Otro año, otro invierno, otra campaña de la gripe y, de nuevo, nos encontramos con los servicios de urgencias hospitalarias colapsados. Volvemos a visualizar los pasillos llenos de pacientes en literas y sillones, con las ambulancias retenidas fuera de los hospitales, ya que no queda espacio físico para descargar a los pacientes. Mientras, todavía tenemos que hacer frente a la pandemia y a una nueva enfermedad, que, como todo apunta, ha llegado para quedarse y convertirse en un virus invernal más.

Desgraciadamente, a diferencia de la situación de pandemia, no es algo extraño que las Urgencias superen su límite de capacidad. Hace años, al menos desde el inicio de los recortes, que el servicio de atención continuada de los centros hospitalarios está sometido a una presión constante. No es ninguna novedad y forma ya parte de la vida cotidiana del personal.

Así, la pandemia sólo ha puesto de manifiesto la precariedad de nuestro sistema sanitario causado por los recortes y por una deficiente organización y planificación de los recursos. El colapso de Urgencias es multifactorial, como sabemos los profesionales, pero principalmente se debe al incremento de la demanda asistencial por parte de la población, que reclama atención médica y respuestas inmediatas. Las listas de espera, tanto para concertar una visita con el médico o médica de atención primaria como con el resto de especialistas, y para acceder a exploraciones complementarias y pruebas diagnósticas, sulfura a los pacientes que se acercan a las Urgencias en la búsqueda de una atención que saben que recibirán de forma garantizada, aunque sea necesario esperar algunas horas.

Sin embargo, la saturación también se debe a la falta de camas de hospitalización que dificulta el drenaje de pacientes. Esto es lo que provoca, en la mayoría de casos, la ignominiosa imagen de personas “aparcadas” en pasillos. Existe un dato que ilustra perfectamente el déficit de camas de nuestro sistema sanitario. Mientras Catalunya cuenta con 2,43 camas de agudos por cada 1.000 habitantes, la media de la Unión Europea es de 5, el doble.

Los servicios de urgencias son el airbag de un sistema sanitario permanentemente debilitado. Antes se hablaba de estacionalidad, ahora es condición estructural. Todo ello causa mucho desgaste a los profesionales, con serio riesgo de sufrir el síndrome de agotamiento profesional, conocido como burnout. Los facultativos y facultativas sufrimos esta sensación de estar quemadas por la presión asistencial de un sistema siempre al límite en el que la calidad asistencial y la seguridad del paciente pueden verse comprometidas. Cada profesional de Urgencias debe ver tal cantidad de pacientes de forma concurrente que si no se producen más errores es por su extraordinaria dedicación y compromiso.

Una dedicación que se traduce en extenuantes jornadas laborales y guardias de 24 horas para compensar la carencia de personal. Así, nos encontramos con profesionales médicos sobrecargados que sobrepasan de largo el máximo de horas anuales que establece la normativa laboral europea. En definitiva, condiciones de trabajo poco deseables para un colectivo que debe cuidar la salud de la población y atender a situaciones de emergencia médica.

Por este motivo, una vez más, los trabajadores y trabajadoras del sistema reclamamos soluciones. Presupuestos suficientes, recursos adecuados y condiciones laborales y retributivas que atraigan al talento para que trabajar en el sistema sanitario público sea un motivo de orgullo y no una tortura.

Share.
Leave A Reply