificar una ley injusta. Solamente en situaciones límite se puede aceptar eso: cuando no exista democracia. Valdría la pena recordar, ahora que algunos tanto recuerdan la lucha contra el racismo en los EEUU en los años 60, que si Kennedy envió la Guardia Nacional a Alabama fue porque el gobernador de aquel Estado se negaba a cumplir las leyes; esto es, actuó para restablecer la legalidad.

Democracia. La última utopía”. ¿No podemos imaginar otras utopías?

Es la última utopía que ahora conocemos. Un determinado tipo de utopías, las más clásicas, han caducado. Las utopías modernas más conocidas tenían que ver con el desarrollo del conocimiento (Julio Verne constituiría un ejemplo paradigmático). La idea era: el día que dispongamos de un instrumento que nos permita tal y tal cosa, haremos maravillas; el día que dispongamos de unos instrumentos que nos permitan comunicarnos instantáneamente con cualquier persona en cualquier punto del mundo seremos felices. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Que el desarrollo científico-técnico se ha merendado prácticamente todas las utopías tecnológicas. Hoy, muchas de las cosas que aparecían en textos o películas de ciencia ficción que tenían un componente utópico en su momento ahora son reales, ya existen. Ahora vemos conciertos virtuales en 3D que eran una utopía hace 30 años. Ya se está hablando de un desarrollo del conocimiento que nos podría poner al borde de la inmortalidad. Pues bien, estas utopías basadas en el conocimiento se han visto desbordadas por la realidad. Eso por lo que respecta a una forma de utopía. Pero luego están las utopías relacionadas con un modelo de sociedad. A este respecto, se puede mantener que las dos grandes utopías –la conservadora-liberal y la progresista de izquierda- se han visto falsadas por la historia misma en las últimas décadas. Las posiciones de izquierdas es obvio que, a partir de la desaparición del único modo de producción alternativo que existía (el llamado socialismo real), han tenido un serio problema para volver a pensar sus objetivos. En gran medida, uno tiene la sensación de que la izquierda anda buscando banderas desesperadamente porque las viejas, especialmente la de una sociedad igualitaria, nadie se atreve a levantarlas. Ahora se pone más el énfasis en la ecología y el feminismo que en la propia justicia social o la igualdad económica. Por resumir, ha habido el agotamiento de algunas utopías y un cierto fracaso de otras. ¿Y si la democracia nos ofreciera herramientas y valores para poder pensar sobre otras bases un horizonte deseable, utópico?

Las utopías basadas en el conocimiento se han visto desbordadas por la realidad

La socióloga Marina Subirats defiende que la lucha por la independencia de Catalunya es una utopía que les parece disponible a los que la reclaman

Desde mi profundísimo respeto a Marina Subirats, que me parece una mujer con una trayectoria política y cívica por encima de toda sospecha y una socióloga muy competente, creo que la manera como hay que entender el independentismo no es en clave utópica. Lo diré de forma muy rotunda: ¿qué utopía es esa en la que alguien puede llegar a decir que el día que se pueda votar la independencia votaría que Sí y que si ganase el Sí se iría? ¿Qué utopía es esa que los presuntos utópicos no quieren alcanzar?

De democracias ha habido y hay de muchos tipos. Franco hablaba de ‘democracia orgánica’ y el mundo comunista se basaba en ‘democracias populares’. ¿Hay que poner una etiqueta a la democracia utópica de la que habla?

