
En Sallent, las esposas, hijas y prometidas de los mineros paseaban su desconsuelo por las calles de la población del Bages. “Les matarán de hambre”, se quejaban.
Las autoridades estaban perplejas. El ministro de Gobernación, Santiago Casares Quiroga, llamaba todas las tardes a Barcelona: “¿Cómo están los del agujero?”, preguntaba.
Los del agujero comían el rancho que se les bajaba y seguían de mitin permanente. Dedicaron una jornada entera a repartir entre los presentes la fortuna del conde de Romanones, un viejo oligarca que había presidido el Gobierno con Alfonso XIII.
Un minero preguntó: “Pero si el reparto es total, entre todo el proletariado de España, ¿cómo podemos adjudicarnos solo a nosotros lo que corresponde a tantos camaradas?”
El camarada que presidía el debate contestó: “Los demás podrán repartirse el resto”. El resto eran todas las demás fortunas que no fueran la de Romanones, la cual, por derechos de prioridad, correspondía a los enterrados de Sallent.
Las autoridades locales trataron de sacarles apelando a los sentimientos. “Después de tantos días de estar solos, quizás si les enseñamos las mujeres…”. Nada que hacer. Los ascensores de la mina siguieron vacíos, pese al cebo femenino.
No fue hasta que pasó una semana, cuando las noticias que venían de fuera confirmaron que la llegada definitiva del comunismo libertario tardaría algo más de lo previsto, que los mineros decidieron subir de los pozos. La iniciativa fue recibida con satisfacción general.
Esta historia está recogida en el libro de Josep Maria Planes ‘Los gángsters de Barcelona’ (Proa, 2002). Podría servir de metáfora de lo que está sucediendo actualmente en algunos ámbitos de nuestro país. Como los anarquistas en la tristemente efímera Segunda República española, los de ahora son círculos minoritarios, aunque hacen tanto ruido en los medios y en las redes que parecen gigantescos. Pero no dejan de ser mineros encerrados en un pozo, “con prisa” para llegar a su paraíso soñado y seguros de que su objetivo “está a la vuelta de la esquina”. Aunque la mayoría, a cielo abierto, no lo vea por igual. Ellos, en el pozo, ven mejor la luz que los que están arriba, aunque quizás sólo sean las famosas sombras de Platón proyectadas por la televisión pública nacional. Tan convencidos aparentan estar, los de aquí y ahora, que ya se reparten el botín antes de tenerlo en el saco y bien atado. Piensan que es cuestión de seguir encerrados porque lo que desean llegará en cuestión de meses o, como mucho, años. Y anatematizan a todo aquel minero, no menos idealista y luchador que ellos, pero que prefiere subir porque piensa que la realidad (¿la correlación de fuerzas?) no ha cambiado tan rápidamente como muchos de ellos quisieran, tanto los que están arriba como los que siguen empeñados en el pozo; y menosprecian y reniegan de todos aquellos que les acompañaron durante un tiempo, pero que ahora piensan que hay que seguir trabajando en la superficie y no dentro de un espacio cerrado, oscuro y poco aireado.
El autor del reportaje, Josep Maria Planes, fue un joven y brillante periodista manresano que dirigió el semanario satírico El Be Negre. Murió asesinado a sangre fría por pistoleros en la carretera de la Arrabassada de Barcelona en agosto de 1936. Tenía 29 años.
Sallent es la localidad donde nacieron y crecieron, entre otras celebridades, San Antonio María Claret y la ex diputada de la CUP Anna Gabriel.
Hay una diferencia entre los mineros de Sallent y los de ahora. Los de 1933 no lo “volvieron a hacer”. Los de ahora prometen que sí.


