¿Y después qué?, nos preguntábamos en un artículo sobre la guerra de Ucrania, titulado La soga, y publicado el mes de marzo en estas mismas pantallas. En aquella ocasión, dirigíamos nuestra mirada a la complejidad de una negociación para una salida pactada. Siempre en el marco de los territorios directamente afectados y amenazados. Aquí formularemos preguntas sobre el porvenir en el escenario planetario, porque en este caso no se trata de un conflicto solo local, sino que tiene una trascendencia global, con una deriva cada vez más peligrosa.
¿Y después qué? Permítanme un punto de especulación apocalíptica. ¿Llegaremos a probar aquel futuro prometedor (o mejor, deslumbrante) que nos anunciaban los profetas de la prospectiva científica, tecnológica y de la sociedad del conocimiento? Ya no digo saborearlo, que quizá cae un poco lejos. Ni mucho menos, disfrutarlo en plenitud. Simplemente, tal como lo define el diccionario: tomar una pequeña cantidad y apreciar el gusto. ¿O nos conformaremos con el hecho de haberlo soñado?
Reviso diversos libros que relatan un mañana esperanzado. Se trata de ensayos rigurosos, basados en evidencias, escritos por expertos. No haré aquí la lista de sabios y eruditos con visión prospectiva. Pero no son ilusos ni soñadores. Miles de páginas sobre cómo la ciencia y la tecnología revolucionarán la materia, la vida y la mente en el siglo XXI: ordenadores cuánticos o quizás biológicos; supresión de las enfermedades y la prolongación de la vida mediante la descodificación profunda y gestión del ADN humano, animal y vegetal; dominio de la energía cósmica y de la fusión nuclear; exploración (y colonización) del universo, más allá del sistema solar; robots autoreplicantes, nanomáquinas, y un largo etcétera. Inteligencia humana e inteligencia artificial conexas y en marcha.
Sucesos en cadena
Y de repente, un movimiento bursátil, una burbuja especulativa, un algoritmo mal planteado, una decisión apresurada, un error de cálculo, la arrogancia de un megalómano o unos riesgos mil veces alertados nos hacen pisar con los pies en el suelo. No somos tan imbatibles como pensábamos. De acuerdo: hemos acelerado el ritmo de la historia. Pero cualquier hecho puntual, en apariencia intrascendente, incluso aislado, corre el peligro de originar una cadena de consecuencias que pueden terminar en un grave problema global. E incluso, con la desaparición de la humanidad.
Hemos acelerado el ritmo de la historia. Pero cualquier hecho puntual, en apariencia intrascendente, incluso aislado, corre el peligro de originar una cadena de consecuencias que pueden terminar en un grave problema global
De estas experiencias menores hemos tenido bastantes ejemplos entre la segunda mitad del siglo XX y este comienzo convulso del siglo XXI. Han sucedido hechos e incidentes de cierta gravedad: la guerra fría (sobre todo), y la salida inesperada de la guerra fría. Pero también guerras de baja intensidad, guerras de guerrillas, guerras preventivas, guerras de desgaste, guerras terroristas… Guerras de cuarta generación. E incluso, guerras asimétricas, entre grandes y pequeños, en las cuales, a veces, el ganador ha sido el más débil, o no ha habido un vencedor claro. Se han sufrido crisis diversas: económica, energética, financiera, ideológica, climática… La pandemia. Y, no obstante, en el mundo desarrollado, se han vivido décadas de relativa prosperidad, de paz (digamos, global). Es cierto, con altibajos. Pero se han producido adelantos científicos y tecnológicos impresionantes. Y el sentimiento general ha sido de progreso. La humanidad ha mantenido su capacidad de reacción.
Se han producido adelantos científicos y tecnológicos impresionantes. Y el sentimiento general ha sido de progreso. La humanidad ha mantenido su capacidad de reacción
Y ahora, una guerra, tan próxima y, a la vez, tan lejana, la de Ucrania, ha conmovido los cimientos de aquel desarrollo sostenido, ya puesto en cuestión por la crisis climática y por la pobreza endémica en el tercer mundo. Una invasión cruel que lleva resonancias de fragor imperial e imperialista. Que nos retrotrae a siglos muy alejados, con ideas que hablan de patrias y de identidades dominantes y excluyentes. Que exhiben intenciones que no se debaten en un parlamento, sino en el campo de batalla. Consecuencia tal vez de decisiones apresuradas, derivadas de la derrota del comunismo de Estado, cuando alguien dijo que la historia había finalizado. Este conflicto recibe el nombre de guerra híbrida, porque en él se utilizan varios recursos militares, desde las armas convencionales, las guerrillas, los ciberataques, la desinformación y las fuerzas irregulares, hasta la amenaza de un ataque con armas nucleares.
Se tiene la sensación que hemos entrado en un callejón, quizá mejor en un laberinto, sin salida. ¿Una batalla sin vencedor? Acaso un ciclo inacabable e infernal, enquistado en el corazón del este de Europa. Tal vez una crisis económica, energética y alimentaria anclada en un largo plazo. Con la segunda potencia nuclear del mundo amenazando de forma permanente, a diestro y siniestro, con el uso de sus armas de destrucción masiva. ¿Una nueva guerra fría? ¿Una guerra de intensidad creciente?
