El catedrático de Política económica en la Universidad de Barcelona Anton Costas preside el Consejo Económico y Social y es consejero de Estado. Presidió el Círculo de Economía de Cataluña. Ha combinado la docencia con la publicación de numerosos libros y artículos en los que suele manifestar su voluntad de utilizar la economía para impulsar el progreso de las sociedades. También lo hace en su último libro –“Laberintos de prosperidad” (Galaxia Gutenberg), escrito conjuntamente con el economista Xosé Carlos Arias-, que propone tejer un nuevo contrato social por una economía digital, verde e inclusiva. Es realista. A su edad, dice, que la vida le ha enseñado que el exceso de expectativas genera frustraciones.

¿Qué expectativas podemos tener de un futuro económicamente y socialmente más justo que no acabe causándonos frustración? ¿Qué le podemos pedir al futuro, siendo realistas?

Una de las cuestiones que tenemos que debatir es qué significa el término ‘progreso’ y, en particular, el término ‘progreso social’ en el inicio del siglo XX. Durante las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, progreso económico, progreso social y progreso político fueron de la mano, los llamados ‘30 gloriosos’. A partir de los años ochenta, el capitalismo cambió de piel, que es el título de un libro anterior común con Xosé Carlos Arias, y comenzamos a ver con retraso que crecimiento ya no significaba progreso social y, un poco después, esa falta de progreso social trajo estos barros, este inicio de barbarie política al que estamos asistiendo. Si queremos civilizar el capitalismoo para reconciliarlo de nuevo con el progreso social y la democracia, tenemos que volver a recuperar la prosperidad para todos. A nuestro juicio, prosperidad hoy significa mejores empleos para más personas en más lugares de nuestros países porque asociamos progreso social al empleo más que a la redistribución. Es posible y no debería llevar de nuevo a la frustración a la que sí llevaron aquellas expectativas de los años ochenta, noventa, cien, cuando en plena deslocalización industrial, en plena reconversión y en plena hiperglobalización financiera y comercial, se le dijo a la gente que todo eso traería expectativas de mejora. No fue así y la frustración con esa promesa de expectativas de mejora explica buena parte del malestar, del resentimiento social, casi diría de la rabia que hoy vemos en nuestras sociedades; rabia que explica también bastante el apoyo que estamos viendo a partidos de extrema derecha y a dirigentes políticos autoritarios que no creo que todas las personas que están apoyando electoralmente a este tipo de opciones de extrema derecha se hayan vuelto ellos mismos de extrema derecha o pre-fascistas. Se explica mejor este apoyo electoral a los partidos radicales de extrema derecha a través de esa frustración de las expectativas de mejora, de las oportunidades de mejora que se ha producido en las tres, cuatro últimas décadas.

“Si queremos civilizar el capitalismoo para reconciliarlo de nuevo con el progreso social y la democracia, tenemos que volver a recuperar la prosperidad para todos” | Pol Rius

“Laberintos de prosperidad”, el título del libro, ¿quiere dar a entender que la prosperidad es posible pero que alcanzarla es muy complicado?

