Muchas semanas, tras escribir la entrega de la anterior, me entra una especie de urgencia fotográfica, una excusa como cualquier otra para reincidir en la visita del lugar de investigación y mejorar mis apreciaciones, pese a ello siempre imperfectas, causándome una especie de eterno retorno, plácido al gustarme, insidioso porque, aún pasados varios meses tras las conclusiones, mis ojos buscan detalles y la mente no deja de formularse preguntas sobre los lugares.

Este tramo del carrer del Clot, entre València y Muntanya, siempre me ha generado una fascinación muy particular, quizá por la ruptura abrupta de la calle por la rambleta del carrer Aragó, quizá, aunque ambas opciones son válidas, por ese particular mejunje de su lado montaña, con los edificios desacordes por el transcurrir del tiempo, tan inclemente en lo estético como para elevar añadidos a fincas modernistas de notable valor edilicio.

Todo el perímetro muestra el poder de los hermanos Obradors, algo continuado en los números 145 y 147, con la misma autoría del 159, correspondiente, como anticipamos el jueves pasado, a Josep Graner. Si apenas lo mencionamos fue con toda la intención del mundo.

A lo largo de todos estos años de pasear Barcelona he forjado una especial relación con este maestro de obras, uno de los grandes secundarios de lujo de la arquitectura catalana de finales del siglo XIX y principio del XX. En algún momento, aviso a los navegantes, puede confundirse por apellido con Josep Granell, a quien reconocerán por formas más ondulantes que las de nuestro protagonista, impresionante en su recorrido por las calles de la capital catalana con obras tan célebres como la Casa Fajol del carrer Llançà, ornada con su mítica mariposa, la Torre Garreta del carrer Campoamor de Horta, las naves del carrer d’Ortigosa, La Cosme Toda del 84 de Viladomat, la Ricard Mestres de la plaça de Sol, identificable por sus actuales ventanas rosadas, o la maravillosa cristalería Planell del carrer Anglesola de Les Corts, flamante tras su recuperación de una catastrófica ruina y hoy en día uno de los rincones más apasionantes de Barcelona al coincidir con la Escola Bressol Xiroi, una propuesta arquitectónica poco usual incluso para una urbe siempre presumida en este aspecto.

La cristalería Planell en la calle Anglesola de Les Corts, de Josep Graner | Jordi Corominas

Graner debió ser uno de esos hombres fiables para el común de los pagadores, quizá no tanto como Enric Sagnier, pero del nivel de otras bestias ocultas como Domènec Boada, por citar uno de tantos hermanos de armas caídos en el anonimato por la simplificación de la Historia urbana, más proclive a ingresar dinero con marcas reconocibles, Gaudí entre todas ellas, para prescindir de todo ese inmenso bagaje de una época irrepetible.

Los Obradors tampoco debieron tener grandes pretensiones estilísticas para las fachadas de esas viviendas a alquilar. Lo demuestra lo simple de su composición, destacable por algunos elementos arquetípicos para dar ritmo al conjunto y realizar un trabajo profesional, más notorio en el número 143, de dimensiones más reducidas y perteneciente, así lo atestiguan los escasos documentos, a un tal José Sellés, con toda probabilidad o un ingeniero, participante en la creación del Funicular de Montjuic para la Exposición Internacional de 1929, o un agente comercial colegiado, fallecido a finales de enero de 1934.

Los otros Sellés de la lista suenan más inverosímiles entre un sacerdote y un barrendero de Sabadell apuñado por un compañero tras una reyerta. Lo significativo radica en el único documento de Clot 143, una casita de planta y piso bien coqueta y conservada como es debido, donde vemos cómo un tal Jaume Ral i Escofet actúa en su nombre para reparar la calzada cercana, actuación repetida por el firmante en muchos otros rincones barceloneses, algo normal si rebuscamos un poco en la hemeroteca, localizándolo como Presidente de la Unión de fabricantes de mosaicos hidráulicos en 1929, uno de los años más atareados de su vida, coronándolo con la fundación de la Liga de Actuación Constitucional, formación con aspiraciones de garantizar la seguridad de la patria, la paz social y el bienestar laboral.

