Hablamos de los “bienes comunes”, que es un concepto reconocido como categoría jurídica en la historia, ya al menos, desde 1215 en la Carta Magna a Inglaterra, donde se reconocían las garantías de las personas que no tenían propiedades privadas sobre los bienes comunes. La Carta, junto con la Carta de los Bosques, proclamaba el acceso libre en los bosques y el uso de los corderos comunes: El agua, la leña (energía) y madera por construcción, y los animales, caminos y pastos. Y véase también a Elionor Ostrom.

En Cataluña, David Algarra también nos explica la categoría jurídica y realidad social del “Común” y describe los bosques proveedores de madera por construcción y como energía, los chaparrales, pastos y caminos ganaderos, el agua por reguera, molinos y sistemas hidráulicos, así como la pesca, las plantas medicinales y otras… Todo esto con la gobernanza directa de las poblaciones locales. De hecho, este modelo social lo encontramos en la historia de la civilización de manera natural en las tribus y colectivos humanos.

Todo este modelo social fue desapareciendo con la aparición de la burguesía, que defendía la idea capitalista del “mercado” y la propiedad privada de todos estos bienes comunes. Empezaron para expropiar estos bienes en los pueblos colonizados y siguieron en casa nuestra. Con el voto político en los parlamentos, solo de los ricos y de los hombres, aparecían y convertían los Estados como garantía política y jurídica de la propiedad privada.

A mediados del siglo XIX, también en Inglaterra, la privatización de la tierra (de los que no la tenían en propiedad) y otros bienes comunales hizo emigrar en mucha población en las grandes ciudades, que sirvió como mano de obra barata a la industria emergente. Con esto aparecían ya las organizaciones y los movimientos sociales de finales del XIX: el sufragio universal y los movimientos políticos; socialistas, anarquistas y comunistas. Aparecen el binomio Mercado – Sido, uno como exponente del capitalismo liberal y el otro, para hacer frente a la creciente dinámica política y reivindicativa de las clases más populares. El Estado como regulador del mercado, con la creación del estado del bienestar. Con el tiempo, este binomio ha demostrado la imposibilidad del Estado frente a los intereses del capital (mercado), y más con el hundimiento del comunismo de estado, que por algunos significó el fin de la historia.

A partir de medios del siglo XX, aparece la última fase de este proceso de concentración de capital y se produce la pérdida de competencias de los Estados con la aparición del llamado neoliberalismo y la globalización, que comporta la privatización de los bienes y servicios del Estado de Bienestar conseguidos: la sanidad, la educación, la energía, los transportes, el agua, las telecomunicaciones, la atención a la dependencia y muchos medios de comunicación (directa o indirectamente).

Cada vez más, a partir del siglo XXI, se va demostrando que la hegemonía del sistema del capitalismo – mercado ha llegado a su límite de injusticia y carencia de equidad. El creciente cambio climático, que pone límites a la existencia de muchos seres vivos (entre ellos los humanos) al planeta, junto con las pandemias y otros riesgos globales, las guerras por intereses del mercado, disfrazadas de reivindicaciones políticas, económicas, ideológicas o religiosas, el desmontaje creciente y progresivo de los restos del estado de bienestar, obtenido por las luchas populares, el deterioro incluso de la democracia formal con la aparición otro golpe de totalitarismos, populismos y dictaduras, pérdida de derechos y libertades, profundización de las privatizaciones y deterioro (recortes) de los servicios públicos. Podríamos decir que ahora, con la guerra entre estados a Europa, estamos viviendo el fin de la globalización.

Todo esto, juntamente también con el deterioro de los servicios del Estado (administraciones públicas) consentido y buscado por los otros intereses, como la creciente burocratización de la administración pública (y de los sindicatos), el corporativismo, la corrupción, el clientelismo, las puertas giratorias y el deterioro de la democracia.

Ahora, mucha gente consciente de esta situación dice: “No podemos salvar el mundo ni salvarnos nosotros haciendo las mismas cosas que nos han llevado hasta aquí”. Hay que cambiar radicalmente, entre un modelo que se acaba y un modelo para construir. Aparecen los monstruos, los miedos, los radicalismos, populismos e intereses disfrazados y mentiras de los de siempre, los que todavía tienen el poder (económico y político), pero hay algunos caminos para explorar y recuperar los bienes comunes y su mejor gobernanza.

Pensar y fomentar los vínculos sociales, la solidaridad frente al individualismo, desacralizar la propiedad privada de los bienes comunes y de los corderos de producción y construir la gobernanza de la comunidad, la democracia directa (el municipalismo puede ser una buena vía), de base, para decidir y gestionar bien, superando el individualismo, el corporativismo, la burocracia, la corrupción y la apropiación de los bienes e intereses comunes.

La comunidad (a todos los niveles territoriales) es la que tiene que decidir qué hay que producir y como es debido hacerlo (veas aquí, el turismo masivo, los grandes acontecimientos, la agricultura y ganadería industrial, la pérdida de territorio y de biodiversidad con razón de los intereses económicos de unos pocos, etc.), con respecto a la salud y en la vida en el planeta. La comunidad tiene que decidir qué servicios hay que tener garantizados, con calidad, desmitificar el concepto de crecimiento económico y social basado en el PIB, que no es sostenible ni saludable, y escoger un crecimiento en plenitud humana: en conocimientos, cultura, salud, educación, curas, igualdad, solidaridad y equidad (valores republicanos, por cierto).

Creer en el principio que es más importante el ser (con solidaridad) que el tener. Tener todo el mundo asegurados los suficientes recursos para poder llevar a cabo el proyecto personal y social de vida en común (definición de Salud).

El primero, en este momento, es recuperar la esperanza y la confianza en nosotros mismos. Si no nos ponemos nosotros, quién lo hará? Seguramente el camino continuará siendo largo y difícil, pero será apasionante. Un golpe más, los que nos han precedido en esta lucha y los que vienen detrás, se lo merecen y lo necesitan.

Referencias:

Libres, dignos, vivos. El poder subversivo de los Comunes. Helfrich, S. y Bollier, D. Barcelona, Icaria 2020.
El Común catalán, Algarra, D, Porlach Ed. 2015.F

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