La tesis es que hay que recuperar la prosperidad para todos. De lo contrario, seguiremos teniendo unas sociedades muy convulsas. A la vez, la idea de laberintos es que las salidas no son fáciles. Identificamos cuatro salidas posibles de ese laberinto pero no todas ellas se concilian bien con el futuro. Esa es la experiencia de los años veinte y treinta, donde el fascismo, el nacionalismo extremo ofreció salidas a una sociedad que a principios de siglo era muy desigualitaria, con elevados niveles de desempleo y con mucha frustración. El fascismo en general y el nazismo en particular ofrecieron salidas a aquel laberinto pero hemos visto que aquellas salidas se conciliaron muy mal con el futuro. El razonamiento hoy es similar, no igual pero creemos que hay salidas a ese laberinto que, sin embargo, a medio o largo plazo son peligrosas. En América, el continuar con lo mismo, que es un poco la idea del neoliberalismo aún muy dominante, más de lo mismo sería a nuestro juicio una salida falsa a este laberinto. El America first, que ha venido a poner de moda la política comercial y nacionalista de Trump, también es una salida falsa. En un sentido diferente, la idea de que la desigualdad y la falta de expectativas pueda resolverse a través de una redistribución masiva, como propone cierta izquierda radical, tampoco es una buena salida. Si nuestra hipótesis de que los problemas de desigualdad y falta de expectativas vienen de la falta de buenos empleos es cierta, la solución no podría ser una redistribución masiva, una renta básica universal, porque no resolvería el problema del empleo. Cuarta salida: la salida al laberinto tiene que venir de una combinación de una economía dinámica, vibrante, pero que reparta bien la riqueza que crea, y una economía que sepa dar mayores capacidades y habilidades a las personas para buscar buenos empleos. Basamos nuestra salida al laberinto en lo que en la terminología de los economistas llamamos políticas que actúen contra la desigualdad en la etapa de distribución del excedente empresarial y en la etapa de predistribución; es decir, de darle capacidades a las personas, en particular a los jóvenes, para que puedan encontrar mejores empleos.

La salida al laberinto tiene que venir de una economía que reparta bien la riqueza que crea y que dé mayores capacidades a las personas para buscar buenos empleos

Habla de ‘capitalismo compasivo’

A veces hablamos de civilizar el capitalismo, en el sentido de que sea capaz de hacer verdad lo que es su gran promesa, que es la de dar oportunidades a todos, especialmente a aquellos que más lo necesitan. Ese es el fundamento moral del capitalismo. Si rompe esa promesa, el sistema tiene que pasar entonces a defender opciones fascistas, como lo hizo en los años treinta.

En el libro dicen que la sociedad tiene que basarse en tres patas: Estado, mercado y comunidad. ¿A qué se refieren al introducir la comunidad en el nuevo contrato social que proponen?

Hay un libro que publicó hace unos meses un economista prestigioso de la Universidad de Chicago, Raghuram Rajan, que además fue presidente del Banco Central de la India, de orientació liberal, que se llama “El tercer pilar”. Desde su perspectiva más liberal explica el apoyo a Donald Trump en 2016 como la consecuencia de la reacción de muchas comunidades, pequeñas y medianas ciudades y territorios de Estados Unidos que habían sido prósperas en los años cincuenta, sesenta y setenta pero que el proceso de desindustrialización y reconversión -pensemos en Detroit- y la salida de puestos de trabajo hacia Asia, especialmente hacia la China, las empobreció. En el caso de España es muy evidente. En términos cinematográficos está muy bien recogido en la película “Los lunes al sol”, que transcurre en Vigo. Es una buena manifestación cinematográfica de lo que ocurre en una ciudad mediana como Vigo cuando el proceso de desindustrialización de los años sesenta, setenta, produce una pérdida de prosperidad y una percepción de falta de expectativas de futuro. A eso me refiero cuando hablamos de la tercera pata de la prosperidad. Los años setenta, ochenta, noventa focalizaron mucho la búsqueda de la prosperidad en el mercado olvidando en gran parte el papel del propi Estado. La crisis del 2008 con la austeridad fue un ejemplo evidente. La prosperidad de los países es como un taburete con tres patas, que son: el mercado, todas aquellas relaciones que hacemos de forma privada a la hora de consumir, invertir y ahorrar, aquellas actividades que desarrolla el Estado pero también la prosperidad de todo el territorio. Los economistas acostumbramos a analizar las transformaciones económicas, el paso de una sociedad agraria a una industrial o de una sociedad industrial a una digital, a través del resultado global, total, que tienen esas transformaciones en lo que llamamos el bienestar social agregado. Si puedo demostrar que pasando de una sociedad a otra hay una mejora del total del bienestar para el conjunto de la sociedad defendemos esa transformación, pero nos olvidamos de lo que ocurre en la transición, en medio de esa transformación. Nos olvidamos del hecho de que ese tipo de procesos tienen impactos muy negativos en sectores o segmentos concretos de la población y lo hacemos porque consideramos que el bienestar total agregado ha aumentado. Si algunos se ven perjudicados o dejados en la cuneta ¡qué se le va a hacer! En el caso de Catalunya si nos preocupásemos de todos los procesos de desindustrialización de los años sesenta y setenta que afectaron a ciudades medianas prósperas que perdieron parte de su prosperidad quizás entenderíamos un poco mejor lo que ha ocurrido aquí.

