Una de las intenciones de estas Barcelonas consiste en conseguir una empatía de la visión mediante el paseo. En muchas ocasiones pienso en cómo las personas van por la calle sin mirar nada, salvo las pantallas de sus teléfonos. Eso, además de generar una verdadera mejora de la especie en su habilidad para sortear a sus semejantes, convierte el espacio en una nada espeluznante, sobre todo si atiende a todos los detalles silenciosos a nuestro alrededor.

Hoy me hallo, ya lo advertí, en una encrucijada muy arquetípica, fruto de la estratificación, más bien la cronología, de las urbanizaciones. Clot, València, Navas. La primera se conoce en los documentos de principios del siglo pasado aún como carretera de Ribas, la segunda nos llevaría al imperialismo del Eixample, si bien ya figura insertada en la zona hacia 1890, cortada en otros puntos; la tercera huele a años 30, sobre todo en estos aledaños, donde, casi invisibles por la arboleda, se concentran muchos bloques racionalistas para obreros fruto del beneficio de la santa familia Vedruna, una secundaria de lujo de estas últimas semanas.

Mi intriga como paseante surgió por la confluencia de Clot y València, simbolizada por una especie de extraño anexo, como si fuera una de esas casas barco de Sebastián Bonet Ayet, algo improbable por cuestión de fechas.

Decoración en las casas de la calle Provença 571-573, en el Camp de l’Arpa | Jordi Corominas

Ante tal tesitura sólo quedaba rascar un poco en hemerotecas para salir de dudas, y la búsqueda ha sido más bien provechosa por una serie de detalles con valor para definir el tiempo donde se formó todo este entramado más allá, aunque no tanto, de las fábricas.

La finca de Valencia 676-678, la del peculiar añadido medio naval, tiene otra fachada en Clot 163 y fue encargada, cuando nada había, por Trinidad Nolasco al maestro de obras Ramón Ribera i Rodríguez.

Por desgracia, Trinidad, a saber si viuda, permanece en el supremo anonimato histórico, no así el constructor, con una vivienda cercana en el 155 del Clot, fundamental por contener en la fachada un elemento decorativo bien útil para trazar una cartografía de su autor por el viejo Sant Martí. Ese rosetón, por llamarlo de algún modo, con una cruz muy sutil era una de sus marcas de la casa, detectable en dos viviendas unifamiliares de Clot 110—112, así como en otras en el carrer Muntanya del Camp de l’Arpa, donde también dejó su huella en la esquina de Nació con Ruiz de Padrón, extendiéndose su impronta hasta el café de la Ópera, quizá su obra más célebre.

Clot 155 | Jordi Corominas

Por lo que a mi concierne, pero no puedo aseverarlo al no haberlo documentado, intuyo en su larguísima trayectoria otros movimientos previos. Uno, en Provença con Xifré, data de 1891 y podría ser un ejemplo de Modernismo en ciernes, así como dos inmuebles más, estos más alejados, en el carrer de Llull y en el de Badajoz.

Confluencia de la calle del Clot y la calle València, mapa de 1891

Ribera Rodríguez merecería más atención. La tendrá tarde o temprano, pero, como suele ocurrir, las pistas me ofrecen una historia más bien inesperada en este ángulo de la ciudad. Los números del 157 al 161 pertenecían a los hermanos Juan y Segismundo Obradors, quienes contrataron para elevarlos a Salvador Puiggrós, un arquitecto por el que profeso enorme simpatía por ser el creador, como mínimo, de la puerta de acceso del passatge de Ministral, una de las perlas mejor escondidas de Barcelona, quizá la más singular de sus travesías. El 159 es de Josep Graner, de quien en breve hablaremos.

Calle del Clot del número 155 al 163 | Jordi Corominas

Entre 1910 y 1916 erigió los edificios para los hermanos, dedicados en cuerpo y alma a su labor de contratistas. Joan, en nombre de la Sociedad Obradors &C., vio denegado el permiso para instalar un horno de cocción continua en unos terrenos lindantes a la carretera de Ribas con la Gran Vía, en esencia porque dicho cruce ocupaba un tramo de la plaça de les Glòries, durante decenios una indecisión permanente, quizá lo es aún hoy en día, de las políticas municipales, quien sabe si por el sueño jamás cumplido de convertirla en el centro urbano.

El segundo lustro de la década de los 10 del Novecientos en Barcelona estuvo condicionado a todos los niveles por los efectos de la Primera Guerra Mundial. El mundo empresarial aprovechó la bonanza hasta 1917 para incrementar beneficios, sin alguna repercusión en los bolsillos de los trabajadores. 1919, con la huelga de la Canadenca y la consecución de las ocho horas de jornada laboral gracias a la fuerza de la CNT, fue el apogeo hacia el drama, pues la Patronal no aceptó la derrota y, apoyada por el poder, desató más si cabe una Guerra Civil urbana contra la clase obrera, quien tampoco se quedó de brazos cruzados.

La madrugada del miércoles 16 de julio de 1919, Segismundo Obradors Gaig, de treinta y cuatro años, padre de dos hijos, se dirigía a su domicilio en el carrer de Marconi, enlace desaparecido, reemplazado por una plaza dentro de la rambleta hacia la Meridiana, con la de les Escoles. De repente, en la plaça de l’Església, irrumpieron un par de pistoleros le dispararon dos tiros a quemarropa, causándole la muerte de manera instantánea.

Clot 110-112 | Jordi Corominas

Los Obradors no se libraron del espíritu de la época. Ignoro si fueron causantes, como tantos otros del mismo, si bien no debería descartarse. Los pisos de alquiler del carrer del Clot eran otra operación más de su pequeño imperio, demostrable al dar, en 1963, con la necrológica de otro miembro del clan, Eudaldo Obradors, vicepresidente de la primera mutua regional de accidentes de trabajo y máximo responsable del gremio sindical de ladrilleros de Barcelona.

El trecho del carrer del Clot comprendido entre Navas y Muntanya es un espectáculo por la alternancia de antiguo y moderno, notándose como antes la nivelación era otra, como si jugáramos a un rompecabezas hacia su recomposición, heroicos por fijarnos con calma en tantas joyas menospreciadas no sólo por la desconcentración contemporánea, sino incluso por el irrisorio ancho de calle porque aquí los coches siguen indiscutido en su hegemonía.

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