Estas elecciones no solamente han certificado el fin del sistema de partidos, que se había establecido en Francia desde los años 70, y también el final -por ahora, todo siempre vuelve, especialmente el PS– de las dos grandes formaciones, republicanos gaullistas, de centro-derecha, y el partido socialista, de centro-izquierda, las grandes derrotadas sin ningún tipo de paliativos. También han mostrado algo que se empezaba a captar y que es la profunda escisión —por no utilizar la palabra polarización— de la población francesa.
Una escisión que rompe el eje izquierda-derecha y que se sitúa en dos ejes bien diferentes, si bien interrelacionados: el eje de la Francia urbana y acomodada de diferentes ciudades y regiones y el de la Francia rural y obrera y, en especial, la que trabaja en las secciones más bajas del sector servicios —incluyendo a los públicos—, por un lado, y, por otro, el eje federalista europeo y el eje soberanista francés que quiere desvincularse de la Unión Europea porque la identifica como la culpable de su empobrecimiento.
No hay duda de que sigue existiendo el eje derecha-izquierda, pero cuando los otros dos ejes acaparan todos los debates y todas las tensiones electorales, este tiende a diluirse. Por otra parte, cuando los dos extremos ideológicos se convierten en dos proyectos sólidos de alternancia, sorprende, y mucho, ver cómo ambos acaban defendiendo posiciones similares —con lenguaje y símbolos diferentes—, lo que favorece que este eje se tambalee. En serio, es muy impactante, con excepción del tema de políticas sociales, inmigración e Islam, la similitud de algunas políticas en lo referente a las reformas impositivas, política europea y de seguridad, que no dejan de ser los grandes temas.
En el primer eje, el gap es cada día mayor entre la Francia urbana de clases altas y medias – a France de Cadres– y la Francia obrera, popular y rural. Únicamente hace falta pasearse por algunos barrios de París y algunos de sus suburbios, por las zonas del norte y del gran este, del sur y en especial de la región de Occitania. Estas diferencias habían existido siempre, pero no eran tan profundas: en los últimos veinte años se ha vivido un proceso de caída del nivel de vida, de descenso de los precios de los productos agrícolas y del aumento de los costes, de la pérdida de población a favor de las urbes, del cambio de población con la llegada sostenida y continuada de migraciones musulmanas y subsaharianas. El fenómeno de los Gilets jaunes, fue el ejemplo inesperado de ese malestar.
Por otro lado, en los barrios populares y obreros, progresivamente los partidos de izquierda, que tenían una función mediadora y representativa de la población, han sido sustituidos por partidos de la extrema derecha, los cuales, en vez de mediar, incendian, y en vez de integrar, separan. La media desaparición del PSF —aún quedan regiones con una presencia significativa, como se ve en las elecciones locales— y la total desaparición del PCF han dejado a los barrios obreros a manos de Le Penn.
Asimismo, Macron ha sido incapaz de desplegar una política y relato sensible con estos sectores. Él es visto como el representante de la ‘France des Riches’, como dice Melenchon. No tiene un partido capaz de insertarse en esos espacios. En el mundo rural, donde existía una histórica y sólida presencia de gaullismo y de republicanismo, la crisis ha dejado huérfanos a unos sectores de ciudadanos que buscan también en Le Penn y Zemmour las respuestas a sus preocupaciones y dificultades.
Existe también el segundo eje que divide a los franceses. Por un lado, quienes ven con angustia y desprecio el proceso de globalización y la liquidación de las fronteras económicas, además del proceso de construcción europeo, y que quieren el retorno de la soberanía que la Unión Europea les ha tomado prestado; estos son los “soberanistas franceses”: Le Penn, Zemmour y Melenchon, en menor medida. Por otro lado, quienes apuestan por un reforzamiento de la Unión Europea —algunos hablan del soberanismo europeo—, representados por Macron, Pétresse, Jadot e Hidalgo. De nuevo el mundo urbano, universitario, clases medias que se han beneficiado de la globalización y que entienden que, sin una Unión Europea fuerte, Francia no será nada dentro de veinte años, y aquellos que malviven la globalización y que culpan —siguiendo a sus líderes— Bruselas de ser la culpable de todos sus males. En estas elecciones, este es, probablemente, el tema central que está en juego.
¿Qué Francia ha ganado en la primera vuelta? Volvemos a los mismos candidatos. Macron. Pétresse (Republicanos, corrigiendo unas declaraciones anteriores), Jadott (Ecologistas), Hidalgo (PSF) ya han pedido el voto para Macron. Melenchon, tercero con un 21%, ha asegurado que después de la primera vuelta Francia se encuentra en una situación “de estado de urgencia”, que deben evitarse errores que podrían ser irreparables: sabemos -dice- “a quien no votaremos nunca”, o sea “a la señora Le Penn”, pero no pide por ahora el voto explícito en Macron. El problema de Macron es que ninguno de los perdedores de este bloque pide un voto por él con algo de entusiasmo. Si ellos no lo hacen, ¿qué harán sus votantes?
Le Penn emerge como la candidatura “nacional” que quiere recuperar la soberanía para que los franceses decidan por sí mismos. Zemmour ha pedido votar a Le Penn. Por ahora es el único de los candidatos que lo ha pedido. Su electorado está mucho más movilizado que el de Macron. Ven que esta vez es posible la victoria. Ambos, Le Penn y Zemmour, quieren representar a la Francia antisistema; sencillamente, lo que ya hemos visto en Estados Unidos con Trump.
En el fondo, nos encontramos de nuevo en una segunda vuelta, con las dos almas de Francia. A diferencia de hace cinco años, no es evidente la victoria de Macron. Todo será mucho más complicado.
Crónica de las presidenciales francesas: unas elecciones fantasmas y sorprendentes