La guerra fría
¿Hemos dicho guerra fría? La editorial Galaxia Gutemberg ha recuperado este año (2022) un libro escrito por Odd Arne Westad, y publicado en 2017, con el título La guerra fría: una historia mundial, que da pistas para la reflexión sobre un posible futuro del conflicto actual. Solo pistas, porque el texto y el contexto son bastante diferentes. Pero también con coincidencias. Definimos la guerra fría como un estado de enfrentamiento no declarado, larvado, no armado, en estado de congelación (a causa de la destrucción mutua asegurada), que concierne dos o varias potencias, y aun así en peligro de eclosión constante. Podría constituir la estación final de llegada. Hay que tener en cuenta que la disipación de la vieja guerra fría no significó la desaparición de los conflictos internacionales, ni apaciguó la amenaza atómica.
Una nueva versión de la guerra fría podría definir el paisaje de después de la batalla de Ucrania. Ni guerra ni paz. Tensión contenida. Un estado de letargo bélico entre Occidente y Rusia, con Europa en medio. Y China no demasiado lejos. Sin un ganador claro. Porque Kiev, por más que se esfuerce, no podrá cantar victoria. Habrá conseguido salvar buena parte del territorio, en el supuesto de que Putin deseara conquistarlo. Habrá demostrado una voluntad de resistencia digna de admiración. Pero habrá perdido definitivamente Crimea (en manos de Moscú desde el 2014), sus cercanías (¿incluso Odesa?), quizás el corredor de conexión con el Donbáss (incluida la ciudad de Mariúpol), y el mismo Donbáss.
Una nueva versión de la guerra fría podría definir el paisaje de después de la batalla de Ucrania. Ni guerra ni paz. Tensión contenida. Un estado de letargo bélico entre Occidente y Rusia, con Europa en medio. Y China no demasiado lejos
Ya sé que se trata de una especulación. Y, sin embargo, no es gratuita. Una vez declarado el alto el fuego, ¿quién podrá negociar qué? Es más que probable que los intentos de llegar a algún tipo de acuerdo se eternicen, que occidente mantenga las sanciones (y Moscú también), que perdure la entrega de armas cada vez más sofisticadas, y se cree una especie de plan Marshall para reconstruir el resto de Ucrania libre. Es probable que terceros países se alineen con uno u otro sector. Y que el mundo aprenda a convivir, de nuevo, con esta peligrosa inercia de amenazas latentes.
Conflicto de intensidad creciente
Pero también he señalado la posibilidad que todo este enorme embrollo desemboque en una guerra de intensidad global, no latente, sino creciente. No se puede descartar este escenario aterrador. Porque, al margen de la lucha sobre el terreno, el conflicto puede originar (de hecho, ya origina) perturbaciones acumulativas. Y plantea muchas preguntas sin respuesta. ¿Querrá Rusia continuar arañando territorios afines de otros países con la pretensión de generar una especie de colchón de seguridad a lo largo de sus fronteras actuales? ¿Anexionar Transnistria, por ejemplo? ¿Abjasia, en Georgia? ¿Las repúblicas bálticas? ¿Hasta dónde llegan las ambiciones del Kremlin? ¿Hasta qué punto está dispuesto Occidente a apoyar a la resistencia? El secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, se comprometió recientemente a facilitar ayuda militar en Ucrania “hasta el final”. Pero, ¿qué quiere decir exactamente “hasta el final”?
Al margen de la lucha sobre el terreno, el conflicto puede originar (de hecho, ya origina) perturbaciones acumulativas
El mundo se podría encontrar también frente a una serie de acontecimientos, a menudo sin una aparente conexión entre ellos, pero que tienen derivaciones concurrentes y pueden desencadenar un conflicto global. ¿Qué tiene que ver, por ejemplo, la guerra de Ucrania con un posible rebrote del nacionalismo en China como réplica a un aumento de la tensión social, sobre todo después del confinamiento de Shanghái? A corta distancia, nada. Y, sin embargo, a nadie le interesa una China que busque compensar los conflictos internos con una posición rígida y beligerante en política exterior. Es por este motivo que algunos analistas diplomáticos observaron con preocupación ciertos deslices verbales, ciertas improvisaciones, del presidente norteamericano Joe Biden, al referirse a la independencia de Taiwán, o al considerar Pekín como el principal adversario de Washington. Después matizó. Pero el mal ya estaba hecho. En estos momentos, las escaladas verbales pueden ser tan peligrosas como las bélicas.
El mundo se podría encontrar también frente a una serie de acontecimientos, a menudo sin una aparente conexión entre ellos, pero que tienen derivaciones concurrentes y pueden desencadenar un conflicto global
¿Y si el imprevisible Kim Jong-un decidiera acelerar su programa nuclear y potenciar su mirada nacionalista para ocultar la quiebra económica y el fracaso pandémico? ¿Aprovechará Irán el desbarajuste internacional para acelerar su programa nuclear? ¿Israel lo permitirá o actuará de forma unilateral? ¿Qué sucederá si Donald Trump, experto en invectivas y en urdir conflictos, viejo admirador de Putin, gana las próximas elecciones generales? ¿Y si la extrema derecha conquista el poder en algún país de Europa, aparte de Hungría y Polonia, donde ya lo detenta?