Yo creo que no. Es correcto, desde el punto de vista historiográfico, definir nuestra democracia como una ‘democracia liberal’, pero cuando sólo se pone el énfasis en ‘liberal’ se hace referencia a la formalidad de la democracia; es decir a que sea una organización de la vida colectiva con libertades, de expresión, de empresa, de partidos políticos, separación de poderes… Eso es verdad, pero es solo una parte de la verdad. Si no incluyes otros elementos, esa no es todavía la democracia de la que pretendo hablar. La Constitución define nuestro estado como un ‘estado democrático y social de derecho’. La democracia, en las últimas décadas, ha ido más allá de una arquitectura formal. Nuestra Constitución, aunque eso se tenga que desarrollar, alude a derechos materiales, al derecho a la vivienda, al trabajo… No es solamente que haya libertades y si con ese régimen de libertades la gente vive fatal, ya se apañará. No, no. La democracia, las constituciones democráticas y los teóricos de la democracia avanzan cada vez más en esa dirección. John Rawls, en su libro ‘Teoría de la justicia’, plantea que no cabe considerar como justa una sociedad por el solo hecho de que todos sus ciudadanos tengan los mismos derechos, fundamentalmente porque los hay a los que, por utilizar su terminología, “la lotería natural” les ha perjudicado. Pues bien, sin forzar mucho su planteamiento, bien podríamos incluir entre los damnificados aquellos a los que ha perjudicado la lotería social. No basta con afirmar, por poner un ejemplo sencillo y rotundo, que todo el mundo tiene derecho a la educación, puede ir al colegio, y pensar que con esto queda todo resuelto. No es igual la situación del chico o chica que nace en el seno de una familia burguesa, con padres liberales que le ayudan a hacer los deberes, con una habitación en la que está solo o sola, con un ordenador, una biblioteca, que la situación del chico o chica que vive en el extrarradio en un piso diminuto, que tiene que hacer los deberes en la cocina mientras su madre prepara la cena, sus hermanos corren por el pasillo dando gritos y la abuela tiene la televisión puesta a un volumen alto porque ya no oye bien. No todos parten del mismo lugar. Unos parten de un lugar más atrasado que otros. Por tanto, una sociedad democráticamente justa es aquella en que todos parten del mismo lugar. Y luego podemos hablar y discutir de la meritocracia, de eso que tanto gusta a la derecha de la cultura del esfuerzo. Puede ser aceptable, pero siempre que la línea de salida sea la misma para todos y en esas cosas tiene que entrar la democracia.

“una sociedad democráticamente justa es aquella en que todos parten del mismo lugar.” | Pol Rius

Hay muchos países que se consideran democráticos pero todas esas democracias no son idénticas. No es lo mismo la democracia en Estados Unidos que en Hungría, India, Camerún o Brasil

La democracia es un conjunto de procedimientos, herramientas y valores para organizar la vida en común y, obviamente, esos procedimientos y esos valores tienen que ir cambiando a medida que la vida en común va variando. Había regímenes formal y materialmente democráticos que tenían, hasta no hace tantos años, unas fallas espectaculares. Por ejemplo, no contemplaban el voto de la mujer. ¿La sociedad norteamericana del siglo XIX no era democrática? Sí lo era. Cumplía unos cuantos requisitos. Pero le faltaban otros. La democracia es un work in progress, evidentemente. Pero eso pasa con todo. Los teóricos de los derechos humanos suelen hablar de derechos humanos de primera, segunda y tercera generación. No nos hemos quedado en la primera Declaración de Derechos Humanos. Hemos añadido otros. Dentro de un tiempo podría ser que, por ejemplo, incorporáramos los derechos de los animales. Hay gente que lo está planteando ya ahora. Pero la realidad es que todavía no lo tenemos en cuenta. Dentro de 50 años, a lo mejor habrá quien diga que “¡hay que ver con nuestros antepasados!: decían que eran demócratas y no respetaban los derechos de los animales”. Es posible. Lo único que podemos hacer es intentar ser máximamente conscientes de nuestra situación y, a partir de ahí, intentar hace las cosas lo mejor posible. Por descontado que dentro de un tiempo se reconocerán otros derechos. ¿Que se mejorará esta democracia? Sí. Ojalá.

¿Cuándo acaba la democracia y empieza una cosa que no lo es?

Un régimen en el que no hay libertad de prensa, libertad de partidos, etcétera, manifiestamente no es un régimen democrático, pero es evidente que puede haber regímenes democráticos deteriorados, con una democracia debilitada. En este momento, la situación de la democracia en Polonia no es la óptima. ¿Nos autoriza el hecho de que pueda haber leyes discriminatorias a decir que no es una democracia? Es una afirmación que políticamente puede ser muy útil pero no es del todo correcta desde el punto de vista científico. Puede haber un país, una sociedad con leyes injustas pero que sigue teniendo criterios democráticos aunque una ley u otra pueda no gustarnos.

