“El internet se ha convertido en el sistema operativo de la sociedad contemporánea”, asegura Efraín Foglia, diseñador, investigador y docente, que trabaja en las intersecciones entre el diseño, el activismo de base y las tecnologías en red. Es miembro de proyectos como Guifi.net , eXO.cat o la Red de Radios Comunitarias de Barcelona. Considera que el internet es «como una especie de riego sanguíneo tecnopolítico en el que hemos ido traspasando nuestros saberes, que lo está tocando casi todo, y lo que no ha tocado, lo tocará». Por eso nos invita a entender cómo funciona y a pensar en ello desde una mirada comunitaria.

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Conocí a Efraín hace unos años escribiendo sobre las formaciones a docentes que impartía en el marco del proyecto Universo Internet, en el CCCB. Con cubos de madera, hilo o cinta adhesiva, Efraín explicaba el funcionamiento de internet e invitaba a las participantes a pensar cómo construirían su infraestructura. «Necesitamos entender cómo funciona esto, porque nos lo están colando; necesitamos abrir esta caja negra que además cada vez se sofistica más», explica, y añade que nos encontramos con que algunas personas llaman a la tercera era de internet, que «es un internet que ya es casi indescifrable, incluso por mucha gente especialista, en temas de algoritmos, criptomonedas, blockchain… todo eso que aún nos aleja más».

Efraín explica que su acercamiento a internet tiene más que ver con una preocupación por la justicia social que por la tecnología. «Mucha gente vio en internet, como me pasó a mí en los 90 con el movimiento zapatista, una tecnorevolución que, más allá de la tecnología, era otro espacio político relevante que se había activado, y que nada tenía que ver consigo te gustan los utensilios, las antenas o los teléfonos, pero con la lucha por la vida y por la tierra, y allí teníamos otra arma que no estaba coartada en ese momento por los medios mainstream mexicanos y globales». Esta época de la utopía de internet, dice, tenía que ver con que «no era tan relevante para el consumo, lo que permitía que hubiera más experimentos y mayor disidencia en su interior». Ahora, en cambio, «todo lo que existe ya es elemento de lucro, de vigilancia y de control».

El camino de la defensa de las redes o las tecnologías libres, afirma Efraín, es el mismo que en la lucha por la vivienda, por la tierra o por inclusiones de todo tipo: «Por lo que luchas con este tipo de alternativas es sólo el comienzo de lo que seguirá la generación que viene detrás de ti, y es de por vida».

En esta línea, forma parte de la comunidad de Guifi.net, una red de telecomunicaciones comunitaria y autogestionada que parte de dos preceptos: «que el internet no pertenece a las empresas de telecomunicaciones, sino que es un derecho humano, y que la sociedad tiene la capacidad de construir una infraestructura que tenga normas más humanas». El proyecto de Guifi.net es un ejemplo en el que puede entrar todo el mundo siempre y cuando haya acuerdos de cooperación: «Podría entrar una universidad, o una persona que vendía pan, con un colectivo okupa o de software libre», dice por un lado, y por otro que la propiedad fuera distribuida, que cada uno se pagaba su pedazo de la red.

«Para mí el proyecto político sería acercar a las comunidades que piensan que lo tecnológico está muy alejado para que puedan darse cuenta», plantea Efraín. Con la Red de Radios Comunitarias, por ejemplo, buscan que la gente que participa entienda que «no sólo existe un proyecto político en los contenidos, sino también en las infraestructura: que sean gobernadas por ti, que sean éticas».

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