Hace treinta años Llàtzer Moix (Sabadell, 1955) estaba escribiendo “La Ciudad de los arquitectos”, una obra que desvelaba el trasfondo de las diferentes pulsiones que animaban a los arquitectos que diseñaban la Barcelona de 1992. Era su primer libro sobre este mundo y le siguieron “Arquitectura milagrosa” y “Queríamos un Calatrava”. Ahora acaba de culminar “Parabla de Pritzker” (Anagrama) un exhaustivo trabajo que recoge conversaciones con 23 ganadores del más prestigioso premio de arquitectura. Un proyecto que nunca nadie antes se había atrevido a abordar.
Llàtzer Moix es subdirector de La Vanguardia y su firma acompaña artículos de opinión en el ámbito de la cultura y la política, que se distinguen por su fina ironía. Es también crítico de arquitectura y los lectores del diario le leen más de lo que ellos mismos suponen, porque es editorialista y, por tanto, no aparece su firma, pero sí se vislumbra su cuidado estilo y su forma elegante y a la vez contundente de decir las cosas.
-Cuando le entrevisté por la publicación de “Queríamos un Calatrava” le vi preocupado por las posibles consecuencias que podía tener. ¿Cómo acabo aquello?
-Bien, sin problemas. Yo me hice una póliza de responsabilidad civil porque Calatrava es una personalidad muy litigante y tiene una cohorte de abogados que lo miran todo con lupa, pero nunca dijeron nada.
-¿Cree que Calatrava puede ganar el Pritzker?
-Lo veo improbable, porque su arquitectura es muy de autor, expresiva, y los tiempos no van por ahí.
-¿Por dónde van los tiempos?
-Ahora el prestigio del premio se juega en su capacidad de dar respuesta a las necesidades del mundo. Una arquitectura que tenga en cuenta el medio ambiente, las migraciones, la crisis económica.
El tiempo de los arquitectos estrella parece caducado. Ya no puede quedarse en la época en que sólo era la arquitectura del príncipe
-¿Y qué ocurre con los arquitectos estrella?
-Su tiempo parece caducado. La arquitectura no puede quedarse en la época en que era la arquitectura del príncipe. Ahora debe hacer frente a las necesidades reales, no a las suntuarias.
-¿Eso en qué se traduce?
-De la misma manera que las farmacéuticas desarrollaron aceleradamente vacunas contra la covid , reaccionaron rápidamente ante una amenaza mundial, en el terreno de la arquitectura esto se traduce en que deben ser conscientes de que la construcción es una de las actividades que más castiga al medio ambiente.
-¿Cuáles son estas amenazas?
-Hay amenazas directas, como la huella de carbono que deja el uso de los materiales de construcción, y otros indirectos, que obligan a construir más y más. Tiene mucho que ver, por ejemplo, con el acelerado proceso de despoblación del mundo rural y su éxodo a las ciudades. Debemos proporcionar viviendas dignas para todas esas personas, como es natural, pero la construcción de esa vivienda tiene una huella medioambiental considerable. Con estas viviendas no tendremos consecuencias sociales, pero sí habrá consecuencias medioambientales.

-¿Los últimos premios Pritzker van en esta línea?
-En las últimas ediciones se ha reconocido a arquitectos que son conscientes de estos retos contemporáneos. La arquitectura no vive aislada en su columna de mármol, está engranada en la sociedad. ¿Y qué marca a la sociedad en este momento? La economía. Desde la crisis de 2007-2008 la sociedad está marcada por la evolución de la economía.
-Y eso ha significado que…
-Ha significado que en época de bonanza se podía tirar la casa por la ventana y reconocer a los arquitectos que ofrecían una pieza de diseño distintivo, profesionales que proveían al cliente con un producto extraordinario. Ahora las aspiraciones sociales ya no son tener la mayor obra de Zaha Hadid o el Calatrava más espectacular.
-¿Cuáles serían ejemplos de esta nueva forma de hacer arquitectura?
-Los dos últimos premiados responden a esa idea. El último, Diébédo Francis Kéré , tiene una historia personal que además encaja con lo que decía que los arquitectos son también producto de su origen, de su propia vida. Hijo del jefe de un poblado de Burkina Faso, Gando, fue el primer niño de su comunidad que cursó estudios primarios. Y eso significaba andar a diario muchos kilómetros hasta otro poblado, porque en el suyo no había escuela. Hizo de carpintero mientras estudiaba en Berlín y en ese momento puso en marcha un crowdfunding para construir una escuela primaria en Gando. Es una persona que procede de un mundo muy precario. “Ayuda para ayudarte”, he titulado su capítulo, y es toda una declaración de principios.
-Cada entrevista la encabeza con una frase. ¿Esta de Kéré es su preferida?
