Creo que esta es la expresión que hoy viven muchos franceses y europeos frente al resultado de la segunda vuelta de las elecciones francesas. Es una sensación de alivio ante un resultado que no era evidente y que, si hubiera sido lo contrario, con la victoria de Marine Le Penn, habría representado una sacudida muy fuerte a los valores y al sistema de la democracia liberal social, además de un golpe contra la UE, probablemente más fuerte que el Brexit. Alivio sí, pero atención que el proceso de fractura de la sociedad francesa es cada día mayor y el sentimiento “nacionalista” o “soberanista” es asimismo cada vez más fuerte en contra del proceso de construcción europeo.
En relación a las pasadas elecciones presidenciales la extrema derecha ha subido un 8%, situándose hacia el 42% del voto popular. Un sector de los votantes de Melenchon, de extrema izquierda -según dicen las encuestas de intención de voto- han decidido votar a Le Penn porque se sienten más identificados con su proyecto, modos y lenguaje. Estos segmentos se encuentran muy lejos de Macron, que, como ya he subrayado en artículos precedentes, es visto como el líder de la Francia próspera, elitista, de los cuadros y de las clases medias y altas sin ningún tipo de sensibilidad social.
Francamente, cuando se analizan los datos económicos de Francia, sus políticas de protección social, de universalización de la educación y sanidad públicas, las políticas de impulso económico y cohesión social no se puede decir que la política de Macron se haya llevado a cabo contra los sectores populares del país, o que durante estos cinco años se haya producido un recorte de determinadas prestaciones sociales. En términos macro-político y macroeconómico, Macron ha desplegado una política de continuidad respecto a la del socialista François Hollande. La gran pregunta que debemos hacernos es qué pasa en Francia que explique el rechazo tan fuerte que genera Macron en algunos sectores sociales y porque la extrema derecha en los últimos treinta años va aumentando su apoyo popular.
La respuesta a la primera pregunta es más fácil. Macron tiene una manera de hacer y de actuar muy identificado con la Francia de las élites, de los Champs Elissés, del ENA, de las empresas multinacionales, de los bancos privados (trabajó en el Rotchschild), de los intelectuales-discípulo de Paul Ricouer. Una Francia de lujo que avanza muy bien con la Unión Europea, con la globalización que, sin embargo, cada día tiene menos contacto con la Francia rural y la Francia de las barriadas populares (algunas son verdaderos guetos en los que la policía no se atreve a entrar). Es esta segunda Francia la que se ha sublevado contra Macron y sus maneras de hacer.
El tema central que afecta a Francia y al conjunto de los países europeos es analizar el aumento continuado y persistente de la extrema derecha. En mi opinión, las principales razones son las siguientes:
1. Inmigración. El aumento de la inmigración -especialmente de origen musulmán- que desde hace décadas ha ido instalándose en determinadas zonas de Francia y que ha generado un rechazo a amplios sectores de la población que han abrazado un partido antiinmigración. Francia y, en general, los países de la Unión Europea, deben tomar decisiones inteligentes de regulación, integración e inserción de los flujos migratorios y en especial aquella que mantienen grandes diferencias con los valores de los países occidentales.
2. Descuelgue. El descuelgue de los partidos históricos de la izquierda, que han desertado en su función de mediación social, en los barrios populares y en los sectores sociales más débiles. La izquierda clásica hacía suyo que la política es también pedagogía, como decía Rafael Campalans, pero cuando la política se convierte en una herramienta de división y enfrentamiento, como promueve la extrema derecha, la demagogia y el odio se instalan de forma permanente.
3. Complejidad. Cada vez más, los procesos de toma de decisión en política son más complejos y difíciles, así como más condicionados por los poderes no democráticos, ya sean económicos, financieros, tecnológicos. Esa doble realidad, complejidad y menor capacidad de margen, promueve una crisis de la credibilidad de nuestras democracias liberales sociales y un alejamiento del sistema político con los ciudadanos.
4. Populismos. La extrema derecha siempre quiere identificarse con el “pueblo”, con el “país olvidado”, como dice Le Penn, pero también la extrema izquierda, con Melenchon a la cabeza, curiosamente también quiere representarlo en exclusividad. Ambas formaciones ya no hablan de la Francia de los ciudadanos, sino que se abrazan al discurso incierto del “pueblo”.
5. La Unión Europea. Le Penn ya no quiere salir de la Unión Europea, sino que quiere detener el proceso de mayor integración europeo y de mayor cesión de soberanía de los estados miembros en la Unión. Los populismos de derecha y de izquierda están de acuerdo en la recuperación parcial de la soberanía cedida y en dar prioridad a la legislación nacional sobre la legislación europea. La mejor manera de detener los nuevos populismos es reforzar el proceso de construcción europeo con una perspectiva federalizadora para reforzar un marco jurídico, social y económico que sea capaz de detener el renacimiento de los nacionalismos europeos que tanto daño han hecho a lo largo de la historia europea.
Y un apunte final sobre las elecciones francesas. He podido seguirlas en directo y analizar los medios de comunicación, sean públicos o privados. Gracias a un sistema ordenado, plural y supervisado, puedo afirmar que la calidad de la información y el pluralismo representan todavía un activo decisivo en la calidad democrática del país. Con otro sistema comunicativo, los populismos quizás habrían ganado.