
Según Google, un 70% de la población sufre bruxismo, o lo que es lo mismo, el vicio de fregar, apretar y/o repicar los dientes de forma inconsciente mientras se supone que se descansa. Yo no sé exactamente cuándo empecé. Sé que llevo suficiente tiempo haciéndolo para haber acabado con los colmillos completamente planos, y reconozco instantáneamente el tipo de dolor de templos que viene de levantarse con la mandíbula exhausta. Pero lo que sí sé es que mis dientes y mi sonrisa son de las cosas que más he detestado de mi cara. Y tanta, tanta vergüenza me hacían que cuando hace unos años cobré mi primera paga doble, corrí al dentista como la ratita que barría la escalera, o Cardi B después del hit Bodak Yellow, para “arreglarme” las dientes y hacerme enganchar de nuevo los trocitos que mi subconsciente se había dedicado a erosionar. Para empezar, me alargaría las palas: 300 euros. Además, me haría hacer una férula protectora de 400€ más, para evitar disgustos. Unos diez meses después cometí el error de confiarme y dormir por una noche sin ese ladrillo de plástico en la boca y, desgraciadamente, al día siguiente ya lo vi. A mi pala izquierda le faltaba la puntita de una esquina.
Hace un mes fui a ver Spiderman: No Way Home, no una sino tres veces. Recuerdo haber ido al cine de pequeña a ver la segunda de las de Tobey McGuire donde se peleaba con el Dr. Octavius en 2004, y recuerdo también un par de sueños con Spiderman de estilo Edward Cullen de Andrew Garfield cuando lo vi de adolescente en 2012. No me considero fan verdadera de Marvel, pero podría decir que he vivido la culminación de estos 20 años de Spiderman en la gran pantalla como una especie de Harry Potter, ahora que JK Rowling está “requete-cancelada”. Canónicamente pobre, maldando mes a mes para llegar a pagar el alquiler a tiempo, pero sin dejar de intentar ayudar a su barrio porque “un gran poder comporta una gran responsabilidad”, Peter Parker es quizás el héroe que más cosquillea mi pobre alma miléneal. He visto las pelis, he jugado en los juegos de la play e incluso he leído algún cómic, pero, pese a todo el hype del mundo, la esperada reunión de los tres Peters no fue lo que más me llamó la atención del estreno.
En Spiderman: No Way Home también se reúnen los malos de las películas anteriores, y además de los 20 años que llevaban encima, en su reaparición había algo que les diferenciaba rotundamente del grupito de Tom Holland: efectivamente, seguimos con los dientes. Es un elemento que no puedo evitar notar también de las pelis de los 80 o 90 que me pongo cuando tengo una noche melancólica. Había una época en la que los actores salían a actuar con dientes de todo tipo. Blancas, amarillas, grandes, pequeñas, rectas o torcidas… Bien, cómo salimos todos a vivir fuera de las pantallas, ¿no? El hecho es que en los últimos años las sonrisas perfectas no sólo han ocupado toda la industria del cine, reservada a una burbuja de millonarios, sino que ahora nos asedian también en las pequeñas pantallas todas las personalidades que viven de ser cercanas, normales, como nosotros. Influencers de Instagram, estrellas de Spotify o comunicadores de Youtube, todos ellos lucen sonrisas de Hollywood. ¿Cómo ha ocurrido? Los dientes se han convertido en un signo más de estatus, por lo caros que son los procedimientos y por el lujo de arreglar algo que nunca había dejado de funcionar.
Los implantes dentales son normalmente recomendados para los pacientes con algún diente en mal estado, pero también resultan ser la opción más fácil y rápida cosméticamente hablando. Limando hasta dar un aspecto de diente de tiburón bebé a tus dientes naturales, dejas el espacio necesario para albergar rectángulos grandes, simétricos y blancos que te crean lo que ahora llaman el “influencer smile”. Y es que este procedimiento se ha convertido en una especie de rito de paso de todo aquel que pretende tener presencia online, te da estatus y por tanto altavoz y plataforma, haciendo que algunos acaben yendo hasta los extremos de buscar opciones más baratas y menos seguras para conseguir los dientes deseados. Como explica este artículo de Insider, los viajes exprés a Turquía para hacerte los dientes nuevos están ya más que normalizados, todo por una fracción del precio estándar, y de hecho la creación de contenido sobre el mismo procedimiento es todo un éxito en las redes.
Ahora, como muchos de estos procedimientos estéticos, al fin y al cabo, se trata de la mutilación de una parte de nuestro cuerpo perfectamente útil y servible, todo para acercarnos a unos estándares de belleza que cambian cada cinco años simplemente para que no podamos llegar nunca. Y, como la mayoría de procedimientos estéticos innovadores, no existe consenso sobre su seguridad. Las inyecciones de ácido hialurónico para inflarte los labios que, supuestamente, se reabsorbían en cuestión de meses, resulta que años después todavía migran hacia otras zonas de la cara. Las sonrisas de influencer, por su parte, comportan perder los mismos dientes, teniendo que vivir para siempre de alquiler, teniéndolas que cambiar cada 10 años por miles de euros y con el peligro de perder definitivamente lo poco que te queda de diente, teniendo que llevar dentaduras postizas a los 40 o 50 años. Mientras escribo esto y me rasco la lengua con mi pobre pala rota, me pregunto, ¿cuánto llegaré a pagar por mis inseguridades?