Los economistas acostumbramos a analizar las transformaciones económicas” | Pol Rius

Hemos vivido dos crisis en los últimos 14 años. La financiera del 2008 y la sanitaria del 2020. La respuesta política y económica ha sido muy distinta ante las dos. ¿Hemos aprendido que las políticas de austeridad son las peores ante las crisis financieras?

Hay una gran diferencia en cómo abordamos la recesión del 2007-2008 y la recesión pandémica del 2020. Es muy ilustrativo. Dos datos. En el caso de España, la recesión del 2008 duró cinco años, provocó una destrucción de empleo y de tejido empresarial masiva. La recesión de 2020 prácticamente no duró ni doce meses. La destrucción de empleo fue mucho menor aunque la caída de la actividad fue importante y la recuperación del empleo, no digo de los salarios, también ha sido muy rápida. Una diferencia enorme. Sin decirlo expresamente, los responsables de las políticas económicas de nuestros países, en Europa, en Estados Unidos, en Australia,… algo aprendieron de cómo se gestionó la recesión del 2008 aunque no lo han expresado, no lo han reconocido públicamente. La austeridad fue una barbaridad desde el punto de vista macroeconómico. La economía es como un avión que tiene dos grandes motores en las alas y uno más pequeño en la cola. Cuando los dos motores de las alas –el motor del sector privado, con el consumo de las familias y la inversión de las empresas, y el motor del sector público, con el consumo público, las escuelas, la sanidad y la inversión pública- funcionan a pleno rendimiento el avión va a la velocidad y la altura de vuelo. Cuando falla, como ocurrió en 2007-2008, se gripa el motor del sector privado, el avión mete el morro hacia abajo, una recesión, va en caída libre. No hace falta haber estudiado un máster de Economía para saber que si pilotas el avión tienes dos opciones: darle más potencia al motor que está bien, el del sector público, o, por el contrario, apagar el motor del sector público por el miedo a consumir más combustible, el déficit y la deuda. Si apagas ese motor, ¿qué pasa?

Que te la pegas

Te la pegas. Cinco años metidos en el fondo del pozo. ¿Qué hicimos ahora con los fondos? Le dimos la máxima potencia al motor del sector público para que pudiese sostener el avión. Es una gran lección de macroeconomía de la que sorprendentemente se olvidaron en el 2008

Por lo menos, eso lo hemos aprendido

De una manera clara. No sé cuánto durará el aprendizaje pero sin duda lo hemos aprendido y eso es lo que explica que esta crisis no haya provocado el marasmo social, el marasmo empresarial y el marasmo casi diría político que provocó la crisis del 2008. Político porque es a partir del 2008 cuando comienza a aumentar el apoyo electoral a los partidos de extrema derecha. Ya estaban allí con anterioridad pero su representatividad electoral era mínima. ¿Por qué a partir del 2008? ¿Han cambiado las circunstancias culturales? No me parece una buena explicación. Fue aquel marasmo social, aquel resentimiento social contra una forma de gestionar la crisis que metía el dinero en el rescate de los bancos y en otras cosas olvidando a la gente que se estaba hundiendo, desplomando en el precipicio.

