En una entrevista en el diario deportivo As, el periodista Pedro Palacios, que fue jefe de prensa de Barcelona 92 y posteriormente asesor de comunicación de Samaranch en el Comité Olímpico Internacional (COI), recordaba en 2017 una frase del ex presidente olímpico, se supone que pronunciada poco después de los Juegos del 92: “Yo no sé si le debía algo a Barcelona, pero lo que está claro es que si se lo debía ya lo he pagado”. Palacios sostenía en esta entrevista que Barcelona había sido “ingrata” con Samaranch, una idea que a lo largo de los últimos treinta años han ido sosteniendo algunos dirigentes políticos de filiación diversa. Es un debate que va y viene, y que la actual efeméride ha vuelto a poner sobre la mesa, en buena parte por el contrasentido inherente al hecho de que la Barcelona moderna y cosmopolita de hoy no se entienda sin la inestimable contribución de un personaje surgido de las tinieblas del franquismo.
En 2014 se desestimó la propuesta del PP de Barcelona de dedicarle una calle a Samaranch, ante la oposición social y a pesar de que inicialmente la idea había sido bien acogida por el entonces alcalde, Xavier Trias (CiU). A estas alturas, pues, lo único que lleva el nombre de Samaranch en Barcelona es el Museo Olímpico y del Deporte que hay junto al Estadio Olímpico, inaugurado en tiempos de Jordi Hereu (PSC). Años antes, en 2001, también fracasó la propuesta del grupo municipal de CiU de dedicarle una calle en l’Ametlla del Vallès, donde tenía una segunda residencia. En Cataluña, solo Sant Feliu de Llobregat le ha dedicado una calle a Samaranch, mientras que en Madrid –o, en concreto, en su extrarradio– hay una avenida que lleva su nombre.
Durante la transición, Samaranch trató de reinventarse como líder demócrata de toda la vida, con bastante menos éxito del que tuvieron otros, puesto que su propuesta política (Concordia Catalana) fracasó. Por eso pidió al Gobierno de UCD la embajada de Moscú, que entonces no existía, un movimiento que finalmente le catapultaría a la presidencia del COI, del cual formaba parte desde 1966. Antes trató de borrar todo rastro de su pasado falangista. En el archivo de La Vanguardia los más veteranos recordarían durante años como la carpeta de fotos de Samaranch fue vaciada de la noche al día. Lo mismo pasó en otros rotativos. Pero camuflar un pasado tan fecundo era misión imposible, y con el tiempo reaparecerían fotos suyas haciendo el saludo romano o situado en algún acto oficial al lado del generalísimo y otros jerarcas franquistas.
Los señores de los anillos
Alguna de estas fotos las usaron los periodistas Andrew Jennings y Vyv Simson en el libro The Lords of the Rings, publicado en 1992, con motivo de los Juegos de Barcelona. Los autores eran dos periodistas británicos de larga trayectoria, trabajaban por la televisión británica Granada y venían de recibir premios y reconocimientos por su investigación sobre la corrupción en Scotland Yard. En realidad, antes del libro hubo un documental de televisión, donde se vé como un día de primavera de 1992 Jennings asalta a Samaranch a las puertas de la sede suiza del COI para facilitarle dos fotos suyas de los años del brazo alzado y le sugiere que formen parte de la colección permanente del Museo Olímpico de Lausana, entonces en construcción. Samaranch se las mira un instante, no dice nada, y las devuelve a su interlocutor.

El documental y el libro describían el COI como un club formado por todo tipo de personajes siniestros: sátrapas surgidos de autocracias asiáticas y africanas, oligarcas de los cinco continentes, miembros ociosos de casas reales, y entremedias algún ex deportista olímpico, normalmente de segunda fila, y la mayor parte de todos ellos con pasados oscuros y presentes millonarios. En lo alto de la organización, Samaranch, descrito en el libro como el último superviviente del fascismo en Europa, y la tutela de dos grandes emporios empresariales: Adidas y Coca Cola. De hecho, de acuerdo con Simson y Jennings, Samaranch era tan hijo de Franco como de Horst Dassler, el amo de Adidas y posiblemente el primero a comprender el fabuloso potencial del negocio planetario del deporte.
Para el mundo fue un shock descubrir que aquel venerable anciano que en el momento de los Juegos de Barcelona ya hacía doce años que lideraba el movimiento olímpico había formado parte, desde jovencito, de uno de los regímenes más vergonzantes y sanguinarios de la Europa occidental. A lo largo de varias páginas, se repasaba cómo había ido trepando gracias a la fortuna familiar, hasta llegar a conseguir los favores del mismo Franco, al cual juró lealtad hasta el último suspiro. Además de esto, el libro también revelaba que este aparente organismo mundial del deporte era poca cosa más que un club de amigos: los países no envían representantes al COI, sino que son sus miembros quienes eligen a los nuevos miembros por el método de la cooptación. Y por la misma razón ninguna de estas personas debe rendir cuentas a sus respectivos países.
La editorial británica que publicó The Lords of the Rings era Simon & Schuster, una de las más importantes del Reino Unido, y no tuvo problemas en vender los derechos para la edición en otras lenguas, pero no conseguía encontrar ninguna editorial española o catalana que quisiera publicar la obra en castellano. La noticia llegó a oídos del editor del semanario El Triangle, Jaume Reixach, quien se puso en contacto con Jennings y se ofreció a publicarlo y distribuirlo. Para los autores era muy importante que su libro estuviera al alcance del público español coincidiendo con los Juegos, y consiguieron que su editorial cediera los derechos de la obra a una modesta publicación satírica que en aquellos momentos tan solo tenía dos años de vida.