Pone en duda que capitalismo y democracia se lleven bien

Podemos analizarlo a la luz del viejo debate entre igualdad y libertad. Esto ya lo planteaba Unamuno en su momento, cuando criticaba a los liberales ‘manchesterianos, para los que lo único importante era la libertad de empresa, que les dejasen hacer. Era lo que pasaba también en Estados Unidos con los esclavistas, que se consideraban a sí mismos liberales, querían que el Estado no interviniese, con el argumento de que los esclavos estaban encantados de estar con ellos. En la medida en que en el capitalismo hay una estructura de clases y que esas clases tienden a tener intereses enfrentados, la democracia tiene que intervenir para regular esto, para que estos intereses no den lugar a situaciones de absoluta injusticia, de absoluta insolidaridad… Una actitud no intervencionista del Estado, de total laissez faire, con toda seguridad a lo que lleva es a una situación en la que presuntamente la libertad está salvaguardada pero estamos cada vez más lejos de la igualdad. Y la democracia moderna, que es heredera de la revolución francesa, tiene tres pilares fundamentales: la libertad, la igualdad y la solidaridad. Algunos liberales han pensado bien esta cuestión. De otros, de los neoliberales, no cabe decir lo mismo, porque interpretan la libertad como no intervención del Estado, no interferencia sobre la propia vida. Pero, claro, esa no interferencia, si tú estás en situación de poder, lo que hace es perpetuar tu poder. Y si ese poder da lugar a situaciones indeseables ¿en nombre de la libertad no podemos intervenir? No puede ser que la libertad se utilice de esta manera. Es, de alguna forma, lo que hacía Ayuso. Su mensaje funcionaba porque daba por descontado que libertad es sinónimo de no interferencia: “yo no interfiero; salgan ustedes, tomen cañas, circulen por la ciudad sin restricciones, son libres”.

Pero el capitalismo sí que interfiere

Es la idea del estado mínimo. Que no se entremeta en mi actividad. Una vieja fantasía de los liberales es que el Estado esté solo para un par de cosas y que la sociedad se organice para el resto. El que está en una situación privilegiada es el que quiere que el Estado no interfiera, no se entrometa. Es lo que decía antes con el ejemplo: el Estado no puede aceptar la esclavitud.

Suele ser quien está en una situación privilegiada quien más interés tiene en que el Estado no interfiera, no se entrometa

¿Las nuevas tecnologías son un peligro para la democracia?

Las nuevas tecnologías son algo así como una herramienta en manos de un niño. Acerca de las redes sociales se insiste mucho, y me parece bien, en el daño que pueden causar, en el hecho de que sirven para difundir cualquier cosa, bulos, igualar por abajo… Sí, eso es verdad, pero no es menos cierto que pueden ser formidables instrumentos de socialización, de construcción de comunidad y en términos personales. Gracias a las redes sociales puedes mantener vínculos con personas que antes eran impensables. Ahora te puedes comunicar con quien quieras en cualquier momento. Esto permite una calidad de vida, una calidad de relaciones personales mucho mejor, tanto material como espiritual. Es cierto que de las redes sociales se puede hacer un uso malísimo, sectario. En determinados foros uno solo se encuentra con los suyos y va a esos foros porque ahí encuentra los argumentos que le dan la razón y solo eso. Pero también es ocasión para crear comunidad, mantener relacionado a un grupo. Alguna vez he puesto el ejemplo del tráfico. Cuando se inició el tráfico rodado en las grandes ciudades, incluso cuando solo había carros a caballo, en la prensa de entonces se hablaba de eso como el apocalipsis, porque los carruajes atropellaban a la gente en las calles. Y cuando llegaron los vehículos con motor, ni te cuento. Todo eso se fue regulando y, que yo sepa, a nadie se le ocurre decir ahora que el Código de Circulación es represivo y que no debería hacerlo. Podemos discutir sus normas, donde se ponen las rotondas o los límites de velocidad, pero que esté regulado el tráfico parece obvio. Es muy posible que con las redes sociales pase una cosa así y que llegue el momento en que encontremos la forma de regularlas que todos aceptemos que no es represivo. Lo que no me parece correcto es que en las redes sociales pueda haber barra libre absoluta para decir las mayores barbaridades pero que, en un momento determinado, el dueño de una red social diga que le cierra la cuenta a Donald Trump. ¿Por qué a Donald Trump? ¿Porque ese dueño quiere ponerse la medalla de que es muy progre y resulta que, en nombre de la libertad, ha estado publicando a gente todavía más indeseable que Trump sin que le importara en absoluto? ¿Y ahora resulta que tiene el poder absoluto como propietario de cerrarle la cuenta a alguien? Así no se puede hacer. De hecho, la propia Merkel lo criticó. En las redes sociales pasa eso.

“En determinados foros uno solo se encuentra con los suyos y va a esos foros porque ahí encuentra los argumentos que le dan la razón y solo eso” | Pol Rius

Trump y otros líderes autoritarios ¿son también un peligro para la democracia?

