Salgo de casa camino hacia el trabajo y me lo encuentro a él. El diario bajo el brazo, andar lento. Se para y me riñe, con tono cordial y amable, como siempre. “No corras, las prisas no son buenas”.
De esto ya hace dos años, y sin yo saberlo, era el principio del final.
Marcharon, como buenos matemáticos, ordenadamente. Primero él, el veinticuatro de marzo de 2020. Todo empezó sumando su pérdida a los aplausos de las ocho del anochecer, seguido del Ave Maria de Händel. Ella se quedó sola, sin su viejo amante. Cada anochecer acudía a la cita de las ocho desde detrás de la ventana, y un día en Joan le cantó la canción de los “Vells amants” y ella le respondió lanzándole un beso.
Llegó San Juan e hicimos la primera fiesta de vecinos en el jardín más bello del barrio de Vallcarca. Después del verano, la pandemia parecía amainar y cada cual fue volviendo a la rutina, pero el 31 de enero del 2021 ella también nos dejó, sin hacer ruido, con discreción. Mientras, el jardín seguía siendo el más bonito del barrio de Vallcarca y, si te esforzabas, la veías detrás de la ventana.
Un año más tarde estoy yo detrás de la ventana observando la casa de enfrente. Un camión aparca bien temprano, tres hombres con las manos vacías entran en silencio, sabiendo a lo que van, y salen en procesión, cargados: una silla, una mesa, otra silla, una cómoda, un espejo, un armario, un cabezal de cama, las mesillas de noche y las lámparas que iluminaban sus lecturas de atardecer… Después de muchos viajes las luces se apagan, la puerta se cierra, el camión marcha.
Y al otro dia sigue la procesión. Esta vez aparca una furgoneta, bajan dos hombres, abren la puerta del jardín, entran en silencio llevando unas cajas en las manos, sabiendo a lo que van, y salen en procesión con las cajas llenas con la vajilla, la cristalería, los cubiertos, fardos de ropa, todo sin embalar, a los ojos de todo el mundo. Y abro la ventana y siento el repicar de los platos y los vasos y pienso: “no sé donde van, pero sí como llegarán”. Después de muchos viajes las luces se apagan, la puerta se cierra, y la furgoneta marcha. Se ha acabado.
El día siguiente por la mañana, subo la persiana y siento un gran vacío. Ahora sí que nos han dejado, han desnudado su refugio, dejando solo el esqueleto. Y salgo de casa para ir a trabajar y me dirijo al contenedor para echar la basura. En el suelo parece que hay papeles, y me agacho. Una hoja escrita con letra pequeña pero clara, parece tinta de pluma, y leo: “Ecuaciones diferenciales lineales de 2° orden con cuatro variables, para este ej. puede tb. plantearse……”. Miro la fecha, doce de febrero del año 1953. En el margen superior derecho está rodeado el número cincuenta y cuatro. Cuántas hojas debía de tener este documento? Donde debe estar el resto? Se me hace un nudo en la garganta, reconozco su letra, la de nuestro estimado matemático. Cojo la hoja, la sacudo y cuando ya me incorporo veo al lado pequeños papeles en forma de rectángulo, parecen fotos de carnet boca abajo: una, dos, y más allá otra y otra… Las voy cogiendo y las giro de una en una, y me aparece ella en blanco y negro, con veinte años y pico. La reconozco, sonrío pero me hace daño, me la guardo en la otra mano donde tengo la hoja, miro la otra y se me hace un nudo en el estómago. También es ella unos años mayor. Y aún otra a color. Ya empieza a ser aquella anciana que yo conocí, mirada dulce pero firme, directa. Y aún otra. No puede ser, porque es exactamente ella, la que nos esperaba cada anochecer detrás de la ventana. Me la miro y me mira, se me rompe el corazón.
Me levanto, me saco un pañuelo de papel de la bolsa, las limpio y marcho, pero antes doy otro vistazo, me quiero asegurar de que no hay ningún rastro más… Y bajo el otro contenedor asoma la cabeza un sobre amarillento y manchado. Lo cojo. En el remitente de imprenta en la parte frontal del sobre reconozco el apellido. Es el hermano de ella, que la dirige a su hermana. Miro el sello, veo que son dos sellos, en uno reconozco al dictador Francisco Franco, tiene un valor de 50 cts. Al lado mismo un segundo sello de color lila de 5 cts. con un caballero en primer término y detrás el perfil de un castillo. Lo acompaña un texto que dice: “Auxilio a las victorias de la guerra. 1936”.
El sobre va dirigido a ella al Albergue (Universitario Femenino) Matías Montero de Bagur, donde se debía alojar, mientras estudiaba la carrera. Estoy confundida. Al lado mismo me aparece una tarjeta, y desde el suelo estando puedo leer su contenido. Encabeza el texto el escudo de la ciudad de Florencia y debajo, centrado en letra gótica, se lee: CITTÀ DI FIRENZE. Sigo leyendo, es una invitación para el día veintiséis de septiembre del año 1961 a la Sesión Inaugural del Congreso “Groupement de Mathematiciens de Expression Latine” en el Palazzo Vecchio.
Ya los veo, muy bien vestidos y elegantes acudiendo al congreso de Florencia. Pienso que ya basta, y ahora sí, marcho, levanto el pie y no me lo puedo creer: otro pequeño rectángulo está allí! Lo cojo, lo giro y me aparece él, de joven, una foto en blanco y negro, con traje negro camisa blanca y corbata oscura, quien sabe si acabado de volver de Florencia.
No me importa que todos estos objetos hayan estado en la basura, me los pongo dentro de la bolsa, como un tesoro… y me voy al trabajo.
Ya por la tarde lo desenvuelvo, y pongo cada uno de los hallazgos uno junto al otro y recuerdo…: “aquella pareja de matemáticos, nuestros vecinos, ‘ejemplo de vida activa, comprometida y radical’, como los define un amigo, que de su casa han hecho un templo de la conversación, la amistad y la solidaridad, donde se han gestado, a lo largo de los años, iniciativas sociales, juveniles, políticas… y en su jardín se han organizado encuentros, fiestas, han acogido amigos y ha acampado incluso aquella familia numerosa venida cada verano de Croacia…” (texto extraído del artículo publicado en Catalunya Plural el 12/02/2021)
Y me pregunto, entre dolida e incrédula: nos hubiéramos podido imaginar este final?