Nerea Fernández, de 22 años, empezó a desarrollar conductas problemáticas con la comida cuando tenía 12 años. «Todo empezó de forma bastante sutil, nadie se dió cuenta. Yo hacía tiempo que no me sentía bien conmigo misma y que no estaba a gusto con mi entorno y mis relaciones. Empecé a centrarme mucho en mi cuerpo y en cómo me veían los demás», relata. Esta situación coincidió con una etapa de cambio y nuevas amistades, cuando empezaba la ESO.

«Yo no acababa de entender que me ocurría. Comía casi siempre sola en casa, porque mi madre trabajaba, y empecé a restringir alimentos: nunca comía dulces, fritos… hasta el punto que empecé a vomitar», explica. «La primera vez que vomité fue bastante impactante para mí misma. Me miré en el espejo, llorando. En ese momento, ya había dado un paso más: había entrado en la boca de la enfermedad».

Hacia los 17 años, Nerea hizo una bajada de peso considerable. Entonces su familia se dio cuenta de que algo no iba bien y la llevaron a un centro. La diagnosticaron con un trastorno de conducta alimentaria no especificado (TCANE), caracterizado por cuadros incompletos de anorexia o bulimia nerviosa. Pero cuando cumplió 18 años pidió el alta voluntaria. «Yo no quería curarme. No era consciente de mi enfermedad y no quería que nadie frenara mis conductas», señala. A finales de ese año, habló con su familia y decidió pedir ayuda. Primero ingresó en un hospital de día y, más adelante, lo hizo en un 24 horas, donde permaneció tres meses y medio.

«La primera semana fue horrible. Allí te das cuenta de hasta qué punto puede llegar un trastorno de conducta alimenticia. En el centro sí que tomé más conciencia de mi enfermedad y vi que no podía seguir así, que quería curarme y no quería hacer sufrir más en mi entorno», explica. Uno de los aspectos que más le ayudó fue el sentirse acompañada. «Uno de los sentimientos que tenía era que estaba sola y que nadie me entendía. Pero ver que hay gente que está a tu lado por cómo eres, hace que empieces a valorarte más allá de tu físico».

Ahora lleva cerca de dos años recuperada. «Mis emociones ya no las gestiono con la comida», explica, siendo consciente de que lo vivido la acompañará toda la vida. «Como alguien que ha tenido cualquier clase de dependencia, debes tener una luz roja que se encienda cuando hay alguna situación problemática y diga: ‘Vale, eso no está bien’. Tienes que ser consciente de que tienes más tendencia a obsesionarte con la alimentación o con tu cuerpo que cualquier otra persona».

Alrededor de 400.000 personas en toda España sufren algún tipo de trastorno de conducta alimentaria, de las cuales 300.000 son jóvenes adolescentes.

Las adolescentes, las más vulnerables

Alrededor de 400.000 personas en toda España sufren algún tipo de trastorno de conducta alimentaria, de las cuales 300.000 son jóvenes adolescentes, según datos de la Fundación Fita. La media de edad de inicio de la enfermedad es de 15 años, aunque entre un 8 y un 10% de los TCA tienen un inicio tardío, como podría ser a los 30 o 35 años. 9 de cada 10 de las personas afectadas por este tipo de trastornos son mujeres.

“Las causas son multifactoriales e intervienen tanto factores biológicos como socioculturales, como pueden ser los cánones o modelos de belleza que la sociedad acepta como buenos”, explica Eduardo Serrano, psicólogo pediátrico del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona y Coordinador de la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria del hospital.

En la adolescencia existen una serie de factores que pueden propiciar la aparición de un TCA. Es en esta etapa donde se producen más cambios físicos, que son aún más evidentes en las chicas. Esto hace que crezca la preocupación por el cuerpo y por adaptarse a los cánones de belleza que marca la sociedad. «El paso de la primaria a la ESO es un estresor que hace a las personas más vulnerables a sufrir este tipo de trastornos. Es una etapa de cambios físicos, pero también psicológicos: empiezan a tomar decisiones, buscan encontrarse a sí mismos, tienen el deseo de mayor autonomía, de encontrar referentes…», afirma Serrano. «También está lo que se llaman los acontecimientos vitales estresantes, como un desengaño con una pareja o la separación de los padres, que pueden funcionar como un desencadenante de la enfermedad», añade.