No sé cuánto durará el aprendizaje pero hemos aprendido a no repetir la barbaridad de la austeridad del 2008

Si se hacen las cosas mal en el terreno económico y en la respuesta a las crisis que vivimos ¿corre peligro la democracia? Usted ha dicho que confia que resista las presiones que sufre pero que no tiene claro si es un pronóstico o un deseo

El libro lo comenzamos a escribir a partir de marzo de 2020 cuando aún la Unión Europea no había decidido, que fue en julio, aprobar los fondos Next Generation. En aquel momento, mi temor es que era más un deseo que un pronóstico. La verdad es que para mí fue una sorpresa muy satisfactoria ver como, por primera vez, la Unión Europea respondía como un estado federal, poniendo en marcha unos programas de gasto fiscal extraordinario para, por un lado resistir, por otro recuperarte y por otro reinventarte. Es lo que en un artículo llamé la estrategia de las tres R. El capitalismo es maníaco depresivo, tiene fases de euforia y fases de depresión. De la misma manera que los médicos saben regular un poco el ciclo bipolar de las personas, los economistas sabemos cómo se puede regular el ciclo maníaco depresivo del capitalismo. Antes de julio no tenía claro que la Unión Europea hubiese aprendido de lo que se hizo en el 2008-2010. Cuando aparecen los fondos  y la idea de financiar ese programa de expansión fiscal por primera vez con deuda europea fui cambiando desde el temor a que era un deseo al diagnóstico de que era un pronóstico que podíamos estar intentando afrontar esta recesión y esta transformación que tenemos delante de otra manera.

“La verdad es que para mí fue una sorpresa muy satisfactoria ver como, por primera vez, la Unión Europea respondía como un estado federal” | Pol Rius

En una entrevista reciente decía que en clase enseñaba que eficiencia y equidad no iban de la mano pero que ahora piensa que sí. Se enfadarán sus ex-alumnos

Probablemente, como yo mismo me enfadé. Un gran economista muy preocupado por la desigualdad, Arthur Okun, con los datos de muchos países que pudo manejar y con la metodología débil de los años setenta del siglo pasado, se preguntó qué relación había entre equidad o justicia social y eficiencia económica. Lo dramático para el propio Okun, que defendía la necesidad de políticas de reducción de la desigualdad, es que los datos estadísticos mostraban una relación inversa entre justicia social y eficiencia. Es decir que un aumento de la justicia social en un país producía una pérdida de eficiencia de la economía; crecía menos. Es lo que llamamos el trade off, el dilema de Okun. Un dilema tremendo que estudié en la Facultad y, aunque te partía el alma, los datos eran muy claros. Okun usaba la metáfora de un cubo agujereado. Decía: de acuerdo, la relación es inversa pero si vivimos en un país donde una parte tiene mucha agua y otra pasa una sed tremenda, a pesar de que al trasladar agua de una a otra parte se pierda algo, como en un cubo agujereado, hay que hacer esa transferencia. La evidencia empírica que teníamos es que había un trade off. Eso ha definido en gran parte la diferencia entre izquierda y derecha a lo largo de las últimas décadas. La izquierda, más proclive a aumentar la justicia social aunque eso significase una pérdida de eficiencia y la derecha, los conservadores, más partidarios de aumentar primero la eficiencia y después ya veremos cómo se aumenta la justicia social. Lo expliqué también a mis alumnos. Pero a partir de 2007 comienzan a aparecer una serie de nuevos estudios empíricos con más cantidad de datos, para más países, durante períodos de tiempo más prolongados y con metodología nueva, el big data, que permite trabajar mejor los datos. Cuando todo eso se pone en un gráfico resulta que lo que aparece no es una correlación inversa sino una correlación positiva. La mejora razonable de la justicia social da lugar a un mejor crecimiento y más sostenido en el tiempo. Lo he llamado una epifanía, una revelación que no viene del Vaticano ni de ninguna otra institución religiosa sino de los estudios del Fondo Monetario Internacional, de la OCDE y de otros autores desde 2014.