Lo de Trump, Bolsonaro y tutti quanti es inquietante por el daño material que hacen y por las ideas que expresan. Además de señalar el peligro que pueden tener estos personajes y sus fuerzas políticas con sus comportamientos, hay que analizar previamente porqué tienen el eco que tienen, qué están expresando y en qué medida son la expresión distorsionada de un cierto malestar. Es una cosa que, a veces, los demócratas y, en concreto, la gente de izquierdas quizás no ha sabido plantear bien. Así, el análisis que convertía a todos los votantes de Vox en franquistas era disparatado. No puede ser que, de golpe, hayan salido de debajo de las piedras millones de franquistas. Eso está expresando otra cosa diferente que hemos de saber analizar, probablemente un cierto malestar. El malestar no legitima la respuesta, por supuesto, pero hace inteligibles determinadas actitudes. Esto que ha pasado aquí hace años que pasa en Francia. El cinturón industrial de las grandes ciudades, tradicionalmente votante de la izquierda y concretamente del PC francés se pasó masivamente hace años a Le Pen. Son esos partidos políticos a los que se les han ido los votantes los que tienen que hacer una reflexión muy seria sobre por qué ha ocurrido eso.

¿Se puede votar todo en una democracia? ¿Se puede poner a referéndum popular cualquier cosa?

Es evidente que en democracia no se vota todo. Eso es obvio. Yo le diría a mi interlocutor: Elija usted el país democrático que crea que mejor funciona y mire usted cuantas instituciones, órganos, figuras importantes de su estructura no son elegidas o no lo son directamente por los ciudadanos. No hay país donde todo se está votando constantemente. Es más, en los países donde se vota mucho, aunque no se vote todo, hay un cierto acuerdo de que eso no es funcional. Recuerdo que en un viaje a Italia había un referéndum sobre veinte o treinta puntos. Se votaba cosas muy diversas. Eso no tiene demasiado sentido. Es la democracia la que “se inventa” la idea de los representantes y el ciudadano delega en su representante y es ese representante el que analiza, estudia y decide lo que cree mejor. En una democracia, los ciudadanos no andan decidiendo por todo. Se pueden plantear referéndums de forma impecable. En el caso del referéndum sobre la OTAN en 1986, hay que decir que durante meses se estuvo discutiendo en España acerca de los elementos a favor y en contra. Se terminó votando después de una campaña larguísima. En Catalunya, en cambio, siempre se ha propuesto empezar por la decisión. Empecemos votando, es la consigna. Eso es por completo inaceptable. El procedimiento democrático es el opuesto: la votación se encuentra al final. Olvidar esto es olvidar que nuestra democracia es deliberativa. Primero tiene que haber una deliberación y al final de la ella ya tendrá lugar una decisión, veremos en qué forma. Entre nosotros, en cambio, desde el primer momento se dio por descontando que teníamos que empezar votando y después “ja en parlarem!”. La gravedad de este enfoque no es ni mucho menos menor, porque significa saltarse uno de los elementos sustanciales de la democracia que es la confrontación de diferentes ideas, el que los ciudadanos reciban diferentes mensajes contrapuestos, incluso contradictorios, y analicen cuál creen que es mejor. Desde el punto de vista de la deliberación aquí se han incumplido todos los estándares. Jamás, en ningún momento, las autoridades catalanas han propuesto abrir ningún debate. “Los que están en desacuerdo ya ven Telecinco o Antena 3”, han llegado a decir. Pero esto no va así. Ustedes tienen una televisión pública, unos medios de comunicación públicos, y ahí es donde les corresponde abrir el debate.

El directismo, la relación directa entre el líder y las bases, lleva al cesarismo, al caudillismo

No solo el independentismo ha actuado así

Sartori habla del ‘directismo’, de la fantasía de que el ciudadano tiene que tener una relación directa con el máximo responsable, de la idea de que las mediaciones de los representantes políticos, de los comités de los partidos, introducen ruido e impiden la relación directa entre el ciudadano y su líder. El peligro de estas tesis ya lo conocemos. El directismo acaba prácticamente siempre en el cesarismo. Se impone, por tanto, reflexionar sobre esto. Porque una cosa es que, en un momento determinado, los poderes, los partidos, la democracia en general disponga de unos órganos de mediación que no hayan cumplido bien su función, y otra la conclusión que de este mal uso se pueda extraer. Así, no creo que merezca mucha discusión que en ocasiones los partidos tradicionales han puesto estos instrumentos al servicio de objetivos censurables, y que, pongamos por caso, los han utilizado para organizar el clientelismo. La falacia ha sido que, en nombre de que esas instancias intermedias de los partidos no han desarrollado bien su función, algunos han propuesto su eliminación y que haya una relación directa entre el líder y las bases, y que las bases se expresen directamente. Eso no es que, en abstracto nos pueda llevar a lugares indeseables, sino que ya hemos constatado que nos lleva al cesarismo, cuando no al caudillismo. Está claro que la solución no es eliminar esas instancias mediadoras sino hacer que funcionen bien.

