
Entre València y Mallorca una calle ha resistido todas las modificaciones del Camp de l’Arpa suscitadas por el imperialismo del Eixample, tanto como para condensar la idiosincrasia original de esta zona de Barcelona pese a un interminable maltrato histórico, pues el carrer de Bassols perdió su condición de pasaje en el nomenclátor pese a su morfología y si me apuran hasta por su reciente embellecimiento, reflejo a pies juntillas la homologación estética de las travesías de la ciudad condal
Su nombre se debe, sin confundirlo con el controvertido General Bassols del vecino Clot, a Ignasi Bassols de Foxà, caballero de la real maestranza de Valencia, residente en el número 5 del carrers dels Arcs, hoy en día integrado al Círculo de Bellas Artes, y esposo de Joaquina de Cabanes, heredera del Manso Oller, junto a los molinos de las cercanías, de cuya traza sólo puede apreciarse un rastro en el inigualable carrer de l’Arc de Sant Sever.
Paseo casi cada día por el Camp de l’Arpa, y poco después de la confluencia de Bassols con Camp de l’Arpa siempre me ha intrigado un hueco entre dos edificios, en mis elucubraciones la prueba de como el torrent de Bogatell circulaba por ese punto, algo confirmado en un mapa de 1891, donde puede verificarse el curso del mismo hasta proseguir por la Sèquia Comtal.

Bassols tiene en su haber otra característica única, la de configurar su recorrido desde Rogent para conectarse con dos vías tan significativas como Xifré e Independencia. En su esquina con la primera estuvo hasta finales de los años sesenta el Salón Café de María Griñó, desde 1910 rebautizado como Condal, un cine de barrio con suelo de madera y el sonido de su proyector expandiéndose por los alrededores.
La historia de este pasaje, desde aquí conminamos al Ayuntamiento a recuperar ese pasado tan genuino, tiene varios jalones de relevancia. En el planisferio de 1891 puede su extensión alcanza sólo hasta el incipiente Xifré. Esa lentitud en construir en los solares produjo quejas de distinto calado porque muchos aprovechaban el vacío para acumular basuras o tirar animales muertos. Las reivindicaciones no fueron atendidas durante años, solucionándose el entuerto más o menos hacia 1908, cuando el alumbrado público empezó a despejar el paraje de gentes, tal como apuntan los periódicos, de mal vivir, si bien en 1921 la Gaceta Municipal ordena a José Tintó derribar tres barracas de su propiedad en el número 14, donde poco después se erigió una casita de planta anexa a la finca de Ramón Caymel, de 1928, con su fachada rehabilitada no hace mucho, mejorándola y pervirtiéndola pese a lo acertado de la operación.

Las diferentes capas de Bassols, su poca unidad edilicia, la convierten en muy interesante desde lo arquitectónico. Entre los autores de los inmuebles, como no podría ser de otro modo, figura Ramón Ribera Rodríguez, un clásico básico del Clot y el Camp de l’Arpa, medio escondido como corresponde su condición de secundario sin ningún tipo de repercusión mediática.
Entre las joyas de de Bassols cabe remarcar un pasaje interno, oculto para ojos ajenos de curiosidad. Hasta lo pequeño debe mimarse cuando se camina, con parsimonia para detectar todos sus matices, como este, complemento de otra perlas, como una esquinada en el lado montaña de Rogent, reluciente por su fachada bicroma.
Sin embargo, una efeméride de 1933 capitalizará nuestra senda de hoy, sobre todo por su valor para sintetizar esos tensos meses de la Segunda República, cuando en toda España los anarquistas eran el enemigo público número 1 tras su intentona revolucionaria del Baix Llobregat en 1932 y el trágico desenlace de los sucesos de Casas Viejas en enero de 1933, resolutivo al mostrar las típicas contradicciones de un poder de izquierdas en el uso de la violencia.
El 14 de junio de 1933 unos guardias de asalto se personaron la puerta del número 8 del pasaje de Bassols; querían verificar si daban con un delincuente en busca y captura por protagonizar numerosos atracos en la capital catalana. Las fuerzas del orden revisaron el local no sin alertarse por la presencia de más de doscientos sindicalistas ácratas de la CNT y la FAI. La gota que colmó el vaso apareció cuando uno de los hombres hizo ademán de escaparse por una salida trasera, alarmándose el cabo Antonio Córdoba, contra quien disparó el sospechoso, matándolo después de propinarle tres tiros. El guardia de asalto, enterrado con honores, tenía veintinueve años y dejaba mujer y dos hijos, residentes en Málaga a la espera de poder trasladarse junto al malogrado con el sueño de tener mejores oportunidades que en su tierra natal.

La fuga del ácrata hacia un huerto colindante desató el pánico en el pasaje mediante un voraz tiroteo, con la mala suerte de causar una víctima inocente, el niño de tres años José María Salvador, vecino del 26 del carrer de Rogent.
El miedo y la indignación cundieron en el vecindario, no desde la demonización de las decenas de detenidos, de los cuales treinta terminaron entre rejas, sino por el adiós del pequeño y la contundencia de la autoridad, con protestas en comisaría de muchas mujeres de la barriada.
En diciembre de 1933 la policía reincidió en el 8 de Bassols, repitiéndose el ir y venir de las balas, esta vez sin víctimas mortales. Tres semanas antes se habían celebrado las elecciones generales, con victoria de la CEDA, brusco viraje para los anhelos de una República de cariz progresista.
El epílogo tuvo lugar por partida doble en otoño de 1934. En septiembre de ese año la policía detuvo a unos individuos que recaudaban fondos para los sindicatos en el bar Zaragoza del pasaje. Un mes más tarde, los anarquistas desarrollaron una acción simultánea en varios locales clausurados para romper sus precintos y recuperar lo perdido, desbaratándose sus planes por la rápida intervención de sus oponentes, consolándose con la pírrica victoria de haber escrito en los muros lemas favorables a la CNT y la FAI. Quedaban menos de dos años para la guerra, cuando, algo demasiado poco recordado en el imaginario barcelonés, los anarquistas pararon el golpe fascista del 19 de julio y compartieron el mando con los partidos republicanos en el Comité de Milicias, preludio de los hechos de mayo de 1937, el ejemplo supremo de cómo perder un conflicto por la eterna desunión de la izquierda.


