La vivienda es una preocupación que vivimos en nuestro día a día y -por suerte- está cada vez más presente en el debate político, pero más allá de la urgencia, también conviene que ponemos una mirada más reflexiva. Irene Sabaté Muriel es una buena compañía para hacerlo. Es antropóloga, profesora en la Universidad de Barcelona, ​​miembro de la junta del Observatorio DESC y una de las fundadoras del Sindicat de Llogateres. Hizo su tesis doctoral sobre el acceso a la vivienda en un barrio del Berlín oriental, y después hizo un libro titulado Habitar tras el muro . También ha investigado sobre la crisis hipotecaria en el Estado español y sigue trabajando sobre el acceso a la vivienda.

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Irene invita a pensar la vivienda de forma multidimensional, porque juega distintas funciones y «nos sirve de cobijo respecto a las inclemencias en un sentido amplio, no sólo climatológicas, sino a las inclemencias sociales». Para pensar que es una vivienda adecuada, nos plantea que es útil tener en cuenta sus siete dimensiones según Naciones Unidas : «tienen que ver con cuestiones muy materiales, como la habilidad, o el hecho de que sea un lugar salubre, con acceso en el agua corriente potable, con una estructura segura, que no amenace la integridad física de sus habitantes, pero incluyen también alguna que sería mucho más abstracta, como la adecuación cultural: en qué medida esa vivienda permite las prácticas culturales que sus habitantes quieran desarrollar».

Señala que el derecho a la vivienda está en red con otros muchos derechos, que hay que acreditar que se está domiciliado en un lugar determinado para acceder a los derechos de ciudadanía, pero más allá de eso, «el hecho de que alguien sepa que tiene casa en un sitio le convierte en alguien más capaz de vincularse con el barrio y con la ciudad, y por tanto de reivindicar más elementos». «En nuestra casa las distintas formas de tenencia están muy diferenciadas, y existe un privilegio muy fuerte de la propiedad respecto al alquiler», apunta. Este hecho se hace especialmente evidente en el hecho de que las personas inquilinas no están invitadas a participar en las asambleas de las comunidades de vecinas. «Y eso que parece algo nimio tiene muchas consecuencias, no solo en cuanto a decidir si cambiamos el ascensor,

En Habitar tras el muro , la antropóloga habla del derecho a la autodeterminación de las condiciones de vivienda, y asegura que «tenemos una visión algo torpe de esta autodeterminación, porque la gente cree que se puede autodeterminar sus condiciones habitacionales cuando compra, pero si lo miramos un poco, si llegamos a comprar lo hacemos dónde y cómo podemos». Para ejemplificarlo, cita a Pierre Bourdieu en Las estructuras sociales de la economía, que observa cómo, en su interacción con los posibles compradores, los vendedores de inmuebles hacen que bajen las expectativas que tenían para comprar una casa que estaba muy por debajo. «Cuando yo hablo de la autodeterminación de las condiciones de vivienda hablo de algo más negociado, en el que los grupos domésticos tienen un buen margen para decidir qué necesidades y aspiraciones quieren satisfacer con la vivienda».

En cambio, dice Irene, «se nos impone otro discurso según el que debemos vivir según los precios del mercado, que en una región metropolitana la gente debe poder ordenarse según la renta». «Con esto invisibilizamos la importancia que tiene el arraigo de la gente en ubicaciones concretas, y el hecho de que la gente, en el momento de acceder a la vivienda, tiene historia, tiene una historia personal y unos vínculos en algún sitio, y unas necesidades concretas e incluso proyectos que deberían escucharse y tenerse en consideración», concluye.

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