La enfermedad se manifiesta, por un lado, a través de síntomas físicos, como la evidente pérdida de peso, en el caso de la anorexia, o las fluctuaciones exageradas de peso, en el caso de la bulimia, así como la desaparición o alteración del ciclo menstrual. También aparecen síntomas psicológicos: preocupación excesiva por la alimentación y el peso, con la inclusión de cambios en la dieta, obsesión por el ejercicio físico, distorsión de la imagen corporal, irritabilidad o aislamiento respecto al entorno. Asimismo, aparecen sentimientos de pérdida de valía personal y de baja autoestima.

En las primeras fases del diagnóstico e incluso del tratamiento, una característica habitual en los y las pacientes es la falta de conciencia respecto a la enfermedad. «Habitualmente, el paciente no ve necesidad de cambio ni encuentra motivación por el tratamiento. Le cuesta entender que sufre una enfermedad, que ha perdido el control sobre sí mismo y que todo su mundo gira en torno a su cuerpo», explica el Dr. Fernando Fernández, jefe de la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria del Hospital de Bellvitge.

La pandemia de la Covid ha disparado los casos de TCA, que se calcula que han aumentado en un 20%.

El efecto de la Covid

La pandemia de Covid ha disparado los casos de TCA, que se calcula que han aumentado en un 20%. Además, la crisis sanitaria también ha empeorado los casos ya existentes y ha provocado, en algunos casos, recaídas en personas que ya estaban recuperadas. «La pandemia fue la tormenta perfecta. El aislamiento social, la incertidumbre, el miedo al contagio… fueron un estresor más», señala Eduardo Serrano, quien explica que, durante el período más duro de la pandemia, en el Hospital Sant Joan de Déu la hospitalización parcial aumentó en un 33% y los ingresos totales hasta un 60%.

Los mensajes que circulaban durante el confinamiento evocando a la necesidad de realizar ejercicio físico y llevar una dieta sana para no «abandonarse» fueron calando en la población. «Por no poder mantener una actividad normal, ha aumentado la preocupación por el peso y la figura y la obsesión por el deporte. Además, durante la pandemia ha habido diferentes factores estresantes, como la pérdida de poder adquisitivo en la familia o la muerte de personas cercanas, que han hecho que aparecieran angustias que normalmente no estaban», sostiene el Dr. Fernández. En el Hospital de Bellvitge, donde normalmente ven unos 300 o 350 nuevos casos cada año de TCA, este año han visto entre 400 y 450.

Las redes como amplificador del modelo de belleza

Las redes sociales por sí solas no son una causa de los TCA, pero sí pueden jugar un papel en su incidencia. «Las redes amplifican el modelo estético, con el añadido de que se produce un retoque de las fotografías y se pueden utilizar filtros, que promueven aún más la idea de perfección, aunque sea falsa. Esto puede generar insatisfacción corporal, que es la puerta de entrada a un trastorno alimentario», explica Serrano. «Si yo me siento lejos del estándar de belleza, disminuye la autoestima y eso me lleva a intentar modificar mi cuerpo con la dieta, haciendo deporte… todo son factores de riesgo que pueden debutar en un trastorno alimentario», añade el psicólogo del Hospital Sant Joan de Déu.

Según explica Nerea, hay muy poca conciencia respecto a la gravedad de los TCA y es habitual banalizar estos comportamientos con la dieta o el deporte. «Hay muchas influencers que utilizan expresiones como ‘compensar lo que he hecho durante el fin de semana’ o personas con TCA reconocido que hablan de los ayunos intermitentes», señala. «Cuando alguien que tiene un TCA lee o ve esto, hace que su enferma evolucione con mayor rapidez y peor», añade.

Las redes amplifican el modelo estético y promueven aún más la idea de perfección. Esto puede generar insatisfacción corporal, que es la puerta de entrada a un trastorno alimentario.