-Una de las preferidas. Y las demás también van en esa línea. “La vivienda debería ser el auténtico icono de la arquitectura actual”, dicen Anne Lacaton y Jean-Phillie Vassal, Pritzker en el 2021. Con pocos recursos se puede conseguir más espacio, defienden. Practican una arquitectura austera, casi de economía de guerra. Ambos estuvieron un tiempo en África y allí descubrieron que la gente es capaz de definir espacios prescindiendo prácticamente de los materiales. A veces era suficiente con ocupar un espacio, ya fuera bajo un árbol o en una cama, solos o en grupo.

-Dígame otro.
-Shigeru Ban, japonés. Le horroriza derrochar materiales, le gusta construir con materiales reciclados. Y dedica parte de su tiempo a visitar zonas devastadas por terremotos o tsunamis con el objetivo de procurar alojamiento de emergencia. Su lema es “siempre he elegido el camino más difícil”. Para él, la arquitectura debe dar solución a problemas perentorios.
En Japón están muy obsesionados con que en lugar de imponerse sobre el medio, la arquitectura debe dialogar con el entorno adoptando formas orgánicas
-Los japoneses destacan entre los premiados. Y Japón es el país con más trayectorias galardonadas.
-Están muy obsesionados con que la arquitectura debe parecerse a lo que ofrece la naturaleza. Es uno de los principios de Toyo Ito o Kazuyo Sejima, del equipo Sanaa. “El hombre es parte de la naturaleza”, lo define Ito. Ellos quieren que en lugar de imponerse sobre el medio, la arquitectura debe dialogar con el entorno adoptando formas orgánicas.
-Y entre los, digamos, clásicos, ¿a quién elegiría?
-“La única constante en la vida es el cambio”, dice Richard Rogers, que tuvo un debate intenso con el Príncipe Carlos de Inglaterra a propósito de cierto proyecto. Rogers tiene la convicción de que la buena arquitectura es la que tiene sintonía social con la época. Las cosas sólo pueden llegar a ser clásicas si intentan dar respuesta a las preocupaciones sociales y vitales del momento en que se han creado, sostiene.
-Usted escribe en el epílogo que la arquitectura debe dejar de ser un privilegio.
-¿Quién pagaba las grandes obras del renacimiento? Los Papas y las grandes familias italianas. ¿Quién podía construir las catedrales góticas? Sólo la iglesia tenía suficientes recursos. ¿Y quién las pirámides? Únicamente los faraones. Siempre se ha asociado la arquitectura al poder y es así. Pero también en tiempos recientes y a escala diferente, lo hemos visto muy de cerca. Los Juegos Olímpicos de Barcelona forman parte de ese ejercicio de poder: Juegos en Barcelona, Expo en Sevilla y Capital Cultural en Madrid. La arquitectura ha sido siempre una expresión del poder.
“La Vila Olímpica se levantó en Poblenou porque la estrategia municipal para rehacer la ciudad así lo exigía, dejando de lado opciones como la de Sant Cugat, donde querían hacerla determinados intereses económicos”
-En “La Ciudad de los arquitectos”, imprescindible para entender el trasfondo del proyecto de ciudad del 92, usted desvela los juegos de poder que se produjeron en aquellos momentos.
-En el mundo de la arquitectura y, por extensión, en el de la construcción, siempre existe un poder preponderante que es el del mercado. La arquitectura que se lleva a cabo, salvo la institucional, la domina el mercado, los intereses económicos por delante de los arquitectónicos. Por eso Oriol Bohigas decía que el 95% de lo que se construía era una basura. Y puesto que hablábamos de los Juegos Olímpicos, podríamos recordar que la Villa Olímpica se levantó en Poblenou porque la estrategia municipal de aprovechar la gran inversión de los Juegos para rehacer la ciudad así lo exigía, dejando de lado otras opciones, como la de Sant Cugat, donde determinados intereses económicos querían hacerla para rentabilizar unos terrenos que tenían por ahí.
-Y, treinta años después, ¿cuáles son los juegos de poder?
-Si hablamos en términos municipales actuales, es sabido que el equipo de Gobierno en el Ayuntamiento tiene entre sus prioridades la lucha contra la crisis climática mediante la reducción del tráfico de coches, y que esto irá cambiando la fisonomía de Barcelona, su urbanismo y, en cierta medida, su arquitectura.
-¿Se atreve a elegir a sus arquitectos preferidos?
-Hay muchos, pero citaré a dos equipos: Herzog y De Meuron y Sanaa, porque se adentran en la experimentación. Cuando te preguntas en qué se traduce su talento encuentras una brutal panoplia de obras innovadoras.
-¿Y entre los españoles?
-También son varios, pero Rafael Moneo merece la cita. Es un arquitecto que tiene grandes habilidades para analizar el espacio, la cultura del lugar, para estudiar a la gente y dar la respuesta adecuada a cada momento. “Para cualquier proyecto hay una respuesta arquitectónica”, viene a ser su lema. Cuando fue finalista en el concurso para construir la catedral de Los Ángeles, el obispo los reunió a todos y fue hablando con cada uno de ellos. Y cuando uno de los candidatos vio la forma en que Moneo saludaba al obispo y se relacionaba con él, no dudó en decirle al colega que tenía al lado: ya hemos perdido.