La Casa Josep Sellés, en el 143 de la calle del Clot | Jordi Corominas

Mientras buscaba datos no pensé en dedicar tanto espacio a Ral i Escofet, pero algo me dice como su aparición en los papeles tiene algo entre corrupto, consuetudinario y, sí, rutinario en los dimes y diretes de aquel instante.

Su trayectoria anterior no es la de un mero representante. La vinculación con el mundo de las baldosas hidraúlicas tenía origen familiar. La sede de su empresa estaba en el 52 del carrer de Blanco en Sants, si bien resulta más significativo para comprender la trascendencia del personaje su azaroso periplo sentimental. En 1921 enviudó por vez primera al fallecer Montserrat Fargas Casanovas con tan sólo veinticinco primaveras; aquí los apellidos nos transportan a una pareja de excepción con vastísimas propiedades, tanto como para extenderse del Baix Guinardó hasta, el nombre hace la cosa, La Font d’en Fargas.

Vista del tramo de la calle del Clot desde su número 131 | Jordi Corominas

Ral i Escofet se recuperó pronto de este mazazo, hasta contraer segunda nupcias con Eulàlia Torres y Vives, hija de Isidro Torres, quien sabe, a veces con la intuición no basta, si heredera de la fábrica hidraúlica de su padre, nada casualmente sita en el carrer de Blanco 52. El amor, o la conjura empresarial, se rompió la última semana de enero de 1928, cuando, ella justo siete años después de su antecesora, falleció.

Ral enviudó por segunda ocasión, sin resquebrajarse su prestigio en el sector y en el mundo catalán republicano, donde llegó a ser vocal del recién constituido Consell de Treball de la Generalitat de Catalunya. La Guerra Civil tampoco afectó, como mínimo, a su fortuna. Murió el 30 de mayo de 1949 en su domicilio del 102 de passeig de Gràcia, justo enfrente del restaurante La Puñalada, fuente inagotable de comentarios por las tertulias celebradas en su interior, donde asistieron plumas tan inmortales como las de Josep Pla o Santiago Rusiñol.

En este trecho del carrer del Clot los fantasmas son invisibles y se divierten en confundirnos, como si lo más relevante fuera un accesorio a otras informaciones muy puntuales y útiles para retratar toda una era más allá de los trompicones cronológicos de los inmuebles.

Les Casas Graner del 147 a 143 de la calle del Clot | Jordi Corominas

Una vez abandonamos el 143 de Graner debemos caminar hasta el 135, debut de una serie de bloques de pisos seguidos hasta el 131. No he podido averiguar su autor, y es una verdadera lástima porque contienen minucias significantes de calado, desde la plaquita de numeración, aún con visos decimonónicos, hasta lo poco sonsacado de sus probables propietarios. Uno de ellos, Joan Admetlla, fue abogado, murió en 1938 con setenta y seis años, tuvo una ferretería y el dominio del 135, así como Matilde Gobern ostentó el del 131, además de ser miembro durante los años republicanos de Palestra, una organización ideada por el fascista catalán Batista i Roca, con busto en su homónima calle en Les Corts, para combinar adiestramiento deportivo y doctrina nacionalista, muy en consonancia con las tendencias europeas de esos decenios.

Por lo demás, cuando terminan estas fincas con aspecto residencial para empleados de las cercanías, atisbo a lo lejos la primera pareja de las pajaritas del anarquista Ramon Acín, escapadas de su hogar para volar y dar un beso a los familiares, artista fusilado por los rebeldes en su Huesca Natal. Él, no sólo en los pies, es magnífico para mostrarnos el camino a seguir.

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