Un abordaje multidisciplinar

Según datos del Hospital de Bellvitge, el trastorno por atracón y la anorexia nerviosa son los trastornos de la conducta alimentaria que registran un mayor porcentaje de recuperación total después de un tratamiento especializado, con un 72% y un 65% respectivamente. En cambio, la bulimia nerviosa y otros TCA atípicos presentan menor probabilidad de restablecimiento completo, entre el 40% y el 33%.

De acuerdo con los resultados de un estudio del Hospital para evaluar el impacto de los años de evolución de la enfermedad en la respuesta al tratamiento de los TCA, en la anorexia y la bulimia nerviosa, más de 12 y 14 años de evolución incrementarían el riesgo de cronicidad, mientras que para el grupo de trastornos atípicos sería de 6 a 8 años y para el trastorno por atracón de 20 a 21 años. Así, el reconocimiento precoz de los síntomas y el tratamiento indicado son aspectos claves en el abordaje de estos trastornos.

Otro aspecto clave es el abordaje multidisciplinar de la enfermedad. En las unidades específicas de TCA, como la del Hospital de Bellvitge o la de Sant Joan de Déu, intervienen varios especialistas en el tratamiento del paciente -psicólogos, psiquiatras, endocrinos, internistas, ginecólogos, nutricionistas, etc.-. Normalmente, los pacientes llegan derivados de los centros de salud mental o de la atención primaria y se realiza un tratamiento específico en función de la severidad del caso. En algunas ocasiones, es necesario un ingreso en el hospital de día y, en otras más graves, un ingreso total.

En el caso del Hospital Sant Joan de Déu, al ser un hospital pediátrico, la familia se involucra en todo el proceso. «Desde el primer momento, tratamos de empoderarlos para que puedan entender toda la repercusión emocional de la enfermedad y para que puedan manejar la renutrición en el caso de un ingreso parcial. También les facilitamos herramientas para que puedan gestionar situaciones específicas. Formamos un equipo entre la persona afectada, la familia y los profesionales», remarca Eduardo Serrano.

Trabajar en la educación para romper la estigmatización de la salud mental es muy importante. Es necesario entender que todos estamos expuestos a sufrir algún tipo de problema de salud mental a lo largo de nuestra vida.

Hablar de ello para romper el estigma

Con la pandemia de la Covid-19 se han disparado y agudizado el número de casos de depresión, ansiedad y otros problemas de salud mental. «Debido al aumento de la demanda, se han desbordado los recursos que teníamos y también han llegado casos más graves a causa del confinamiento. Son necesarios más recursos para poder hacer frente a este aumento de problemas de salud mental», argumenta el Dr. Fernández.

En la misma línea se expresa Nerea, quien también reivindica un aumento de los recursos destinados a la salud mental. «Hay tanta gente que tiene problemas de salud mental que es imposible que la sanidad pública pueda abastecerlo todo. Y hay muchas familias que no pueden permitirse pagar a un psicólogo en la sanidad privada», afirma. Nerea también destaca la importancia de educar en la gestión de las emociones desde las escuelas, trabajar la autoestima y un pensamiento crítico ante los inputs que recibimos a través de las redes sociales.

La crisis sanitaria también ha puesto sobre la mesa la importancia de cuidar nuestra salud mental. «Trabajar en la educación para romper la estigmatización de la salud mental es muy importante. Es necesario entender que todos estamos expuestos a sufrir algún tipo de problema de salud mental a lo largo de nuestra vida. La prevención es compleja, pero todo lo que sea reconocimiento precoz y romper el tabú es importantísimo», destaca el jefe de la Unidad de TCA del Hospital de Bellvitge.

Nerea ha querido explicar su testimonio para visibilizar los trastornos de conducta alimentaria, ya que, según dice, «las personas no son conscientes de que es una enfermedad que puede llegar a matarte y no le dan la importancia que se le debería dar». Destaca que lo importante es pedir ayuda y hacerse valer a uno mismo. «Algo que me he ido repitiendo durante mucho tiempo es que sólo nos tenemos a nosotros. Yo soy la única persona que estará siempre conmigo y es una mierda estar toda la vida odiándote a ti misma. Por eso debemos valorarnos y aceptarnos tal y como somos».

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