¿Habrá en el futuro próximo algún tipo de referéndum en Catalunya para determinar su relación con España?

En algún momento la sociedad catalana tendrá que manifestarse en relación con una propuesta. Lo que tendrá que decidir la sociedad catalana no será “independencia, sí; independencia, no”. Está claro que la idea de independencia, y me atrevo a decirlo así rotundamente, es tóxica, divisiva. Al principio, algunos independentistas estaban encantados porque creían que esa idea debilitaba a los contrarios a la independencia. Efectivamente era así. Los partidos que no estaban por la independencia iban sufriendo crisis de diversos tipos. El PSC tuvo dirigentes ‘díscolos’ que se fueron a ERC. Unión Democrática tuvo problemas con Convergencia Democrática. Pero, a continuación, esa idea ha resultado tóxica también para los mismos independentistas. En este momento, la principal contradicción que tiene la política catalana es en el seno del independentismo e incluso en el seno de los propios partidos independentistas. No es una idea que pueda servir para unir a los catalanes. Algunos dijeron, incluso de buena fe, que hiciéramos un referéndum para recontarnos. Pero, en realidad, estamos contados y recontados. Sabemos que la sociedad catalana está fracturada. Me es igual quien tiene el 52% y quien tiene el 48%. Yo no quiero un referéndum, aunque ganen los míos, si se gana por el 52%. Una sociedad así no se puede gestionar. Hay que poner por encima de esto el valor de cohesionar esta sociedad. No podemos ir jugando a fracturarla cada vez más. El referéndum, tal como se ha planteado, expresa la voluntad de que uno de los sectores consiga, por fin, imponerse sobre el otro. No es casualidad que las constituciones de todos los países democráticos exigen, en muchísimos asuntos, mayorías e incluso mayorías muy reforzadas. Tiene su cuajo que para cambiar la ley electoral en Catalunya haga falta una mayoría reforzada que ha impedido que se cambie y que para la independencia sea suficiente con el 50,05%. Eso no se sostiene.

El referéndum, tal como se ha planteado, expresa la voluntad que un sector se imponga sobre el otro

Hay un capítulo del libro que se titula “La barbarie está ganando”

Una de las expresiones de la barbarie es el fanatismo. Pero ningún fanático se reconoce a sí mismo como tal. Nadie reconoce serlo. Incluso te lo argumentará diciendo que lo que le pasa es que posee unas convicciones muy sólidas, muy arraigadas. Pues bien, de la misma forma que cuando hablamos del posible retorno del fascismo no estamos diciendo que vayan a regresar esa gente siniestra con correajes y botas hasta las rodillas, así tampoco el triunfo del fanatismo no tiene porqué producirse revestido de sus formas más folklóricas. El fanatismo sería el equivalente al ocaso de la racionalidad, de la argumentación racional, al fin del diálogo. Para mí, eso sería el fanatismo, la barbarie. Una sociedad en la que las emociones se imponen por encima de los argumentos, en la que no sentir de la misma manera que el grupo te coloca al borde de la exclusión, está a muy poca distancia de la barbarie.

“El fanatismo sería el equivalente al ocaso de la racionalidad, de la argumentación racional, al fin del diálogo” | Pol Rius

¿Se impondrá?

No está predeterminado. Depende de que tomemos consciencia de que el valor de la democracia, el valor de la racionalidad, de la palabra, es el valor supremo que nos conviene a todos, aunque en ocasiones no ganen los nuestros y las cosas no vayan como nosotros querríamos. Por eso me parecieron lamentables -aunque es cierto que luego las intentó rectificar- las declaraciones de Mario Vargas Llosa afirmando que lo importante es votar bien. Pero no es así. Lo importante es votar en libertad. La gran ventaja de la democracia frente a otros sistemas no es que garantice el acierto sino que permite corregir el error.

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