Mi recuerdo de Maria Antònia Oliver sobrepasa las lecturas de sus novelas de ladrones y policias, con la primera mujer detective, Lònia Guiu, la heroína de las novelas Estudi en lila, Antípodes, y El sol que fa l’ànec, piezas que han sido traducidas a varias lenguas. De su obra siempre destacó una visión feminista y la reivindicación desacomplejada de los Països Catalans como ámbito nacional.
Oí hablar de Oliver hacia 1974, en Balaguer, en La Noguera. Las entidades de jóvenes habíamos organizado una semana de agitación cultural que culminaba con una charla de Maria Aurèlia Campmany, entonces una escritora muy conocida. Pero finalmente, no pudo asistir y recomendó un joven prometedor: Jaume Fuster, autor de una popular novela de ladrones y serenos en catalán: ‘De mica en mica s’omple la pica’.
En aquellos momentos tan importante como la intervención pública era la cena posterior. En un ambiente distendido, una cincuentena de personas, la mayoría jóvenes, escuchamos a Jaume Fuster. La charla tocó todos los puntos que podían interesar en aquellos momentos: la Assemblea de Catalunya, los partidos políticos y sus posiciones… Los movimientos más vanguardistas de los jóvenes literatos, todo con total libertad.
Y hacia el final de la cena Jaume Fuster entró en un tono más personal. Hablando de los trasvases políticos que se producían, contó la aventura de un grupo de jóvenes catalanes que fueron destinados a Mallorca a realizar el servicio militar. Allí mantuvieron la militancia política que desarrollaban en la universidad catalana. Crearon una célula del PSUC sin que el partido supiese nada. Tampoco sabían nada los comunistas mallorquines que durante un tiempo estuvieron con la mosca en la oreja.
Además de política, los jóvenes catalanes conocieron en Mallorca a un grupo de chicas que también tenían inquietudes culturales. Y se crearon parejas, una de ellas la de Jaume Fuster y Maria Antònia Oliver. Aquellos emparejamientos los llamó Fuster, ‘el rapto de las sabinas’. Muchos de estos jóvenes confluyeron en grupos como el colectivo Ofèlia Dracs, que se esforzó por naturalizar, por ejemplo, la literatura erótica en catalán.
Desde ese momento seguí las trayectorias de Fuster y Oliver, sus libros y también su militancia política, en el PSAN, hasta que una escisión les alejó del partido, pero no del compromiso.
Hacia 1998 una complicación en una operación causó la muerte de Fuster. Maria Antònia Oliver acabó retornando a Manacor. Desde su ciudad natal siguió escribiendo novelas negras teñidas de lila feminista. Siguió, con toda naturalidad, defendiendo a los Països Catalans y, pasados los años llegaron los reconocimientos que culminaron con el Premi d’Honor de les Lletras Catalanes.
Por todo ello siempre he comprado y leído con disfrute las obras de los autores de la generación de los setenta, recordando a la primera persona, Fuster, a quien yo oí, con diecisiete años, hablar de la actualidad política como si estuviéramos en democracia. Pero todavía faltaba ver y sentir los últimos zarpazos del franquismo.