Esta primera traducción es Arsène Lupin contra Herlock Sholmès (Edicions de 1984). Se trata del segundo de los libros del autor (reúne dos relatos) y hay que suponer que ha sido elegido por el gancho que supone el enfrentamiento con quien ya entonces era el detective de ficción más famoso (al cual Leblanc deformó el nombre para ahorrarse pleitos de su creador, Arthur Conan Doyle).
El inesperado retorno de Arsenio Lupin (tal como lo habíamos conocido, algunos, en la década de 1970, en aquellos libros de negras cubiertas de Tusquets, otros en ediciones más antiguas) ha hecho que forofos y coleccionistas de literatura popular recordaran, o tuvieran conocimiento, de que Francia ha sido un territorio fecundo y líder en este ámbito; justamente donde se acuñó el término de folletín (roman-feuilleton) para denominar la narrativa de ficción que, desde las primeras décadas del siglo XIX, empezó a ser publicada por entregas, por los diarios y revistas pero también en cuadernos y fascículos independientes.
Hay que decir que no hablamos de la literatura popular en el concepto tradicional que comprende las fábulas, los cuentos o la poesía transmitida oralmente sino de la que también es llamada, sobre todo en ámbitos académicos, literatura de consumo (denominación que ya en 1974 era cuestionada por Joan Fuster en un artículo en el diario La Vanguardia, puesto que “no hay literatura que no sea de consumo, bien se mire: alguien escribe para que alguien lo lea, y leer es consumir en cualquier contexto”).
El éxito de los folletines franceses
Dumas, Ponson du Terrail (autor de la serie sobre Rocambole, otro héroe-ladrón), Fortuné de Boisgovery, Paul Féval, Gustave Le Faure, Gustave Aimard, J.-H. Rosny, Xavier de Montépin, Marc Mario, Émile Gaboriau, Paul d’Ivoi y más autores franceses de popular fueron bastante leídos en este periodo que alcanza casi un siglo; por supuesto también Julio Verne, que empieza en vida y muy pronto a ser traducido al castellano (en catalán no lo será hasta la década de 1920). Es un flujo que queda interrumpido, por causas diversas, después de 1939. “En aquellos años se editaba en España literatura de aventuras francesa, italiana, inglesa, eslava y alemana. Tras nuestra Guerra Civil y la II Guerra Mundial solo quedaron disponibles -y en colecciones juveniles- Karl May por Alemania, Salgari por Italia y Verne y Dumas por Francia”, explica Alfredo Lara, gran erudito y librero del tema, en el artículo La novela de aventuras, incluido en el libro colectivo La novela popular en España (Robel, 2000). “Todo el resto fue anglosajón. El éxito del anglosajón mandó al pudridero del olvido toda una serie de clásicos de la aventura todavía por recuperar”.En España, en castellano, se publicó mucha novela popular francesa, de feuilleton, a partir del éxito que tuvieron en la década de 1840 las traducciones de Les Mystères de Paris de Eugène Sudo (que generó pronto una réplica local, Barcelona y sus misterios, de Antoni Altadill i Teixidó, también un best seller de su tiempo) y Les Trois Mousquetaires de Alexandre Dumas, esta aparecida en 1845, solo un año después de la edición original, y hasta la Guerra Civil.