La mejora razonable de la justicia social da lugar a un mejor crecimiento y más sostenido en el tiempo

La lucha contra el cambio climático es imprescindible y urgente pero puede perjudicar el empleo

Si no se hace bien, sí. Ahí volvemos a la idea de la comunidad. El objetivo de contener el cambio climático es un imperativo categórico kantiano civilizatorio. Si queremos mantener el tipo de civilización que tenemos hay que contener esa modificación del clima y sus impactos. A eso le llamamos descarbonización. Hemos de pasar de una economía muy basada en combustibles basados en el carbono a una economía que sepa mantener la prosperidad y el crecimiento sin emitir CO2. ¿Es esto posible sin disminuir el crecimiento? Yo creo que sí porque los efectos del crecimiento sobre el medio ambiente no son una fatalidad inevitable sino la consecuencia del tipo de tecnologías que hemos utilizado para impulsar ese crecimiento, tecnologías muy contaminadoras. Tengo la seguridad de que tenemos ya y que, además, se desarrollarán de una forma muy rápida otro tipo de tecnologías que, manteniendo el crecimiento económico, no tengan ese impacto tan dramático que han tenido hasta ahora. De la misma manera que en las décadas pasadas el proceso de innovación fue muy intenso en tecnologías muy contaminantes, la capacidad de inversión en innovaciones no contaminantes es muy potente y será muy rápida, a mi juicio. ¿Por qué el término de decrecimiento no forma parte de mi lenguaje? Por una razón: porque no soy capaz de concebir el progreso social de los colectivos más pobres, más desheredados, sin crecimiento. ¿Cuál sería la alternativa? ¿Una gran revolución fiscal de los ingresos que les sacase riqueza a los ricos para pasársela a los pobres? Eso está muy bien sobre el papel pero no conozco ningún proceso histórico que haya funcionado de esa manera. El progreso social, la creación de las grandes clases medias a lo largo del siglo XX, ha venido básicamente a través del crecimiento. Un crecimiento que es verdad que ha sido muy dañino para el medio ambiente pero soy capaz de concebir un tipo de crecimiento que, manteniéndolo, tenga menos impacto. Los economistas le llamamos a esto externalidades. El tipo de crecimiento que hemos tenido ha tenido una externalidad negativa muy importante en términos ambientales de contaminación y de clima pero no veo razón por la cual no podamos pensar que ese tipo de externalidades negativas no las podamos eliminar y transformarlas en muchos casos en externalidades positivas.

Anton Costas y Siscu Baiges, durante la entrevista | Pol Rius

Hay quien defiende que tienen que crecer los países pobres y decrecer los países ricos

No me parece una fórmula adecuada. Eso ya se ha practicado con la globalización en las últimas décadas. El argumento de que la sociedad occidental tiene que disminuir su bienestar para que mejoren los países asiáticos o africanos es falaz porque Occidente no ha dejado de crecer en los últimos cuarenta años en los que China y la India se han incorporado y han creado clases medias emergentes. Lo que ha hecho Occidente es repartir mucho peor ese crecimiento, donde una parte, que le llamamos el 1% o el 0,1%, se ha enriquecido de una manera espectacular mientras que las clases medias y trabajadoras han disminuido. El problema no es ése. El problema es cómo distribuir mejor en las economías desarrolladas la riqueza y la productividad que se ha creado y que se seguirá creando. No veo que se pueda exigir moralmente a las clases medias y a las clases trabajadoras occidentales que reduzcan su prosperidad para que las clases medias y trabajadoras de países emergentes o en desarrollo puedan crecer. Es un dilema que no es cierto.

El argumento de que la sociedad occidental tiene que disminuir su bienestar para que mejoren los países asiáticos o africanos es falaz

Hay disparidad de criterios sobre el impacto de la robotización de los procesos productivos. ¿Cuál es el suyo?

