Desde el principio de esta serie sobre el Camp de l’Arpa tuve serios problemas a la hora de ordenar su recorrido, entre otros motivos al estar muy familiarizado con su morfología, pero una cosa es el hábito de uno y otra muy distinta explicar un lugar a los lectores, sobre todo si se pretende contribuir con datos válidos no sólo para el presente.
Por ello mismo he dudado mucho sobre cómo continuar tras diseccionar el laberinto no tan invisible, el problema es la ausencia general de curiosidad, del trozo del carrer de Mallorca antes llamado Núria. La opción más tentadora hubiera sido proseguir hacia Can Robacols; Rogent no sé si merece una misa, aunque sí mayores explicaciones por ser esta herencia del torrent del Bogatell la arteria fundamental del barrio.
Quizá el edificio más estudiado de esta rambla sea su Escuela de Artes y Oficios, como luce en su fachada del número 51. El inmueble destaca tanto por elegancia como por vistosidad en comparación con los otros de su entorno en este trecho de Rogent entre Mallorca y Degà Bahí. Las causas son muy comprensibles. Para aprehenderlas deberemos desmenuzar un poco su Historia, ubicándola en el contexto de esos años.

Desde 1893 funcionaba en Sant Martí un embrión pedagógico sin sede fija. Primero estuvo en la esquina de Clot con Joan I y luego en la Casa de la Vila. Esta precariedad no fue obstáculo para acoger durante ese período clases nocturnas para unos setecientos alumnos, personas humildes interesadas en formarse, pues cierto credo obrero, bien respaldado en otras instituciones como La Escuela Moderna y personajes como Salvador Seguí, consideraba clave educar a los trabajadores desde la Cultura, suprema bandera para manejarse en el mundo y así poder combatir mejor las injusticias sociales, algo muy en boga con el espíritu de la Revolución francesa y su forja en pos de crear ciudadanos.
En 1908 se generaron enormes discusiones en el seno del Ayuntamiento por el entonces célebre presupuesto extraordinario de Cultura. La época olía a la futura gran reforma fruto de la Mancomunitat de 1914. La diferencia con ese breve futuro de esplendor, un hito de la administración catalana, radicó en cómo los concejales conservadores de la Lliga Regionalista no vieron con muy buenos ojos la propugnación de la neutralidad religiosa en las aulas, si bien es de suponer su acuerdo en la enseñanza del catalán, combinándolo con el castellano.
En un principio, La Escuela de Artes y Oficios de Sant Marti, inaugurada en 1911, debía acoger un asilo para obreras desocupadas. La autoría del conjunto corresponde a un binomio afortunado para la Arquitectura municipal, pues tanto Pere Falqués como Antoni Falguera ocuparon el máximo cargo del consistorio de esta materia.

El primero es un fundamental sin paliativos, demasiado desconocido pese a la trascendencia de su legado para la ciudad, desde las polémicas farolas de passeig de Gràcia hasta la Hidroeléctrica de Cataluña al lado del Arco de Triunfo, una de esas construcciones con suficiente influjo como para determinar todo un entorno pese a rodearse de otros pilares, como el Palau de Justicia, y tener la Estación del Norte casi siempre a la vista.
En cambio, Falguera es como más discreto, pero cuando se descubren sus variados testamentos uno no puede sino asombrarse. Entre ellos figuran la farmacia Bolós de rambla Catalunya con València, el Conservatorio de música o la casa de la Lactància de la Gran Via, piezas nada desdeñables, cada una bien insertada en sus espacios y funcionalidades.
En el caso del 51 de Rogent, otrora el 65, podemos admirar las soluciones adoptadas, con el ladrillo y la piedra muy acordes con la configuración socio-demográfica del Camp de l’Arpa, de carácter obrero. El uso de otro tipo de materiales para un centro educativo hubiera desentonado, lo que no excluye contemplar una fachada espléndida, de cierto tono medievalizante, sin ostentación alguna y cinco cuerpos bien diferenciados. Entre sus elementos las ventanas y el hierro forjado constituyen un guiño más a la ya casi extinta tendencia modernista, a punto de ser aniquilada por el auge novecentista, esencial para la idea de país de hombres como Puig i Cadafalch, desde mi punto de vista un político tan inteligente como para ejecutar sus ideas desde lo arquitectónico.
La sencillez anunciada en el anterior párrafo no roba a La escuela de Artes y Oficios preeminencia en su sector de Rogent. Sobresale con naturalidad y su belleza se conjuga con un emanar vida por la siempre nutrida presencia de estudiantes en sus alrededores.

A lo largo de su centenaria singladura ha recibido distintas denominaciones. De 1918 a 1952 homenajeó al matemático, astrónomo y físico francés François Arago, catalanizado o castellanizado según el instante.
Los datos sobre esas décadas exhiben las transformaciones de su actividad. En 1925, en plena dictadura de Miguel Primo de Rivera, sus alumnos de dibujo artístico rindieron honores a su profesor, Joan Llopart. Un año más tarde, en octubre de 1926, cuando se llamaba Escuela de Oficios Complementaria Francisco Aragón, participó en un concurso de fotografía, con imágenes a exponer durante las fiestas de Sant Martí.
En septiembre de 1930, en ese extraño año de interregno hacia la Segunda República, se vinculó con un sinfín de asociaciones del Distrito en defensa de los presos políticos y sociales, aunque durante esos meses la noticia más relevante fue cómo el Ayuntamiento decidió ampliar en una planta sus instalaciones por la ingente demanda obrera de formación, siempre en progreso, pues en 1936, a través de su agrupación cultural, ofreció cursos de inglés
Sus tornas viraron con el Franquismo. En 1951 fue sede electoral de las particulares elecciones municipales. Al cabo de un año se dedicó al inventor e ingeniero de caminos Juan Manuel Zafra, enfocándose a cursos de formación profesional de oficios como tornero, ajustador, delineante, mecánico o electricista, oferta también disponible en otras escuelas del mismo calado como la Serrat Bonastre, junto a Lesseps, la céntrica del carrer Torres Amat u otras más periféricas en Poblenou, La Verneda o Sant Andreu, sin omitir la Fernando Tallada, en la mismísima plaça d’Espanya.

Por último, amplió su capacidad en 1995 y hoy en día su alumnado es de E.S.O. y Bachillerato. Desde el Zafra alcanzo una frontera simbólica, como si fuera Hércules y dudara hacia donde encaminar mis pisadas. A la izquierda, una placa me indica estar en el carrer de Provença. A la derecha, donde la misma calle se estrecha y deviene sinuosa, el rotulo marca Dega Bahí. La cercanía y la distancia de este nomenclátor es un aviso para navegantes de dos universos unidos por un imperialismo urbanístico. Lo auténtico de este enclave viene sellado por Rogent 51, una declaración pedagógica entre lógica gubernamental y anhelos de los más desfavorecidos de un pasado muy reciente.


