Es sábado doce de abril del año 1786 . Carlos III enfila los últimos años de su reinado, Mozart acaba de crear su 38 sinfonía, y Francia se prepara —aunque aún no lo sabe— para asaltar la Bastilla y proclamar la primera constitución democrática de la historia. Por las murallas de Barcelona cruza un viajero extranjero, de nombre Joseph Townstead, proveniente de un pueblecito situado al oeste de Londres. Townstead es médico, geólogo, y vicario, y ha llegado a España atravesando los Pirineos con la idea de documentar, con todo tipo de detalle, la vida de los distintos pueblos de España.
Al detenerse en Barcelona le sorprenden dos cosas que destaca en sus diarios: el fervor religioso con el que los catalanes y las catalanas viven la Semana Santa, y la laboriosidad de sus trabajadores. De hecho, Townstead dejaría escrito una de esas frases que, siglos después, todavía resonará con orgullo como una seña de identidad de la capital catalana: “ la laboriosidad que define a cualquier parte de Cataluña es aún mayor en Barcelona . A todas horas no sólo se escucha el martillo sobre el yunque, sino también se ve a todos los artesanos apresurarse en sus tareas, colaborando cada uno a su manera en la prosperidad general”.
Barcelona se encontraba entonces inmersa en lo que se ha dado en llamar Revolución Industrial, un período histórico que cambiaría radicalmente la fisonomía del país y la vida de sus habitantes. La industrialización supuso un cambio de paradigma absoluto —ya no respecto del período histórico anterior— sino respecto a la Historia en sentido amplio, y daría pie al nacimiento de las grandes ideologías del siglo diecinueve, todavía presentes hoy en día: el liberalismo, el socialismo , el comunismo y el capitalismo . Asimismo, los procesos de industrialización tendrían consecuencias concretas sobre una realidad que, desgraciadamente, se ha mantenido constante a lo largo de la historia y, salvando algunos puntualísimos ejemplos, ha actuado de forma indiscriminada en las diferentes culturas que han existido: ladiscriminación por género , el dominio del hombre sobre la mujer.
Según el Observatorio del Trabajo y Modelo Productivo de Cataluña, la brecha salarial actual entre hombres y mujeres dentro del sector industrial es de un 20,5%
Dos años antes de la llegada de Townstead a la ciudad, Carlos III, previendo la necesidad de aportar mano de obra en los nuevos sectores emergentes, había aprobado un Decreto Real que eliminaba las trabas legales que dificultaban el acceso de la mujer al trabajo en las manufacturas; y es que la sociedad ha ejercido históricamente distinciones por motivos de raza y género, pero no el capital. De hecho, se aprovecha siempre que puede para abaratar sus costes de producción. Observando por las calles de la ciudad esta incipiente industria, Townstead tomaría nota de la distribución de tareas por género y escribiría: “ Las mujeres y los niños se dedican a tejer, hilar y hacer cintas. Los hombres follan, peinan, hilan y trenzan algodón, lino y lana ”.
La especialización de oficios sirvió de pretexto para valorar más el trabajo de los hombres que el de las mujeres . Además, de la mano de la industrialización fue creándose un discurso que endulzaba la figura de la mujer como protectora del hogar. Mientras ellos iban a los talleres a follar la lana, ellas tejían desde casa. Después, al terminar una jornada laboral de entre doce y quince horas, debían ponerse a realizar las tareas del hogar. Su trabajo quedaba totalmente invisibilizado . Según algunos estudios (Borderías, 2003) a principios del siglo diecinueve las mujeres recibían, en el sector industrial, aproximadamente la mitad del sueldo de los hombres. Sólo la oposición y la lucha de las mujeres conseguiría ir reduciendo cada vez más esa diferencia.
Mujeres como Rosa Marina , autora gaditana todavía poco conocida, que publicaría en 1857 su obra La Mujer y el Trabajo , donde afirmaba cosas de una actualidad y sentido común como las siguientes:
“No quiero hacer nada de las mujeres; lo que quiero es que sean lo que realmente sean capaces. Quiero que dada la aptitud, la instrucción, las cualidades necesarias, tengan entrada franca en todas las carreras, oficios y posiciones sociales, y que puedan elegir tan libremente como los hombres , sujetándose a las mismas condiciones que ellos. Bien sé que dirán que ya tienen mucho que hacer con ser esposas y madres, con amamantar y educar a sus hijos, con manejar sus casas. Enhorabuena; aquellas que hayan bastante con ello y no quieran o no puedan ocuparse en otra cosa, que no lo hagan; pero no es justo que esto se les imponga: creo que tienen el derecho de ser ellas mismas jueces, árbitros.”
O mujeres como Federica Montseny , sindicalista anarquista que se convertiría en la primera mujer en ocupar el cargo de ministra en un gobierno del Estado. Y tantas otras, de conocidas y de anónimas, que han reivindicado durante centurias algo tan simple como justo: igualdad.
Estamos en el año 2022 . Han pasado doscientos treinta y seis años desde la visita de Townstead a Cataluña. Hoy ya no es una excentricidad que una mujer sea ministra del Estado, aunque todavía está por ver a una mujer presidiendo su gobierno. ¿Y qué ocurre respecto de aquella injusta diferencia que hacía que las mujeres percibieran la mitad del salario por efectuar un trabajo similar?
Según el informe elaborado por el Observatorio del Trabajo y Modelo Productivo de Cataluña del año 2019, la brecha salarial actual entre hombres y mujeres dentro del sector industrial es de un 20,5% . El dato es aún más chocante si se tiene en cuenta que en más de dos siglos sólo se ha logrado reducirlo a poco más de la mitad. De hecho, si seguimos la progresión aritmética, se tardará todavía doscientos años en ver una igualdad salarial en el sector industrial catalán.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek dice que es más fácil imaginarse el fin de la Tierra que el fin del capitalismo. A veces, también parece más sencillo imaginarse que llegará antes la vida a humana otros planetas que el fin de la brecha salarial.
Este es un artículo orginal de La Fàbrica Digital