Estamos aún un poco desconcertados. Los países donde ha habido una mayor aceleración de la robotización en un sentido amplio de la palabra tienen muy altos niveles de empleo. Es el caso de Estados Unidos, donde la robotización, la automatización, ha avanzado más y que está hoy en niveles que antes llamábamos de prácticamente pleno empleo. Otra cosa son los salarios y las condiciones laborables. No está claro que la robotización vaya a llevar consigo una destrucción masiva de empleos como pronosticaban los primeros estudios que se hicieron hace poco más de una década. Hoy ya no está tan claro. Podría ocurrir como ocurrió con la industrialización. La industrialización fue temida, en principio, por sus posibles consecuencias sobre el empleo pero, de hecho, a lo largo del siglo XX no disminuyó en ningún caso la cantidad total de empleo. Sí que cambió su composición. La agricultura pasó a tener menos empleos pero, a la vez, la manufactura y los servicios aumentaron mucho más. No tengo un criterio claro. Hay economistas con gran prestigio, como Daron Acemoglu, que dicen ahora que en aquellas sociedades donde la automatización va mucho más rápida, como Estados Unidos, hay un exceso de automatización. Acemoglu defiende que es necesario regular la innovación tecnológica para dirigirla a fortalecer la productividad  y el empleo de los trabajadores en vez de dirigirla a substituir empleo. Y eso le lleva, además, a defender también una especie de nuevo estado 3.0, un estado que tiene que asumir una nueva función importante que es la regulación de la dirección de la innovación tecnológica. Y eso está muy vinculado a lo que hablábamos de la descarbonización. Es un reto que tenemos por delante. No tengo una idea clara. Aún cuando el 60% o el 70% de la innovación la hace el sector privado esa innovación opera en un marco donde el sector público tiene una gran influencia en cuanto a determinar los parámetros en los que se mueve esa innovación. Es una cuestión abierta.

No está claro que la robotización vaya a llevar consigo una destrucción masiva de empleos

Acaban “Laberintos de la prosperidad” diciendo que “se trata de civilizar el capitalismo postpandémico”. ¿Quién y cómo podrá hacerlo?

Especialmente la sociedad. El estado es un importante elemento civilizador. Los fondos europeos se pueden leer como una  nueva percepción de la importancia que tienen las políticas estratégicas nacionales para afrontar toda la transformación digital y la descarbonización. Antes de la pandemia había como una fantasía de que la globalización orientaría bien todos estos procesos. Cuando hablabas antes de marzo del 2020 de política industrial estratégica, tus propios compañeros de profesión y muchos responsables políticos te podían ver como un personaje anticuado, defendiendo políticas industriales estratégicas nacionales o europeas. Pero hoy ya no. ¿Qué son los fondos New Generation sino una reivindicación de la necesidad de políticas de autonomía estratégica, que no van contra la globalización sino que la reequilibran? Esta es hoy una tendencia clara y significa la reivindicación del papel del estado para civilizar el capitalismo global. En segundo lugar, la otra gran fuerza civilizatoria es la sociedad civil, la comunidad. Cuando se sale de la segunda guerra mundial, en Estados Unidos con el New Deal de Roosvelt y en Inglaterra con Churchill y el que va ser el nuevo estado del bienestar europeo, eso le daba al estado un papel mucho más fuerte del que tenía. No anulaba el mercado pero le daba al estado un papel más grande que lo reequilibraba. En aquel momento surgieron voces que hablaban del miedo al leviatán, el miedo a que el crecimiento del estado al final anulase la libertad de los individuos. La mejor expresión de este miedo es el libro ‘Camino de servidumbre’, de Friedrich Hayek. Hayek, frente a Keynes, alertaba del riesgo de impulsar un estado benefactor y regulador de la economía que acabase siendo un estado totalitario. Tenía en cuenta la revolución, que ya se estaba viendo que significaba y el propio nazismo. ¿Por qué el presagio de Hayek de que el estado del bienestar iba a significar un leviatán que acabaría con la libertad no se cumplió? Porque la sociedad civil desarrolló un activismo, a través de la prensa y de otros mecanismos de control que evitó esa deriva del estado del bienestar hacia un leviatán. Hoy estamos enfrentados a un reto que es equilibrar bien esas tres patas de la democracia y de la prosperidad del país, que son: el funcionamiento del mercado, las relaciones libres en el ámbito de la economía; el papel del estado como ente que ha de fijar el rumbo hacia el cual hemos de avanzar; y una sociedad civil que sea activa a la hora de promover la prosperidad y de controlar tanto la deriva del mercado como la deriva del estado hacia el leviatán. Esa es un poco mi esperanza.