¿Y si la crisis alimentaria, provocada por la guerra y también por el cambio climático, origina un descalabro en los países africanos y, en general, en el tercer mundo, hasta el punto de ocasionar un auténtico colapso y una fuga masiva de sus empobrecidos habitantes? ¿Y si Europa vive su propia crisis, con los precios de los alimentos de la energía disparados y con la necesidad de adoptar severas medidas de racionamiento?
Nada se puede descartar.
Más allá de la ficción
La literatura de ficción ya ha dibujado paisajes inquietantes sobre este tipo de escalada tan peligrosa. Hay novelas de éxito que plantean esta paradoja: crisis políticas y conflictos armados de extensión limitada, colisiones de intereses, aparentemente controlados, de consecuencias tasadas y soportables, a los cuales se suman acontecimientos imprevisibles de carácter quizás menor, pero de efectos acumulativos, podrían acabar con la destrucción del Planeta.
Lawrence Freedman, en su erudito ensayo titulado La guerra futura, cita como novela de referencia On the beach (En la playa) de Nevil Shute, obra y autor poco conocidos en Catalunya y en España. Si se hace una primera busca superficial en Google, llama la atención que aparezca como un libro de aprendizaje de inglés, indicado para estudiantes del nivel intermedio de grado 4. Pero inmediatamente se descubre que On the beach ha sido considerada la novela australiana más relevante del siglo XX. Es más: se rodó una versión cinematográfica titulada ‘La hora final’ (1959), dirigida y producida por Stanley Kramer e interpretada por, ni más ni menos, Gregory Peck, Ava Gardner, Fred Astaire, Anthony Perkins y Donna Anderson. Nevil Shute es un ingeniero aeronáutico y escritor prolífico, de origen británico, pero nacionalizado australiano. Al parecer, su novela y la película influyeron en la opinión pública norteamericana para conseguir el apoyo a la prohibición parcial de las pruebas nucleares.
En síntesis, un conjunto de decisiones erróneas, fuera de toda razón, la mayoría adoptadas de forma apresurada, provoca un conflicto nuclear generalizado en el hemisferio norte y aniquila todo rastro de vida humana en aquella zona. Dos años después, la contaminación radiactiva amenaza, sin remedio, el hemisferio sur. La trama se desarrolla entre Melbourne (Australia) y la ciudad norteamericana de Seattle. La historia se centra en un grupo de supervivientes amenazados por la contaminación letal y en la tripulación de un submarino norteamericano, que había sido destinado en Australia antes de que estallara la guerra. Los mandos pretenden descubrir el origen de una señal, aparentemente humana, procedente de la costa oeste de los Estados Unidos. Es la última esperanza que les queda. Pero resulta falsa. San Francisco y toda la costa del Pacífico (Seattle, incluida) están destruidos y no queda ningún rastro de vida. Toda la obra está impregnada de pesimismo, devastación y desesperanza. Y tiene una conclusión coherente con esta sensación terminal: la consumación de la historia planetaria.
La versión más actual se titula Nunca, de Ken Follett. Se trata de una novela política y de espionaje con una mirada tal vez más simple y un poco diferente que On the beach, pero la conclusión es la misma: el fin de la humanidad. En este caso, pequeños conflictos sin importancia, errores banales de inteligencia, la amenaza del terrorismo de origen yihadista, pero todos ellos con efectos acumulativos, acaban desencadenando una guerra nuclear generalizada, sin que nadie tenga nada de interés a provocarla. La acción se desarrolla en los Estados Unidos, en China, en Rusia, al desierto del Sáhara, en el Sudán, en Corea del Norte. Ken Follett se pregunta si, tal como sucedió en la Primera Guerra Mundial, un conflicto local puede convertirse en global sin que nadie desee que esto suceda.
Así que, si se quiere evitar que la ficción se convierta en realidad, habrá que extremar las precauciones. La complejidad de relaciones internacionales obliga a abordar la invasión rusa de Ucrania con la máxima inteligencia y cautela, evitando las pasiones generadas por las injusticias propias de las guerras, y especialmente de esta. Porque cualquier error, por pequeño que fuera, podría romper los delicados equilibrios forjados por muchos años de diplomacia.
La complejidad de relaciones internacionales obliga a abordar la invasión rusa de Ucrania con la máxima inteligencia y cautela, evitando las pasiones generadas por las injusticias propias de las guerras
¿Llegaremos a probar aquel futuro prometedor que nos anunciaban los profetas de la prospectiva científica, tecnológica y de la sociedad del conocimiento? Entre una nueva guerra fría y la destrucción planetaria por acumulación de tensiones, podrían abrirse muchos más escenarios para después de la guerra de Ucrania. Pero si somos sinceros, hoy por hoy, ninguno sería satisfactorio.


