El poeta Joan Salvat-Papasseït escribió un buen día aquello de Jo no prometo res, només camino, más tarde cantado por Joan Manel Serrat. Es uno de mis lemas, y por eso mismo os prometo avanzar un poco más por el Camp de l’Arpa, si bien hoy lo haremos estáticos, desde la esquina de Rogent con Bassols, bien útil para comprender ciertas dinámicas urbanizadoras del barrio a finales del siglo XIX.
Hace dos semanas, lo comenté en la anterior entrega, acudí muy esperanzado a mi querido archivo municipal para dilucidar la autoría del número 31 de Rogent, un edificio espectacular por su rareza, con decoración geométrica como base. La desgracia se cebó en mi persona porque me entregaron la documentación del número 29, sin embargo una pasarela para romperme la cabeza entre hipótesis.

Según el pliego, este inmueble, de los menos remarcables del entorno, es del maestro de obra Pedro Molinas Coll, quien lo erigió a encargo de Joaquim Paloma Cuadreny. Este buen hombre depositó su confianza cinco años más tarde en Josep Graner, perfecto en su profesionalidad al dotar del Modernismo a la moda las dos viviendas de los números 28 y 30 de Bassols, adyacente a la finca del 29 de Rogent, como si así, sin quererlo, efectuara una sinfonía alineada en la matemática.
Retengan los nombres. En Qué hacer con un pasado sucio (Galaxia Gutenberg) el historiador José Álvarez Junco afirma con razón que la Historia es una ciencia, pero sin la precisión del científico canónico, comparando nuestra labor al pescador en el mar, siempre insatisfecho al pescar sólo lo disponible, derrotado por lo imposible de la totalidad.
Para intentar conseguirla con el 31 de Rogent, prosigue la música, apliqué dos métodos. El primero ocurrió un viernes de la ola de calor primaveral. Eran las siete de la tarde y salí de mi casa en pantalón corto. Bajé la hermosa rambla del Camp de l’Arpa y en mi obsesión del 31 saqué fotos, fijándome en una similitud de las pilastras de las ventanas con el 29, este sin el ornamento de unas hermosas cabezas femeninas, detectadas, y aquí la emoción se desbordó, asimismo en el 77 del carrer de Xifré, datado en su fachada en 1897, sólo un año antes del bloque de Molinas Coll.

De regreso al hogar fui raudo y veloz a la página web del Archivo Municipal, sin resultado alguno. Aquí se activó el plan B. Esa misma mañana me había escrito Valentí Pons, quizá el mayor experto sobre el Modernismo, quien hace poco ha puesto a disposición del público su inmenso trabajo en la página Arquitectura Modernista.
Respondí a su correo, preguntándole por Rogent 31 y Xifré 77. La primera en su archivo figuraba como la casa Antoni Pont, de 1896 y del arquitecto Joan Alsina Arús, un mirlo blanco fallecido en 1911, a los treinta y nueve años. La segunda tuvo una ampliación de dos pisos en 1897 a cargo de Josep Graner y perteneció a María Rius, con otras posesiones en Independencia y Mallorca, también fruto del trabajo de este maestro de obra
¿Mi gozo en un pozo? Vayamos por partes. Alsina Arús es un nombre a priori fascinante. Huérfano, levantó los planes del Palau Güell en 1888. A mí eso me chirría, porque con dieciséis años no puedo imaginar toda esa complejidad. Su posterior singladura tiene como cima la casa Oller-Planells en la plaça de Tetuàn y la torre Joan Batllori Bassas, de 1903, con sus restos visibles en Vallcarca.
¿Qué haría en 1896 en Camp de l’Arpa? No puede descartarse, menos aún si es Valentí quien me pasa la información disponible, pero desde mi punto de vista debería realizarse una reescritura de su biografía.
La intuición me hizo profundizar en Antoni Pont, residente en el carrer de l’Arc de Sant Sever en primera instancia para después trasladarse un tiempo a Progreso, actual Ruiz de Padrón, y luego a Muntanya, ambos domicilios sin número, para complicarnos un poco más la vida a los investigadores.
Hasta 1886 su maestro de obra de cabecera fue Frederic Farreras, titulado en 1866 y de largo trayecto en la profesión con viviendas de planta o planta y piso. Al terminar esta relación Antoni Pont contrata a Pedro Molinas Coll, encendiéndose en mi mente una proverbial lucecita.

Y aquí queda inaugurada la temporada de las suposiciones. Volvamos a Rogent con Bassols y hagamos todo muy cotidiano. En 1896, insisto en como sólo son posibilidades, Pont quiso edificar en esa esquina y llamó a Molinas Coll. Ese mismo año María Rius quiso algo parecido para su trecho del carrer Xifré y por eso la decoración geométrica y las pilastras adosadas con esas testas femeninas en las ventanas visten idénticas en ambos lugares. Por último, en 1898 Joaquim Paloma quiso su propio estilo y Molinas, los maestro de obra eran como chicos para todo, le apañó un modelo afín sin tanta exuberancia para adaptarlo a su menor presupuesto.
Repito, sólo es una suposición. La otra sería tener al genio, a comprobar porque en sus posteriores creaciones no tiene ese estilo, de Alsina Arús como anónimo estelar del barrio, como quién dice en prácticas hacia la cima, nunca alcanzada.
Nos queda Graner como tercer hombre. En algún texto he mencionado como no debe confundirse con Granell, nombre reconocible por la fantasía de sus puertas y ventanales. Graner tiene su repertorio repartido por toda Barcelona, desde la casa de la Papallona del carrer Llança hasta la Ricard Mestres de la plaça del Sol, sin olvidar las naves del carrer Ortigosa y su abundante producción en Camp de l’Arpa. Mi preferida, para gusto los colores, es la casa Elvira Robert Juval, en el 77 de Nació.
¿Quién rubricó la perla del 31? El último tiro de la pistola corresponde a mi amiga Esther, archivera de Sant Martí. Para tranquilizarme dice lo siguiente: “Jordi, no te preocupes, a veces no podemos localizar el autor porque no todo constaba en acta, y en este caso concreto quizá no podamos hacer mucho más.”

Pero esto del último es una falacia, sólo existe el penúltimo, como suelen soltar los buenos bebedores de la nocturnidad. Antes de cerrar la edición redundé en el crimen de observar. En el número 584 de Valencia cenefas y la marca de Molinas Coll, reconocible en muchas de sus contribuciones, asomaban entre el follaje. La coronación ponía la guinda a otra matemática: 1900, lógica, porque en el pliegue disponible online en el archivo la datación era 1899 por una petición de Francisca Ortiz para alzar dos casas.
Se non è vero, è ben trovato, musitarán los escépticos. Al menos, hemos caminado sin movernos para entender mejor cómo creció el Camp de l’Arpa con pocos nombres, siempre ignorados y merecedores de monumentos invisibles por hilvanar tantos detalles de este perímetro.


