En los últimos cuarenta años he vivido en directo diferentes elecciones generales o presidenciales. En mi memoria hay todavía intacta la victoria de François Miterrand el 21 de mayo de 1981 que abría, después de décadas, un gobierno socialista con apoyo directo del todopoderoso, en aquella época, Partido Comunista Francés (PCF).

Puedo asegurar que las elecciones de ahora (abril del 2022) son medio fantasmas si seguimos el ambiente de la calle, si seguimos los pocos actos por ahora de campaña electoral, si miramos incluso los informativos nacionales volcados en la cruel, absurda y criminal guerra de Putin que nos ha dejado a todos los occidentales conmocionados y con el miedo en el cuerpo, dejando los ucranianos casi solos ante su destino. Y si además hacemos caso de la proyección de las encuestas sobre las elecciones presidenciales, que dan la victoria a la abstención —más del 40% del electorado—, podemos entender el titular de mi artículo, que rompe una tradición de participaciones notables en el primer turno.

La otra afirmación es que son unas elecciones diferentes. Los dos partidos que habían levantado el sistema de partidos desde los años setenta, los Republicanos —de centro-derecha, herederos de la tradición gaullista social— y el Partido Socialista —de centro-izquierda, con un arraigo notable en el norte y el sur del país— han prácticamente desaparecido de la escena política y, en especial, el PSF. Su candidata, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, en las proyecciones de voto del 24 de marzo solo recogía un 2% de los votos; a pesar de parecer inverosímil, puede explicarse básicamente por tres razones: por la rotura del partido con los sectores populares con una agenda urbana y anglosajona con la cual no se identifican, por los funcionarios públicos que han decidido irse con Melenchon porque tiene más probabilidades y los representa mejor, y por la pérdida de un notable número de electores de centro-izquierda de sectores urbanos de clase media acomodada que creen que Macron ya está bastante bien. Para Valérie Pécresse, del partido de los Republicanos, Zemmour especialmente y, en menor parte, Le Penn, sin ningunear Macron, son los líderes que desgastan más su electorado histórico. Un sector de la derecha se encuentra más identificado con discursos más contundentes. Hay quien incluso, dentro de los Republicanos, ya se imagina Zemmour agrupando el electorado gaullista (recordemos el video de presentación de su candidatura con un micrófono de radio que hacía pensar en el llamamiento del General De Gaulle desde Londres, después de la derrota del ejercido francés en 1940).

Marinne Le Penn (18%), Melenchon (14%) y Zemmour (11%) se pelean por la segunda plaza, puesto que Macron tiene asegurada la primera con un 30% de los votos. Le Penn representa una derecha extrema que apoya de manera entusiasta a los sectores populares nacionales —por lo tanto, blancos— atemorizados por la transformación de sus barrios y reacios a la globalización y a la Unión Europea. Zemmour tiene más apoyo en un electorado también nacional francés más culto, de clases medias, fascinado por la contundencia de la reivindicación de una Francia que muchos creemos que ya acabó precisamente en la derrota vergonzante ante los nazis el siglo pasado. Melechon, personaje que supera su homólogo de ficción en la serie Baron Noire, representa el partido de los funcionarios públicos y de sus prebendas, que son muchas, en Francia, con su movimiento de la France Insoubmise, con carteles con la foto de Macron y el eslogan Contre la France des riches. Este partido tiene unas relaciones muy estrechas con Unidas Podemos. Yannick Jadoth, ecologista, no llega al 6% y los otros dos candidatos de la extrema izquierda, que como hace décadas se presentan en el primer turno, se llevan un resultado mejor que Hidalgo.

A Macron, que parece que ha superado la crisis inesperada de los Gilets jaunes (ahora recuperados por la demagogia sin embudos de Melenchon), le ha ido muy bien esta inesperada y, repito, absurda guerra. A pesar de que sus reuniones con Putin no consiguieron pararla, y que hasta cierto punto hizo el ridículo —recordemos aquella mesa tan larga—, los franceses están orgullosos de que su presidente se encuentre en el máximo nivel europeo —me imagino que los españoles también lo estarían con Sánchez, pero esto no pasará. Ahora bien, la clave del buen resultado, aunque todo puede estropearse en esta sociedad del riesgo y de la intemperie, se explica porque más del 60% de los franceses confían en él para guiarlos en tiempo de guerra. Le Penn, que va por delante en la segunda vuelta, recibe solo el 19% de los votos. Sí, en tiempo de incertidumbre, más vale loco conocido que sabio por conocer, deben de pensar muchos electores. Ni Guilets jaunes, ni gestión de la pandemia: cuenta la economía que va razonablemente bien, con la inflación que está en la mitad de la española y que, por encima de todo, si la guerra continúa, quieren tener alguien sereno y sólido. Si se produce una segunda vuelta Macron versus Le Penn, las encuestas dan un 60%-39%.

Sobre la gran abstención que puede producirse, esta se concreta en dos sectores de la población, si tenemos que hacer caso de los institutos demoscópicos y de un reportaje muy bien hecho de France 2 —televisión pública de la República que no tiene nada que ver con el provincianismo de TV3 y el agarrotamiento de TV1— en los jóvenes —un clásico— y en las clases populares, especialmente la población de procedencia magrebí y subsahariana (si bien de nacionalidad francesa); es decir, los trabajadores que hacen funcionar la economía y los servicios del país y que se encuentran casi siempre en el peldaño más bajo. Estos no se sienten representados por ningún partido y su abstención aumenta cada día más. Para ellos Macron, Pécresse, Zemmour e incluso el PS no existen. De Melechon, a pesar de su relato complaciente con el Islam, sencillamente no se fían. Le Penn, su política nacionalista blanca, les hace sencillamente miedo.

Pienso, sencillamente, que se están dando la causas objetivas para que Francia tenga bien pronto un partido del tipo “Islam y Justicia” que agrupe —si son capaces de superar las diferencias de origen nacional básicamente marroquíes, argelinos, tunecinos y turcos– amplios sectores de votantes hoy huérfanos.

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