Hay lugares de Barcelona donde el tiempo se para, algo sin duda ayudado por la simplificación de su relato. Uno de ellos es el tramo de Freser escondido justo tras la confluencia con passeig Maragall.
Es una sección preciosa, propia de otra época al mantener un ancho de calle casi inalterable con el transcurrir de los decenios, un museo al aire libre de la resaca del Modernismo, tan detectable en los barrios, donde los debates socioculturales fruto de las glosas de Eugeni D’Ors y las ambiciones de la Lliga contaban poco o nada porque el estilo y la idiosincrasia eran otros bien distintos a los oficiales, como si aún se notara la independencia con relación a la Ciudad Condal y esto se viera reflejado en los edificios.
Para quien no conozca bien ese momento histórico no está de más comentar cómo desde, más o menos, 1905 se respiró una voluntad de cambiar de tercio, refrendada tras la Semana Trágica de 1909, cuando las dos Barcelonas hegemónicas colisionaron mientras la Pedrera, tumba de la tendencia desde el nombre que ahora simboliza la marca, aún estaba en proceso de construcción.
En Freser llegaban estos ecos por la conflictividad obrera, aunque el enfoque no dependía de esos parámetros con ansías de generar estructuras de Estado, como se consiguió con mucho acierto durante la Mancomunitat a partir de 1914, y abandonar ese Art Nouveau a la catalana entre el historicismo y su etapa final con hechuras barrocas. Los anhelos de los trabajadores se oponían a los de los señores con posibles económicos, empeñados, un clásico de estas tierras, en elevarse hacia el cielo con ladrillos, algo por otra parte comprensible si se atiende el incremento demográfico de la capital catalana a lo largo del primer tercio del siglo XX.

Freser, de la encrucijada con Maragall al passatge de Andreví, es un magnífico arquetipo. Este trechito suele ser parte de mi vida cotidiana, y en estos paseos siempre me llama muchísimo la atención su número 174, donde lucen las iniciales J.A. y la fecha de 1911. El inmueble mantiene la alineación original del trazado, tiene doble fachada con Nació y es una de tantas joyas patrimoniales en peligro por culpa de la voluntad de arrasar con todo sin considerar cómo los márgenes también son Historia con esa hache mayúscula tan esencial.
Lo habitual en mis caminatas es contemplarlo una vez desciendo por Nació desde industria, en ese limbo recuperado sólo en 1979, pues antes no pertenecía a la ciudadanía. Para solventarlo, el Ayuntamiento debió comprarlo para completar la senda de la calle, bien enfocada hacia la Meridiana y hoy en día pletórica de verde.
En el Archivo pude desvelar varios enigmas, asimismo válidos para encajar las piezas de esta minúscula porción de Freser. J.A. remiten a José Alá, quien en 1911 vio terminada esta propiedad a manos del arquitecto Domènec Boada Piera, uno de esos nombres apartados del canon pese a tener un sinfín de obra esparcida por toda Barcelona. Mi primera toma de contacto son su labor fue en la Barceloneta, donde sospeché de su talento al tener dos fincas casi idénticas en el carrer de Paredes y en el de La Maquinista. Más tardé, comprobé como su estela alcanzaba otras zonas, como el Eixample o el Guinardó, donde destaca el conjunto de las Casas Alay en el carrer de Renaixença o la Villa Rosario, del carrer Vinyals.

José Alá, fallecido en noviembre de 1924, tenía como segundo apellido Boada y requirió los servicios de su supuesto familiar en otras latitudes, como en su vivienda habitual del 234 de Marina, casi junto al passatge Bofill, o en el 25 de Indepèndencia, inexistente en la actualidad porque esta vía se funde con Badajoz.
Boada, como sucedía con muchos arquitectos y maestros de obra, aprovechó que el Pisuerga pasa por Valladolid y ganó un contrato por las mismas fechas en los aledaños. Pese a la proximidad, los impares del lado montaña distan mucho numéricamente de los emplazados hacia el mar. Lo menciono por si algún lector quiere visitar lo descrito. Ánimo, pocos metros separan el 49 del 174. El primero también data de 1911 y es más modesto en su fachada, de verde radiante, gastado por el sol, con su marchamo de antigüedad más austero en el último piso, discreto, como si así ratificara ser consecuencia de haber visto como el señor Alá edificaba con anterioridad.
Esto son meras suposiciones de las cavilaciones del arquitecto y Joan Avellà, de quien no he localizado ninguna información individual, sólo como un familiar suyo, quizá un hijo, estuvo en el frente durante la Guerra Civil, además de ser miembro de la UGT de Valls.

Quién sabe si los entresijos de este número 49 apuntan a la inversión de fortunas rurales en el meollo urbano para lucrarse con alquileres. No cabe descartar la posibilidad, sobre todo al tratarse Freser de una calle con perspectivas de crecimiento, como todas estas barriadas, siempre más conectadas con el centro barcelonés por el tranvía, clave para apuntalar la agregación de Horta a Barcelona.
Este hecho es otra demostración de cómo algunos detalles condicionan todo un entorno. El transporte público en el neonato passeig de Maragall, sucesor de la carretera de Horta hacia el homónimo pueblo, revalorizaría los terrenos y haría más atractiva la especulación. Buena prueba de ello está en cómo el 160 de Freser, la casa José Oliva, lleva la firma del extremeño José Pérez Terraza, uno de los reyes de las esquinas de Rambla Catalunya y rubricante de la casa Antoni Gibert, la de los huevos dalinianos, en passeig Sant Joan con Provença, vecina durante décadas de la primigenia Clínica Puigvert, a posteriori reemplazada por un horrendo bloque de pisos.

Todo este conglomerado se redondea en su anónimo esplendor en el cruce de Freser con Nació a través de la casa Ramón Biosca, de Antonio Facerías de Marimón, otro hiperactivo no sólo en Barcelona, donde su legado debería apreciarse con más divulgación pedagógica desde la Meridiana hasta el Paralelo, con aportaciones por el Camp de l’Arpa, sin ir más lejos, como la casa Carme Font del 85 de Xifré, sin olvidar en el cercano Clot sus obras del carrer de la Democràcia.
La casa Joan Biosca es una metáfora de cómo los museos callejeros de la periferia sufren por sistema el desdén de los municipios, avezados a privilegiar lo visible por los turistas. Su asombrosa verticalidad, es una belleza mirar hacia arriba y disfrutar ese vértigo, colapsa por un atisbo de ruina en su lateral derecho, bien acompasado con la dejadez de la fachada. Si alguien se preocupara por restaurarla, un saludo a Barcelona posa’t guapa, engrandecería su valor y el de la totalidad de este secreto Freser, paz y delicia para mis andares, felices en el presente, tristes de cara al futuro porque si todo sigue así estas Barcelonas son la crónica de una constante e inevitable desaparición querida por las autoridades, auspiciada por el silencio ciudadano.



1 comentari
HE RECORRIDO TODO ESO .CADA VEZ QUE VUELVO ME ENCANTA CAMINAR POR ALLI .VIVO EN ARGENTINA PERO MI HIJO VIVE EN FRESSER CASI MARAGAL Y SIEMPRE VEO AL NUEVO PARA MI .QUÈ BELLA ZONA TOFO LO QUE DICE EL ARTÌCULO. GRACIAS POR TAN LINDA NOTA.