En rojo las fronteras oficiales de Camp de l’arpa, en verde la calle de Xifré, en azul la antigua carretera de Horta, en lila el pasaje de la Travessera

Desde hace meses mantengo una conversación intermitente con mi amiga Esther sobre las fronteras del Camp de l’Arpa, y quizá cuando las hayamos definido en estas páginas podremos, al fin, caminar por sus calles fijándonos en detalles más específico.

Si discutimos, en el buen sentido de la palabra, sobre los límites de este barrio es por algo anticipado la semana pasada. La actual división administrativa de Barcelona es de 1984 y se estructura en diez distritos, algo tradicional si seguimos la Historia de la ciudad, pero desde mi punto de vista nada inteligente para fomentar la identidad y lo plural de los setenta y tres barrios, cuya existencia es obvia, aunque sin ningún tipo de poder ni trascendencia para las autoridades, como si gobernaran parcelas sin alma, algo aún más grave por la nula pedagogía sobre las diversidades englobadas en cada uno de estos cuerpos, con el resultado de absurdos diálogos entre ciudadanos. D’on ets? Del Guinardó? Ah, d’Horta. No, no, disculpa, Guinardó no és Horta, y así con todo, algo apasionante.

Con los limes del Camp de l’Arpa topamos de nuevo con cuestiones administrativas y una absoluta negación de los limbos. Quien quiera ver la extensión precisa de nuestra protagonista en el mapa deberá ir a Google para comprobar ciertas rarezas en esa carta, y por eso mismo intentaré ser muy puntilloso con la descripción de estos confines.

Empezaremos por el del lado montaña, sito desde la oficialidad en Sant Antoni María Claret, algo con cierta lógica depende de donde se mire. Si lo hago en la esquina de esta calle con la rambla Volart no hay objeción posible al constatar cómo esta cuesta inicia con claridad el Guinardó, si bien siempre me ha fascinado conocer como antes de su definitivo bautizo era el camino hacia el monte, omnipresente en estos parajes de Sant Martí antes de las agregaciones de 1897.

El carrer Muntanya des de la plaza del Doctor Serrat | Jordi Corominas

La encrucijada de Volart con Pare Claret tiene a su izquierda el bloque de la Caja de Ahorros de finales de los años cuarenta, enorme al suplir al viejo Mas Viladomat, propiedad de la familia de Salvador Riera, urbanizador de buena parte del Guinardó y en tratos con el notario Volart y el arquitecto Villar, premiados con sendas calles.

No muy lejos, entre Sant Antoni Maria Claret e Industria, hay otra masía, Can Miralletes, de nuevo en proceso de adecuación para darle brío tras unos años maltratada y medio fosilizada en su homónimo parque. Esta finca rural se situaba justo al lado del torrent de Bogatell, cuya senda luego, como hemos explicado en otras Barcelonas, descendía por el carrer de Rogent, la rambla no declarada del Camp de l’Arpa.

La masia y el parque de Can Miralletes | Jordi Corominas

Esta frontera de la montaña es correcta hasta cierto punto. Los limbos podrían ponerla en discusión, entre ellos los passatges de Roura y Catalunya, pasarelas hacia la plaça de de les Tortugues, donde la vista apunta a Rogent y se perfila mucho mejor la morfología del barrio, algo asimismo remarcado en otro pasaje, el de la travessera, así llamado por enlazar la carretera d’Horta con la de Barcelona a Sant Andreu.

En este sector hay más entornos límbicos, medio en disputa, al menos en las conversaciones vecinales, pues al fin y al cabo todo habitante barre para su patria chica, el único nacionalismo con sentido, y quiere añadirle territorios, como por ejemplo la isla de tres callecitas compuesta por la calle Capella y los pasajes de Aloi y La Constància, en realidad, por sus orígenes, un barrio en sí, minúsculo, pero merecedor de esa designación pese a pertenecer a Navas, uno de los lugares con menos identidad de toda la capital catalana, tanto que hasta algunos de sus estudiosos tiran piedras contra su propio tejado.

La frontera del Camp de l’Arpa en el cruce de Navas con Ruiz de Padrón | Jordi Corominas

Si vamos al lado mar la dificultad disminuye por la firmeza de la Meridiana, tan contundente como para separar, y no sólo desde lo metafórico, el Camp de l’Arpa del Clot, demostrándose así como la geografía independiza uno y otro barrio, algo catapultado sobremanera durante el Franquismo por esos malditos puentes, única vía para travesar al patito feo de las grandes vías planificadas tras el derribo de las murallas.

Nos quedan las rayas hacia el Besós y el Llobregat. La primera es bastante prístina desde el artificio del carrer de Navas de Tolosa, cuya urbanización se desarrolló en los años treinta para quebrar la naturalidad de la vieja frontera entre Sant Martí de Provençals y Sant Andreu, encarnada por el torrent de la Guineu.

Este límite contemporáneo es bastante comprensible; en mis paseos siempre pienso cómo el carrer de Trinxant tiene mucha más coherencia por afinidad con los aledaños, pero si mis preferencias se cumplieran se cometería una impostura porque casi todas las calles horizontales de la cuadrícula de Camp de l’Arpa mueren en Navas de Tolosa.

La bifurcación de Freser y Rosselló des de Dos de Maig, entrada al Camp de l’Arpa | Jordi Corominas

Por último, el confín con miras al lejano Llobregat es el más falso de todos al enclavarse en el carrer Dos de Maig, un absurdo mayúsculo desde mi humilde criterio por la incidencia del diseño de Ildefons Cerdà y nuestro amado imperialismo del Eixample, aquí roto de forma definitiva en su tiralíneas horizontal en el carrer de Xifré, apellido del indiano propietario de esas parcelas, más tarde vendidas por sus herederos a otros prohombres de inicios del siglo pasado, los Coll, a la postre capitalistas de la fábrica Damm.

Así pues, Independencia sería la última calle del Eixample y Xifré la primera libre de su tiranía formal. La diferencia entre un mundo y otro se expresa en la hermosa bifurcación de Freser, heredera de la carretera de Horta, y ese trozo añadido en los años setenta para finiquitar Rosselló, decapitado en su prepotencia en Rogent, indudable símbolo de como en el Camp de l’Arpa tanto la orografía como su Historia enhebraron mecanismos de resistencia contra el Eixample, otro muro más para comprender lo variado de los barrios de Barcelona, sumidos en la ignorancia de sus historias entre modificaciones del paisaje y nulo esfuerzo municipal por transmitir la diversidad, incluso con la nomenclatura, no en vano esta frontera de Camp de l’Arpa linda con el barrio de la Sagrada Familia, un bautizo de profunda y perezosa sumisión a la cada vez más horrible mona de pascua, coronada con esa estrella de la muerte con aires de bomba Orsini.

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