Es una lástima que los jóvenes consideren ”tieta” a Núria Feliu, sea en clave de simpática adhesión –ella ha sido siempre una persona afable y encantadora— o bien como forma de menosprecio pretendidamente gracioso. Lamento utilizar lo de “cuando yo era joven sí que…” pero hay que decir la verdad: Núria Feliu ha sido, antes que una animadora popular de reuniones o una artista muy afectuosa con la gente mayor, una cantante de nivel internacional y calidad superior comparable –y que santa Cecília me perdone– a Dionne Warwick, Dinah Washington, Mary Wells o Bette Midler. Porque sí, es  posible ser a la vez una figura de este tipo y una cantante referente de acontecimientos patrióticos como lo fue la británica Vera Lynn, la preferida de la reina Isabel II y símbolo de la resistencia y el heroísmo popular del Reino Unido durante los ataques de la “blitz” (ved sus vídeos en You Tube).

Teníais que haberla visto cuando tenía 24 años, en 1965. Un día me la encontré por casualidad en la librería Porter, en el Portal de l’Àngel, y corrí a pedirle un autógrafo. Con aquel vestido entallado, hecho a medida, gris marengo, y un peinado como los de Mina, no sé cómo encontré en la bolsa una postal promocional suya –ya es casualidad— y le solicité una dedicatoria: servidor tenía 15 años, para que os hagáis cargo. Muy amablemente, me firmó la tarjeta e iniciamos una breve conversación: sí, yo también cantaba y tocaba diversos instrumentos; oh, su hermano Albert también era scout y tocaba la guitarra, todo eso. La postal con la foto en blanco y negro de Núria, tan artistaza ella, permaneció pegada en la pared de mi habitación hasta que dejé mi casa para casarme. Un año y medio después de aquel encuentro,  servidor se incorporó al grupo pionero del rock catalán Els Tres Tambors, que a menudo actuábamos en la primera parte de los conciertos de Núria. Incluso su hermano Albert Feliu y yo nos hicimos amigos, haciendo diversas apariciones juntos en los festivales interpretando un curioso repertorio de hillibilly en el que yo le acompañaba a la bateria. Más tarde, cuando me dediqué al periodismo, he seguido la carrera de Núria a lo largo de los años , como periodista y crítico musical, comprobando que su desarrollo ha sido más complejo de lo que podía parecer.

En 1965, Núria Feliu era una cantante de jazz y standards, una figura singular en un panorama de “jutges” y cantautores. Ojo, que miento: había dos cantantes femeninas que buscaban lo que Núria había obtenido como don, Magda y Mercè Madolell. La primera era una cantante melódica que hizo muchas primeras partes de los conciertos de los Setze Jutges y popularizó “Si un dia sóc terra”, una composición del autor de “Se’n va anar”;  la segunda, una intérprete especalizada en canción francesa, que se dio a conocer con “Eren trenta innocents”, de Jacques Brel. Pero no todos pueden aunar a la vez la capacidad vocal y la energía que exigen los espirituales negros o las piezas de los musicales de Broadway.  Núria poseía eso y más: así lo percibieron grandes músicos como Antoni Ros-Marbà, Lleó Borrell o Antoni Parera Fons pero también el crítico musical Albert Mallofré, decisivo a la hora de ayudarla a confecciona el repertorio que la llevaría a colaborar con Ella Fitzgerald o con Tete Montoliu o Lou Bennet. Sus interpretaciones de “Misty” o “People” aún están por superar. En aquellos tiempos fundacionales de la nova cançó, cuando todos miraban a Francia, la energía de espirituales negros como “Anirem tots cap al cel” nos encandilaba a los que reclamábamos ritmo y alma. Y Núria Feliu era nuestra Sarah Vaughan.

Creo que la afabilidad y accesibilidad de Núria han podido contribuír al error de interpretación “tietista”. Me parece que ella supo identificar el riesgo del hieratismo solemne y fue en busca de un talante popular en la canción la falta del cual nos ha afectado: la misma intuición del Grup de Folk. Hacer cantar al público desde el escenario, aproximación  mútua (“Ja us he reconegut”), gusto por la celebración de la fiesta popular, juego con la frivolidad o recuperación del cuplet (necesidades percibidas también por Guillermina Motta). La aproximación al country & western se produce, por ejemplo, cuando el line dance se abre paso masivamente en las fiestas de barrio. O la exploración de las posibilidades actuales de recuperar a Apel·les Mestres, también intuída por Xavier Ribalta. Hay una tradición catalana popular que pasa por Mestres, el entretenimiento de escenario del Paralelo de la república (Josep Santpere, padre de Mary Santpere) y Josep Anselm Clavé, víctima él mismo del hieratismo solemne de sus continuadores. Recordemos que Núria empezó como actriz, en la Agrupació Dramàtica Adrià Gual, y colaboró con poetas populares como Josep Maria Andreu (“Se`n va anar”) y Jaume Picas, que también contribuyó a configurar el estilo de La Trinca.

Creo que explicar los orígenes de Núria basta para comprender la magnitud de su alcance (ser ignorante no es no saber cosas sino no querer aprenderlas). Tendríais que haberla visto actuando en el Palau de la Música Catalana: una actriz que ocupaba el escenario entero modernista pensado para impresionar tanto al público como a los artistas, y era ella quien se comía a unos y a otros. O integrarse tan finamente en el grupo de Tete Montoliu, una persona que en aquella época no era precisamente fácil de trato, tanto en el sentido artístico como en el personal, finura que convirtió el clásico “Misty” en nuestro “Tot és gris”.  O tratar con sencillez exquisita a acomodadores, tramoyistas, regidores y todos los profesionales de la escena, siendo ella la que era llanada “la gran dama de la cançó”: aquí el añorado Salvador Escamilla no exageraba en absoluto.

Una de les carencias de la cultura catalana actual ha sido la ausencia de musicólogos orientados a la canción moderna y actual. Los intelectuales han sido generalmente inmunes al atractivo de este arte y, excepto Manuel Vázquez Montalbán y Miquel Pujadó, asimismo compositor y cantante, no han osado tocarlo ni con pinzas. Si no hubiera sido así, quizás entre todos habríamos podido esclarecer la  razón de porqué cuanto más Catalunya recuperaba la canción  el pueblo más se empeñaba en permanecer mudo. Núria Feliu había detectado el mal, como lo hicieron Clavé o Jaume Arnella y de ahí su evolución. Ahora es demasiado tarde para la curación porque la “gran digitalización” es una revolución cultural que va a la contra y porque tampoco hay gente como Alan Lomax. Núria Feliu fue de los pocos que tuvo la intuición.

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