
Continuamos en el carrer de Mallorca, en pleno Camp de l’Arpa. Salvo por la Formiga Martinenca, casi no tenemos elementos de interés entre Rogent y la Meridiana. Lo más curioso es consultar mapas antiguos, reveladores de una morfología rural y distinta, trazada mediante enlaces desaparecidos hasta en las fuentes más recurrentes, como si su existencia hubiera sido algo más que anónima o irrelevante, disipada una vez entraron nuevos elementos en la ecuación.
El más suculento tiene siglas graciosas. GRATSA. Garajes, Representaciones y Talleres. Con toda probabilidad, el momento de expansión de esta empresa data de los años sesenta, si bien antes, al menos desde el decenio anterior, ya disponía de un establecimiento casi en la esquina de Sepúlveda con Casanova, en uno de tantos meollos del Eixample.

Con el paso del tiempo los aparcamientos GRATSA tienen aroma de otra era. El de passeig Maragall fue uno de los colofones al desmantelar lo rústico del tramo inicial de esa avenida, cuando se conjugó la inauguración del metro de Camp de l’Arpa, el derribo de la masía de Can Ferrer y las bases para generar otro tipo de mentalidad en esta zona fronteriza entre el Camp de l’Arpa y el Guinardó.
En cambio, el del carrer Mallorca fue la aplicación de una sentencia de muerte para dos calles con función de enlace a Dega Bahí. El primero, si paseamos desde Rogent, era el de Palafrugell, sin tan solo una triste nota en la hemeroteca, aunque su rastro puede sondearse en el presente.

Una sospecha arqueológica se halla en el 8 de Degà Bahí, una puerta siempre cerrada como hipotética acceso a la forma de este fantasma, resistente a trompicones al lado de la caseta del controlador del parking, harto de verme merodear por el interior de su reino, hasta las narices de comprobar como cada dos por tres repito el acto de ponerme de puntitas y alzar la cabeza para fotografiar esas ruinas secuestradas por el mastodonte automovilístico.
La visión de las mismas es bella al mostrarnos como el pasado se resiste a irse, algo comprobable en la otra calle engullida por estas instalaciones, la de Serraclara, nula en sucesos con una excepción acaecida el miércoles 6 de agosto de 1913. Antes, cuando nadie gozaba de vacaciones pagadas, la Historia de las revueltas era veraniega, quien sabe si por el bochorno barcelonés. La década de los 10 del Novecientos tuvo infinitos episodios de este tipo.
En 1913 llegó el turno para una larga huelga del sector textil, esparcida por toda la ciudad, pero con una densa concentración en el viejo municipio de Sant Martí de Provençals. Esa mañana los trabajadores se dirigieron a la fábrica de aprestos de los Rius en el carrer de Serraclara, dispersados por un amago de carga de la Guardia Civil, bien posicionada para proteger las posesiones del capital.
Por desgracia no he podido localizar más informaciones sobre estas extintas calles, no como con la otra recta para unir Mallorca con los tramos superiores del barrio, Fontova, preciosa en su simplicidad, angosta y antaño hilada no sólo como un atajo a Dega Bahí y a los terrenos de Can Robacols, pues hacía nacer una pequeña travesía, el carrer de Vinyeta, indetectable en la actualidad.

Fontova puede prestarse a un problema habitual del nomenclátor: la dualidad. Esta se verifica en la hemeroteca y tiene una explicación como preámbulo, debida a como el nombre suele hacer la cosa. El 28 de diciembre de 1890 falleció el actor Lleó Fontova, un imprescindible de las tablas catalanas durante la Renaixença. En el siglo XXI muchos pueden sorprenderse si caminan por el parc de la Ciutadella y dan con un busto homenajeándolo, obra de un joven Pau Gargallo y miembro de la colección repartida por todo el espacio donde se celebró la Exposición Universal de 1888, desde mi punto de vista remodelado a posteriori con la clara intención de ser una mezcla entre los parisinos jardines de Luxemburgo y algo muy sui generis, el Saturno Park, en cierto sentido el Port Aventura condal de nuestros abuelos.
La fama de Fontova era colosal. En Poble-Sec lo honraron con una calle, replicada en la de nuestros desvelos, según el Ayuntamiento con esta denominación desde 1929 porque antes hacía referencia a Narcís Monturiol.
La calle del Poble-Sec mutó para inmortalizar a un compañero de Fontova, Teodor Bonaplata. Esto no impidió su permanencia en los anuncios de los diarios durante los años treinta para complicarme la investigación, solucionada gracias a un par de artículos, datados entre 1913 y 1914.
El primero recoge una queja vecinal al consistorio por el deplorable estado de la calle, con muchos baches, barro y suciedad en las aceras, además de la omnipresencia de gérmenes e insectos por culpa de todo lo enumerado con anterioridad.
En este texto, su ubicación es bastante imprecisa, no como en el segundo, en realidad una invitación a la conferencia de Joan Coloma en la Antiga Cooperativa del Camp de l’Arpa con el tema “los cooperadores y los cooperativistas ante el actual conflicto económico”.
Este párrafo es oro al concedernos una cronología de Fontova sin muchas fisuras, rincón de almacenes, ingenios e imprentas donde, a veces, sucedían graves accidentes, como el de Alfonso Palomo en 1953, quien perdió un brazo, preso de una máquina plana.
En la contemporaneidad de Fontova la presencia de la cooperativa, a declarar de urgencia patrimonial como sea, deja oler efluvios pretéritos junto a un edificio adyacente. El resto se ciñe a un guion anodino, con viviendas y una carnicería en la esquina con Dega Bahí.

Siempre que puedo suelo subir por Fontova entre el recuerdo de algo no vivido y la panorámica hacia la calle de Josepa Massanes, ahora nítida, antes un quebradero de cabeza por la presencia de la calle del Infante, tan estirada como para ahogar a Degà Bahí y dejarlo sin respiro ni aliento, como si así hubiera querido reír antes de morir, como si lo vetusto tomara el pelo a las queridas asepsias de los urbanistas barceloneses.


