
Movimientos como el Fridays for future nos plantean la necesidad de abordar sin complejos un cambio climático que según todos los expertos empieza a ser irreversible. El modelo económico actual, basado en un dogma desarrollista y de excesivo consumo energético, debe dejar paso a un modelo de sostenibilidad que anteponga la necesidad de conservación del planeta y una redistribución entre las rentas del capital y las del trabajo. Ante la crisis climática que ya está aquí, desde las ciudades y las instituciones tenemos la obligación de hacer todo lo posible para prepararnos y tratar de paliar sus efectos.
Hablar de ecología es hablar de un nuevo modelo de sociedad. Este modelo debe ser transversal e incluir varias esferas además de un retorno hacia espacios de reconstrucción del sentimiento comunitario fuera de la lógica de la actual sociedad de consumo y una relación diferente con la naturaleza.
No se trata de volver a la Edad Media, ni de convertir el mundo en una comuna hippie, ni mucho menos. Pero sí que desde posiciones progresistas tenemos la obligación de esbozar modelos de sociedad asumibles y esperanzadoras puesto que el modelo de crecimiento continuado que propone el capitalismo nos lleva a agotar en pocos años los recursos que tiene el planeta. Debemos anteponer, frente al miedo y la resignación, la valentía y la esperanza, porque de otro modo vamos abocados a un futuro distópico como en Mad Max. Un horizonte que en el cine puede parecer muy molón pero que no le deseo a nadie vivirlo.
Catalunya tiene una larga tradición industrial, pero sin embargo está situada en la zona baja de las regiones más industrializadas de la UE debido a que ha ido cediendo protagonismo al sector servicios. Esto ha comportado, por un lado, una devaluación de las condiciones laborales y salariales y una depauperización de las condiciones ambientales, así como una dependencia excesiva de la importación de bienes.
Por todo ello, el futuro de Catalunya debe pasar necesariamente por ampliar el abanico industrial con modelos emergentes y sostenibles como las tecnologías de la información y la comunicación o los videojuegos. El futuro pasa también por actualizar las industrias existentes como la textil, de gran tradición en nuestro país, y repensar el modelo de los actuales polígonos industriales para adaptarlos a la realidad de la digitalización y la eficiencia energética. Debemos apostar por un modelo de turismo interior, rural y cultural, en contraposición al actual tan depredador del medio ambiente. Necesitamos, por tanto, avanzar en un modelo de producción ecológico y lo más eficiente posible desde el punto de vista energético que deje la mínima huella ambiental posible, a la vez que sea capaz de dar salida laboral a toda una nueva generación que viene detrás nuestro.
El transporte, tanto en el ámbito público como el privado, tiene que experimentar fuertes transformaciones, potenciando el primero y transformando el segundo. Efectivamente, los recursos del planeta son limitados y por lo tanto hará falta, cada vez más, compartirlos. El carsharing será cada vez más frecuente, porque la cada vez más escasa energía hará que necesariamente hayamos de priorizar nuestros desplazamientos personales. Por otro lado, el transporte público tendrá que hacer un esfuerzo por cubrir eficazmente áreas que ahora mismo no se encuentran lo suficientemente cubiertas, como los polígonos industriales, y llegar más y mejor a todos los rincones del territorio avanzando hacia sistemas de transportes de emisión cero.
Por lo tanto, tenemos que caminar hacia una sociedad más responsable en el gasto, más consciente del coste ambiental que suponen los hábitos actuales para dibujar unos nuevos. En la cuestión energética se ve claro ya que pensar que con las renovables podremos mantener el mismo ritmo de consumo energético que el actual no parece posible, a pesar de promesas como el hidrógeno verde. El futuro debe pasar por edificios más eficientes energéticamente capaces de captar la luz solar y utilizar otros elementos de construcción que reduzcan la huella ecológica y disminuyan el consumo. También tendremos que aprovechar todo el espacio posible en los cascos urbanos para la instalación de placas fotovoltaicas, en la línea de los proyectos que se están desarrollando sobre comunidades energéticas locales en varios ayuntamientos como el de El Prat de Llobregat.
Porque habrá que aprovecharlo todo. Hará falta que avancemos en reutilizar, reparar y compartir todo lo que se pueda desde ropa hasta electrodomésticos, haciendo un uso responsable de lo que tenemos y ser conscientes de que aquello que no usemos, quizás lo pueda utilizar otra persona. Debemos salir de la cultura de la acumulación gratuita para tener todo lo que haga falta sin caer en esa especie de síndrome de Diógenes en el que estamos inmersos.
Las ciudades, en la medida de sus posibilidades, tendrán que avanzar en métodos de recaptación y reutilización de recursos naturales como el agua, ya que los propios edificios tendrán que tener o mejorar los sistemas de recolección del agua de lluvia y la gestión del agua corriente y las aguas grises. Los municipios deberán continuar haciendo esfuerzos en este sentido, puesto que la cantidad de lluvia es previsible que mengüe y no podemos, necesariamente, esquilmar todavía más los acuíferos y los ríos.
Los municipios tendrán que cambiar su paisaje renaturalizando sus espacios. El modelo del cemento tendrá que dejar paso a plazas más verdes y aumentar la vegetación por todas partes con jardines verticales o la introducción de los bosques urbanos. La vegetación capta el CO₂, reduce la temperatura y puede acoger fauna que ha sido expulsada de su hábitat natural.
Será necesario que las ciudades estén también al servicio de las personas, favoreciendo las relaciones colectivas y el retorno a la comunidad como se da en el caso de la pacificación de calles y de las superilles en Barcelona, a la vez que potencian el comercio de kilómetro 0.
Y, finalmente, tendremos que ser más cuidados con nuestros espacios naturales. Durante muchos años, hemos invadido y destruido territorios habitados por fauna y flora local. Tendemos a pensar que todo es nuestro y a no dar importancia al ecosistema que nos rodea, pero es imprescindible para que se desarrolle la vida, también la nuestra. Vivimos dentro de un planeta donde todo está conectado y, por tanto, hay que preservar y cuidar nuestra flora y nuestra fauna porque preservarla y cuidarla es preservarnos a nosotros mismos.
Estas medidas tienen que ir acompañadas por políticas redistributivas y del reparto del trabajo. Debemos salir de la lógica de la productividad y acercarnos a una de la felicidad. Una lógica donde no nos definamos exclusivamente por el trabajo y lo que tenemos, sino por lo que somos y donde la individualidad dé pie a un retorno del sentimiento comunitario.
Hay que avanzar hacia un modelo de consumo de proximidad, donde no falte nada, pero nada sea excesivo, y donde la conciencia de ser y de estar dentro de un ecosistema avance. Compartir, responsabilidad y sobriedad serán las palabras del futuro, porque este no está escrito tal y como nos dicen. Está en nuestra mano afrontarlo con valentía, confianza y esperanza.