Los días 9, 10 11 y 12 de abril de 1982 más de mil militantes nos reunimos al Palacio de Congresos de Barcelona para celebrar el Sexto Congreso de los Comunistas de Cataluña. Reivindicábamos la tradición y la continuidad del viejo PSUC que considerábamos que había sido vulnerada por la anulación de los democráticos resultados del quinto Congreso, celebrado los primeros días de enero de 1981, por parte de la mayoría de la dirección elegida. Una vieja historia: es una vieja costumbre de los representantes vulnerar la voluntad expresada por las bases. Ha pasado y sigue pasando. Seguramente seguirá pasando.
Como reacción a esta vulneración surgió el Partido de los Comunistas de Cataluña.
Lo confieso de entrada: este artículo es más militante y pasional que otra cosa. El recuerdo de aquel cuarenta cumpleaños ha producido en mí una reacción más emocional que racional. Hace cinco años, y en otra sede, intenté dar una interpretación de la implosión del PSUC como epifenómeno del fracaso del proyecto de ruptura democrática. Un proyecto sostenido hasta 1976 por el que fue nuestro grande y estimado partido. Cómo suele pasar, las derrotas comportan la división y el retroceso en la batalla de posiciones. Las elecciones de octubre de 1982 fue una muestra de este retroceso. No fue la única.
Durante todo el día han desfilado por mí mente viejos y estimados rostros: Pere Ardiaca, Juan Ramos, Aurora Gómez, Josep Serradell, Paco Trives, Neus Català, Margarida Abril, Josep Muni, Salvador Martorell, Carola Ribaudi, Fèlix Ferrer, Dolores Solis, Leopoldo Espuny, Esteban Cerdans, Paco Aguilar, Atilano Garcia, Rafael Juan, Quim Horta, Francesc Luchetti, Daniel Mañas, Francesc Noguero, Julià Nuñez, Rafael Parra, Luis Romero, Luis Salvadores, Paco Sancho, Angel Serradell, Dolores Solis, Pere Soto, Rufino Vas, Isabel Vicente… Menciono solo aquellos que nos han dejado. Tengo también muy presentes a todos aquellos que todavía están presentes entre nosotros. No los menciono para no hacer interminable este artículo. Ellos saben que forman parte de mis recuerdos y tienen todo mi respeto, más allá de los diferentes caminos que cada cual de nosotros hemos emprendido.
Resuenan en mi mente viejas y bellas palabras escuchadas o leídas en intervenciones orales o textos escritos por todos ellos durante aquellos meses de rebeldía e insumisión. Me conmueven viejas resonancias ético-políticas extraídas de sus actitudes. Para mí todos ellos son aquello que Gramsci denominaba maestros de vida. Personalmente, no les llego a la altura de las suelas de sus zapatos. En el periodo que va de mediados de 1981 a abril de 1982 yo era un simple cuadro intermedio de un comité comarcal. Uno entre tantos de los miles que resistieron a la “normalización” de nuestro gran PSUC que la transición se tragó. Fue solo después del sexto congreso, que el colectivo consideró que tenía que asumir una responsabilidad más grande: dirigir entre 1982 y 1991 el semanario Endevant. Una publicación en la dirección de la cual me sucedieron varios compañeros y compañeras y que llegó a publicar mil números entre 1982 y 2014.
Por consiguiente, ese es el testimonio de un actor secundario. La mayoría de los grandes actores ya no están. Quedan algunos. Podéis buscarlos y hablar con ellos. Os darán opiniones y visiones quizás diferentes de la mía.
Aquello que pudo ser y no fue.
Durante todo este 12 de abril he escuchado en mi interior el eco de las sabias palabras de uno de los poetas que cinceló mi educación sentimental:
“No quiero arrepentirme después
De lo que pudo haber sido y no fue…
Solamente se vive una vez
Hay que aprender a querer y vivir”.
Un análisis de la educación sentimental de mi generación y también de la anterior (Machín, Gardel, León y Quiroga, Manzanero… pero no únicamente) quizás daría algunas claves para interpretar nuestra mentalidad. También, y sobre todo la mentalidad colectiva de rebeldía e insumisión conformada por el largo proceso de luchas obreras y populares desarrollado en Catalunya y al resto de España entre principios de los años sesenta y en 1976-1977. Una educación sentimental que produjo un remarcable fenómeno: la resistencia de un buen puñado de comunistas a la normalización, cooptación, la re-subalternización sufrida por todos nosotros entre los años 1977 y 1982.
Entre 1981 y el 1982, entre siete y ocho mil militantes comunistas rompimos con la resignación y la impotencia experimentada ante la “transacción del 78” y el eurocomunismo. Decidimos emprender la construcción de una opción política y social rebelde, que pretendía romper con un régimen que todavía no estaba del todo consolidado: contribuimos a formar el PCC.
Fue un movimiento de base, un movimiento de aquellos que no suelen salir a las fotografías oficiales. Comparto aquí unas cuántas de aquellas fotografías que no suelen verse. Las he salvado del Archivo Josep Serradell, donde poco a poco vamos recogiendo los documentos escritos y gráficos de aquella época.
La nuestra era una opción a contracorriente de todo. Fue recibida por la prensa burguesa con improperios e insultos estigmatizantes e incluso con llamamientos al ministerio del Interior a poner orden. La jerarquía eurocomunista y la burocracia sindical tuvieron que recurrir al estado de excepción en el interior de sus organizaciones: expulsiones de militantes de base pero también de un tercio del Comité Central, destitución de alcaldes y concejales, disolución de gobiernos municipales (Barbera o Moncada), disolución de organismos partidarios y de enteras federaciones sindicales… Por su parte, el resto de partidos del régimen nos trataron durante años como apestados.
No es una queja por las dificultades sufridas. Era la reacción habitual y tradicional de los de arriba cuando los de bajo se rebelan. Quien no quiera polvo, que no vaya a la era.
Íbamos a contracorriente de la claudicación. Pero el enemigo de clase y los adversarios políticos y sindicales eran mucho más fuertes que nosotros. Una batalla de posiciones que duró décadas nos fue desgastando y derrotando, poco a poco, molecularmente. Nuestras fuerzas materiales y morales no eran suficientes para resistir una batalla de tan largo aliento. La división y la cooptación, sempiternas compañeras de las derrotas, nos fueron acompañante durante este viaje de cuatro décadas. No es un reproche a nadie. Más allá de los debates del cada episodio, aprecio y respeto todos los camaradas que he conocido durante esta larga experiencia vital. A pesar de las divergencias políticas más o menos episódicas, nos une el proyecto de la emancipación social y nacional del pueblo trabajador.
A pesar de estas dificultades, dimos la batalla. No queríamos arrepentirnos “del que podría haber sido y no fue”, que decía Machín. Creíamos que había que reaccionar, y lo hicimos. Y aquí seguimos.
Quizás nuestra actitud fue la última carga de la “brigada ligera”. Hoy algunos piensan que quizás fue inútil. Yo opino que fue una batalla bellísima, un reto ético-político que teníamos que afrontar.
Lucharemos y, en el camino, sembramos. Hoy, cuando veo un breve video conmemorativo confeccionado y tuiteado por unos jóvenes militantes, mi corazon de viejo comunista no ha podido más que emocionarse. Hoy, mi espíritu oscila entre la melancolía y la esperanza.
¡No, el comunismo no ha muerto! ¡No, no tengo nada a arrepentirme!
Sabadell, 12 de abril de 2022