“El futuro del mundo es Europa” | Pol Rius

El futuro es Europa; no Rusia o China, ha dicho. ¿Pronóstico o deseo?

Si cojo un listado de doce atributos que la mayor parte de las personas deseamos para la sociedad en la que vivimos o queremos vivir: esperanza de vida, jubilaciones adecuadas, buena formación, poder ir por la calle sin miedo a que te asalten, aunque de vez en cuando te toque, la seguridad, la seguridad especialmente de las mujeres… Si voy cogiendo indicadores, y también económicos y tecnológicos, a mí me sale Europa como la zona del mundo con mejores indicadores de todo este listado. Por eso defiendo que el futuro del mundo es Europa. Cuando Biden está defendiendoahora grandes programas, que de momento no ha conseguido aprobar, sobre lo que él llama ‘economía de los cuidados’, de los cuidados de los niños y de los mayores ¿qué está haciendo?: acercándose a los programas europeos de bienestar, de economía, de los cuidados. Cuando habla del programa de grandes inversiones públicas ¿qué está haciendo?: una especie de Next Generation en Estdos Unidos. ¿Y China? China puede mostrar en las últimas décadas un progreso social extraordinario, mejor que el de Occidente, pero tiene un gran problema y un gran reto que es su propio desarrollo político y la continuación del desarrollo económico. Cuando yo era estudiante de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, un catedrático de Hacienda pública, Trias Fargas, de orientación liberal, viendo, en aquellos años, principios de los setenta, que la URSS tenía unos indicadores de crecimiento económico mayores que Occidente nos hablaba del coste de la libertad. Quería defender a Occidente. Su idea era que aunque Occidente crecía menos éramos más libres y el coste de la libertad era una menor eficiencia económica. Eso duró hasta el año 1989, cuando la URSS se viene abajo y se ve que todo lo que había detrás era un desastre. Hoy de nuevo puede ocurrir lo mismo, que algunos miren a China como ejemplo de progreso social y sean más relativistas en cuanto a la libertad de las personas, pero creo que en muy pocos años veremos un poco lo  mismo que vimos en el caso de la URSS. El futuro del mundo en el sentido no solo de imaginario sino de realidad a la que uno puede aspirar en cuanto a progreso social y político es Europa. Se habla mucho de la decadencia europea, pero yo no la veo por ningún lado y, en todo caso, es la mejor de las decadencias en las que uno puede vivir. En segundo lugar, Europa tiene mucho futuro, no tiene un problema de talento. Europa tiene muchos Gasols. Lo que no tiene es una NBA. Tenemos talento pero aún no tenemos una NBA en el sentido de un gran país que no tenga fronteras para expandir sus propias iniciativas. Sacas una startup en España pero no puedes operar de forma inmediata en Francia, Alemania o Italia porque no hay una liga europea de baloncesto, por decirlo así. Ese es el reto que tiene Europa. Si unes todos los países europeos y sumas, ves que la estadística te sale bastante bien: sigue siendo la región del mundo con mayor capacidad de consumo, la más abierta en términos de relaciones comerciales y también de movimientos, de flujos de personas. No veo la decadencia de Europa como tantas veces nos dicen. El futuro del mundo es Europa.

Cerramos esta entrevista con el inicio de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. ¿Influirá esta guerra en las previsiones económicas que ha hecho hasta aquí?

Depende de lo que dure la invasión, del tipo de “represalias” occidentales contra Rusia, de las contra represalias de Rusia contra Europa -corte del suministro de gas y petróleo, cosa a mi juicio poco probable- y de las conductas imitativas que China pudiese emprender sobre Taiwán. Si estos tres tipos de efectos son contenidos, las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania las veo más de tipo geopolítico que económicas.

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