A lo largo de esta semana he pensado mucho en el carrer Meridional desde las características descubiertas y presentadas en la entrega anterior de las Barcelonas. Su ubicación corresponde a una realidad en el intersticio entre dos épocas, pues su enfoque se centra en el Rec Comtal, con vistas más fijas en el carrer del Clot, preponderante al ser entonces un enlace más solvente que la futura Meridiana, aún en pañales y, por decirlo con términos de hoy en día, de desarrollo tardío.

Esta última avenida, no cabe duda, divide el Camp de l’Arpa y el Clot, con Meridional entre dos tierras, si bien más metido en la segunda, desde una mentalidad, la de José Costa, en clara oposición a la de Dolors Coll, quien como vimos prefería meditar en la urbanización de la montaña, racionalizándola en su presente.

La Meridiana vista desde la calle Meiridional | Jordi Corominas

De Costa ofrecí algunos datos, quizá ampliados con una mención en la Barcelona selecta de 1908 a su profesión, curtidor de pieles, con una fábrica en el 150 de Dos de Maig, algo probable, pero no definitivo por la repetición del apellido en las historias mínimas de la Ciudad Condal, no en vano, el passatge Costa del Baix Guinardó va a otro Josep Costa, este de los años veinte del siglo pasado.

En cambio, sí podemos fijarnos en algunos detalles de bastante enjundia, como, por ejemplo, el inicio de la construcción de las casitas de la calle, preciosas, repintadas en su planta y piso, como si los vecinos quisieran darse el lujo de admirarlas cada mañana en el silencio de sus dominios, poco o nada transitados. Este hecho, el del anonimato entre el bullicio, es inherente al lugar, abierto en sus inicios a una prosperidad por colindar con el Rec, mientras ahora se atiende recuperarlo para zanjar el obsceno camino de otros residentes, una especie de pasillo incoherente desde la idea comunitaria.

Puertas de la calle Meridional | Jordi Corominas

La hilera de viviendas mejor conservada empezó a erigirse en 1882 y su firmante era un maestro de obras de apenas veinticuatro años, Joan Barba y Balanzó, en su madurez entre la élite dirigente de su gremio. La cronología nunca es casual, y en mi observación de estos días por la zona me fijé en las fechas de los edificios. En el carrer del Coronel Sanfeliu, héroe de la campaña de Marruecos de 1860, uno data de 1873. En Joan I, durante decenios passatge Fortuny, dos son de 1890. Los más longevos son los del conjunto del carrer del Clot, de 1837 y por suerte sin riesgo de ser derribadas al integrarse desde 2008 en el Catálogo Patrimonial.

Por lo tanto, las del carrer Meridional sufren el mal de todo su hábitat, el estar a caballo entre dos mundos, aquí por coincidir con la expansión industrial del Clot y situarse a las puertas del Modernismo. Por eso mismo sus casitas aún pueden desprender un cierto aroma popular decimonónico, tanto por su horizontalidad, escondida entre la verticalidad de Carrer del Clot, continuación de la carretera de Ribas, como por su estilo, sin ningún tipo de florituras.

Esto podría achacarse a la juventud del maestro de obras y a los intereses de Costa, quien no debió pensar en gente adinerada, sino más bien en trabajadores, los pobladores esenciales de la modernidad del Clot, aunque es lícito sospechar de la existencia de artesanos y menestrales, siempre más desplazados, más bien engullidos por el boom del mundo fabril hasta configurarse en la punta de lanza del próximo sindicalismo.

Para Barba y Balanzó debió ser un debut de aprendizaje. Su legado por Barcelona es el de los secundarios de su oficio, siempre con trabajo, pero sin reconocimiento póstumo. Su obra más emblemática quizá sea la casa roja de la esquina de Xifre con Rosselló, entonces la frontera del Camp de l’Arpa con l’Eixample, un inmueble legendario y extraño, una muralla invisible, uno de tantos límites sutiles en la capital catalana.

La casa Roja en Xifré con Rosselló | Jordi Corominas

Su rastro es curioso al permanecer sin tener ningún tipo de foco. En Ronda Universitat, la casa Isidre Gassols, de 1900, impone su magnitud, despreciada porque solemos mirar al lado mar y pocos transeúntes captan sus cuatro tribunas, sin alardes, composición para la composición y guiñar un poco a la moda Lo mismo, desde otros parámetros, acaece en la Bonanova, donde en 1911 entregó a Antoni Fisas una finca esquina entre Arimón y Ciutat de Balaguer, naranja y simple, reacia al ornamento excepto por las ventanas y un mínimo arrebato en la coronación de la fachada.

La Casa Fisas, en Ciudad de Balaguer con Arimón | Jordi Corominas

Quien quiera, puede seguir a Barba y Balanzó por Gràcia, de Verdi a Sant Lluís con incursiones por el afuera de Grassot. Quizá, en estos paseos dentro del paseo, resulte más complicado dar con el rubricante, José Serra y Serra, encuadrado en el universo de los maestros de obra, implicado con los suyos y quién sabe si gran administrador de propiedades particulares. El sector hacia la Sèquia Comtal del carrer Meridional le corresponde al erigirlo a partir de 1889, cuando la calle cobra su morfología casi definitiva, más congenial con un pasaje cualquiera por su abrupto final, consecuencia, como no nos hemos cansado de esgrimir, de cortar su conexión con el Rec Comtal, una indecencia en la lógica espacial y el colmo para esa línea recta, cul.-de-sac sin espectadores ni engarce con sus dos posibilidades de salida.

La calle Meridional vista desde la Meridiana | Jordi Corominas

La de la Meridiana, por la reforma, es un mero acceso a la realidad, sin anestesia y con varias capas antes de insinuarse una normalidad por culpa de esos arbustos. Si aceptamos que la cotidianidad impuesta, pues hay urbanismos que son dictaduras, tiende a ir al medio, podremos convenir la desgracia de la acera del carrer Meridional, ridícula por la querencia al coche durante el Franquismo y absurda en la Democracia por ser una sacrificada en la coyuntura de la Meridiana, como si el ingreso al auténtico Clot no tuviera rango ni valor al privilegiar, siempre desde lo sostenible y lo ecológico, centrarse en un aspecto de esta área sin atender a los márgenes, y aquí, como rizar el rizo, Meridional vuelve a toparse con su sempiterno doble significado, de limbo a periferia de la periferia, encerrado en su propio juguete desde la incompetencia de quienes nada ven y menos miran.

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