Causan tristeza las declaraciones del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, felicitando a Marruecos por una actuación policial en la que han muerto más de treinta personas migrantes, cuando un numeroso grupo de ellas trataba de saltar la valla de Melilla; producen tristeza porque esas muertes se suman a las muchas que ha habido durante años a manos de las fuerzas marroquíes.

Porque la historia de las vallas de Ceuta y Melilla es la historia del sufrimiento indecible que padecen los migrantes y refugiados que viven en los montes cercanos a la espera de encontrar una forma de entrar en España. Es bien conocido el terror que practican las fuerzas marroquíes y jamás deberían ser felicitadas por ello.

En el 2015 estuve varios días visitando los campamentos de miseria que montan los migrantes en el monte Gurugú, cercano a la valla de Melilla, y pude comprobar la desesperación y el sufrimiento de unas personas que habían atravesado el desierto del Sáhara para llegar hasta allí, que lo habían perdido todo y que, si no lograban saltar la valla, no tenían ninguna vida por delante, ya que no había posibilidad alguna de volver atrás. Muchos de ellos hacía varios años que habían salido de su país, y muchos llevaban meses, o también años, en el monte Gurugú, sufriendo una represión brutal de la policía marroquí cada vez que se acercaba a los campamentos.

Algunos de los que llevaban más tiempo habían entrado ya a Melilla en más de una ocasión, pero habían sido devueltos por la Guardia Civil española y entregados a las fuerzas marroquíes; unas devoluciones llamadas “en caliente” que, dicho sea de paso, son ilegales porque no siguen los procedimientos que la ley establece.

También produce tristeza, y rabia, que se hable de “asalto violento”. Siempre que hay migrantes muertos, lo primero que nos dicen es que fue un asalto muy violento a la valla, o sea, que los violentos fueron los migrantes. Desde luego, sobre violencia podríamos hablar mucho, y no empezaríamos con la que practican las fuerzas marroquíes y la Guardia Civil española, sino que podríamos remontarnos bastante más atrás.

Violencia es la forma como se somete a la pobreza a las poblaciones de unos países en los que las multinacionales europeas de la pesca, la agroindustria, la minería y el petróleo están esquilmando todos sus recursos; violencia es el desarrollo de unos conflictos bélicos en los que los intereses de las potencias europeas y occidentales están profundamente presentes; violencia son unas políticas migratorias que obligan a migrantes y refugiados a jugarse la vida en trayectos peligrosos (cada año hay entre tres mil y cinco mil muertos en el Mediterráneo).

Muchas de las personas que mueren en estos trayectos, y quizás algunas de las que murieron ayer en Melilla, habían huido de conflictos bélicos y, por tanto, de acuerdo con la Convención de Ginebra sobre Refugiados y con nuestras leyes de asilo, les asistía el derecho de haberse comprado un billete de avión o de ferry y haber solicitado asilo en cualquier aeropuerto o puerto europeo. Pero Europa ha externalizado sus fronteras y paga a países terceros (Marruecos, Mauritania, Libia, Egipto, Turquía…) para que corten el paso a esas personas.

Hay una clara responsabilidad criminal de los gobiernos europeos en muchas de las muertes que se producen en el Mediterráneo o tratando de saltar las vallas, porque son personas a las que les asistía el derecho de haber entrado de forma segura. Dejar que mueran las personas en los trayectos migratorios es una parte troncal de la política migratoria europea. Eso sí es violencia.

Después de lo ocurrido ayer a las puertas de Melilla, el Gobierno español debería rompa el acuerdo migratorio con Marruecos. España y los demás países europeos pueden gestionar las migraciones de otra manera, sin vulnerar constantemente los derechos humanos. Además, resulta imprescindible que se abra una investigación sobre las muertes producidas ayer en Melilla. Ya ha había demasiadas muertes impunes en la frontera sur. A ver si estas no se suman a ese luctuoso cómputo.

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