Mapa donde se aprecia la morfología de Camp de l’Arpa en el 1891

Hace poco un lector me felicitaba por un artículo en otro medio sobre Manolo Vázquez Montalbán. El cumplido me hizo pensar en los maestros no conocidos, personas con tanto influjo como para dejar su impronta en servidor más allá de su muerte, sin fantasmagorías, sólo con un legado atemporal.

Manolo, de quien he heredado con toda la intención del mundo su neologismo Barcelonas,  y Josep Pla siempre han estado en ese pedestal del cerebro, sobre todo por el tópico, algunos son ciertos, de querer saber qué dirían en cualquier instante histórico. Dentro de este panteón local, el extranjero y el familiar sobrepasan los límites de esta entrega, el cierre lo ejercería Josep Maria Huertas-Clavería por una cuestión de espíritu, no así de rigor.

Huertas y su socio Jaume Fabre, a quien podríamos añadir al fotógrafo Pepe Encinas, desarrollaron una labor espectacular en la recuperación de la memoria de los barrios, y no sólo, pues su periodismo ciudadano reivindicaba los márgenes, conjugándose con las luchas vecinales en los estertores del Franquismo.

En esta introducción de confesiones os manifiesto mi voluntad de recuperar la serie de estos pioneros de Tots els barris de Barcelona desde un doble matiz. El primero apostaría por reeditar esos volúmenes, memoria viva de una ciudad desaparecida. La segunda, por si lo dudabas, la tienes ante tus ojos, pues todas estas crónicas son la continuación de aquellas de antaño adaptadas a nuestra época, y eso comporta reflexión sobre los padres, fantástica para trazar coordenadas del Camp de l’Arpa.

Carrer Muntanya con Dega Bahí | Jordi Corominas

En las páginas de Tots els barris nuestro protagonista sólo irrumpe desde una concesión casi caritativa, pues Huertas y Fabre lo integran sin pensarlo mucho en el Clot, casi riéndose de la subsistencia del topónimo, según ellos superviviente gracias a una estación de metro, para cargar más las tintas podrían haber acentuado aquello de inaugurada por Franco en 1970, el nombre de una revista literaria de mucho prestigio por aquel entonces y el logro de 1976, cuando la Asociación de Vecinos no se limitó a en exclusiva al Clot e incluyó a nuestro patito feo en sus señas de identidad, como consta en los documentos de la manifestación histórica del primero de febrero de ese año en passeig de Sant Joan.

Huertas iba demasiado atareado con eso de crear un Vietnam en cada mesa de redacción, además de sufrir el trágico delirio de su encarcelamiento durante más de un año en la Modelo, condenado con la excusa de un reportaje donde desvelaba como muchos meublés estaban regentados por viudas de militares.

Durante ese cautiverio compuso muchas de las piezas de Tots els barris a través de un intenso intercambio de notas con Fabre, premiado con una gran recepción pública en el Sant Jordi de 1976. ¿Se imaginan un libro serio sobre Barcelona, no una novelita, entre los más vendidos de la Diada en 2022?

Vista del carrer Dega Bahí | Jordi Corominas

Estos periodistas dignificaron nuestro oficio y abrieron camino en el campo del estudio de la Ciudad Condal, algo loable con el comprensible problema de tener defectos de precisión, lógicos si se atiende a cómo antes pocos habían abordado las temáticas. Los continuadores tenemos la ventaja de disponer de sus documentos, captar esos errores y enmendarlos, porque el trabajo sobre una urbe y su pasado se teje de generación en generación, y a buen seguro dentro de unas décadas saldrá alguien criticándome por haberme olvidado datos o soltar tonterías prescindibles.

Vayamos al grano, por Lucanor. Si hiciéramos una encuesta entre barceloneses muchos ratificarían su proverbial pereza, causa de una ignorancia subsanable, confesándonos desconocer la ubicación del Camp de l’Arpa y sus esencias. Sí, lector, quizá eres uno de ellos. No passa res de res, para eso estamos, con el añadido de demostrar una serie de conceptos más bien bizantinos entre límites, demarcaciones y orígenes. Sin ellos avanzar sería mucho más arduo.

Empecemos por la formación. Tan precioso topónimo, casi te imaginas a Nerón en plan pirómano, remite según la tradición a unas palabras inscritas en un dolmen situado, aproximadamente, en una de sus fronteras reales, distintas a las administrativas, sita en el inicio del carrer de Rogent desde la plaça de les Tortugues,  si son legalistas de Sant Josep de Calassanç.

La calle Rogent a la altura de València | Jordi Corominas

Esta versión canónica surge del Cartulario de Sant Cugat de 1037. En la piedra figuraba el misterio de Ad ipsa Archa, y del arca se viró al arpa, algo aceptado por Francesc Carreras Candi, padre fundador de la historiografía moderna sobre la capital catalana, menos de calle y más académico.

Joan Coromines, con e y sin parentesco con servidor, se ríe de esta opción, decantándose por una mucho más prosaica sugerida por Ignasi Iglesias, dramaturgo emblema de Sant Andreu. Según este, eso de Camp de l’Arpa saldría de la mala fama del barrio, pues los ladrones son gentes con gran habilidad en el arte de hacer correr el arpa.

Esta tesis encajaría más por la geografía del entorno, marcado hasta su paulatina urbanización por infinitud de campos, alguna masía y la hegemonía del torrent de Bogatell, cuyo curso sigue el carrer de Rogent, con leves variaciones. Pueden descubrirlo caminándolo o en las próximas semanas, donde a buen seguro analizaremos la cuestión.

Lo esgrimido por Iglesias la inseguridad de este perímetro, puede apreciarse con una revisión básica de la hemeroteca entre finales del siglo XIX e inicios del XX, cuando no eran inusuales las noticias sobre bombas escondidas, peleas o detenciones tanto en el meollo como en los aledaños.

Rogent es un nombre más o menos reciente. Alude al arquitecto del mismo apellido y, según el nomenclátor, se impuso a Bogatell en junio de 1916, sin mucha convicción entre los vecinos, contrarios a ese nuevo bautizo, como demostraron en 1922 mediante protestas, inútiles hasta la Guerra Civil, cuando la avenida se transformó para homenajear a Benet Pasanau, militante de la CNT residente en el 40 del carrer de Besalú e integrante de la Brigada Durruti. Su muerte en el frente de Aragón le conllevó ese honor póstumo, frecuente durante esos años en toda Catalunya entre el recuerdo a otros combatientes y el furor ideológico.

Pasanau trabajó en la Damm, reconocible para todo el mundo y limes de la barriada para Huertas y Fabre, algo desde mi humilde criterio más bien simbólico, pero como advertí hace unos párrafos el debate da para continuarlo desde una comparativa entre la belleza de una Historia de Resistencia contra el Eixample y lo cretino de los empleados municipales, amantes de tiralíneas a lo colonial, casi como si Barcelona fuera África y sus barrios unidades absurdas, sin trascendencia alguna, como si despreciaran la pluralidad y se consolaran con perpetuar cierto folklore desde mentiras a la postre acatadas por inercia, algo en lo que por desgracia también intervino el maestro de periodistas, aficionado, como muchos de su generación y la mía, a una buena historia antes de privilegiar verdades, magníficas al ahorrar problemas y facilitar cualquier tarea hasta en las divisiones administrativas de los municipios.

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