A partir de aquí se produjo una relación estrecha entre Jaume Reixach y Andrew Jennings, que se traduce en una anécdota (o algo más) que el semanario publicó el diciembre de aquel año 1992, y que Jennings recogería en el nuevo libro (The New Lords of the Rings) que publicaría cuatro años más tarde, coincidiendo con los juegos de Atlanta de 1996. Reixach recibe una llamada, a la otra banda del hilo una persona que cree que está hablando con el delegado del Gobierno en Cataluña, Francesc Martí Jusmet, le explica que va detrás “de aquellos periodistas ingleses” y que le consta que hacen muchas llamadas a un número de Barcelona y le pide que averigüe con quién hablan. Reixach reconoce la voz al instante y no da crédito a lo que está escuchando, entonces se identifica amablemente. “Disculpe Sr. Samaranch, está llamando a la revista El Triangle. Soy Jaume Reixach”. Entonces Samaranch se da cuenta de que por error ha marcado el número que quería investigar y cuelga.
Según escribiría Jennings en el segundo libro, que volvió a ser traducido y publicado por El Triangle en colaboración con Ediciones La Tempestad (Los Nuevos Señores de los Anillos), esta fue la primera pista que tuvieron de que Samaranch había contratado detectives para espiarlos, puesto que solo así se explicaba que el presidente del COI tuviera en su poder su registro de llamadas. En este libro también escribe Jennings que Samaranch les demandó por difamación en Suiza, porque consideraba que el libro estaba repleto de falsedades y calumnias, como el hecho de considerarlo un dirigente del régimen cuando él solo había sido un “alto funcionario”. Jennings y Simson pasaron olímpicamente de ir a su propio juicio, porque entendían que una causa abierta en Lausana, la ciudad olímpica, y no en Londres, la ciudad de la editorial, solo buscaba la seguridad de que Samaranch no se tendría que enfrentar al contra interrogatorio de la fiscalía. Fueron condenados a cinco días de prisión (que lógicamente no cumplieron) y a tres años sin poder acercarse a la sede del COI. A Jaume Reixach también le demandó Samaranch en Barcelona para atentar contra su derecho al honor, pero el procedimiento acabó en nada.


El escándalo de Salt Lake City
Aquí habría acabado todo, posiblemente, si no fuera porque a finales de 1998 empezaron a aparecer informaciones sobre los sobornos que la candidatura de Salt Lake City a los Juegos de Invierno de 2002 había pagado unos años atrás a miembros del COI para obtener su voto favorable. Fue un escándalo mundial que fue in crescendo durante meses y meses a medida que iban apareciendo nuevas revelaciones sobre anteriores candidaturas olímpicas, en especial la de Atlanta: obsequios de lujo, becas de estudio para los hijos, asistencia sanitaria gratuita, invitaciones a espectáculos de grandes artistas, favores sexuales, drogas… y cualquier capricho imaginable para contentar a los dignatarios olímpicos. Jennings y Simson no solo tenían razón, sino que se habían quedado cortos, porque la misma candidatura de Salt Lake City acabó admitiendo que lo hicieron porque “era la única manera de ganar”.
Durante los siguientes dos años, el COI se tuvo que enfrentar a una grave crisis de credibilidad. Grandes medios de comunicación, presidentes y altos dirigentes políticos de todo el mundo, y deportistas y ex deportistas de renombre mundial reconocieron la vergüenza ajena que les provocaba cada nueva revelación y pidieron la cabeza de Samaranch, a la vez que algunos grandes patrocinadores anunciaban la cancelación de sus multimillonarios contratos con la organización. El FBI y el Congreso de Estados Unidos, país que aporta más de la mitad del presupuesto del COI (básicamente, a través de estos patrocinios y contratos televisivos), abrieron una investigación formal y Samaranch tuvo que prestar declaración ante los dos. Y aseguró que ya se estaban tomando medidas internas para poner fin a la corrupción.
Sobre todo este caso, la prensa española, y en especial la catalana, pasó de puntillas.
Para mirar de frenar el escándalo, el COI fichó a la agencia de relaciones públicas Hill&Knowlton, una de las más importantes del mundo, y poco después, en abril de 1999, apareció publicada una entrevista en el dominical de El País en la que Samaranch reconocía el error de no haberse marchado antes (en teoría lo tendría que haber hecho en 1995, cuando cumplió 75 años), y como motivo daba esta explicación: “Fue por una tontería, me enfadé mucho por un libro aparecido en Inglaterra (…) estaba lleno de falsedades y acusaciones”. Se refería, está claro, al libro de Jennings y Simson. En la misma entrevista aparecían un montón de fotos de Samaranch con dignatarios mundiales, pero ninguna de la época franquista, si bien el entrevistador sí que le preguntaba por su relación con el yugo y las flechas, puesto que estaba en boca de toda la prensa mundial. La respuesta de Samaranch, repetida cada vez que tenía que responder a una pregunta similar, es que quien quería prosperar en España en la época que le tocó vivir no podía ser otra cosa que falangista.
Cuando se repasa la trayectoria de Samaranch, como hacía Pedro Palacios en aquella entrevista de 2017, se acostumbra a destacar no solo su aportación a Barcelona, sino al olimpismo en general, porque antes de él el COI estaba en bancarrota y él había convertido los Juegos en un gran espectáculo (y una máquina de hacer dinero), y porque gracias a su capacidad diplomática habían acabado los boicots, como el de Estados Unidos en Moscú 80 y el del bloque soviético en Los Angeles 84. Dejó la presidencia en 2001, cuando la tormenta había amainado, porque dejarlo en plena crisis se habría entendido como una admisión de culpabilidad.
Y se fue con honores, de hecho fue nombrado presidente de honor del COI, pero antes de hacerlo el señor de los anillos se aseguró de perpetuar el linaje. Su hijo, Juan Antonio Samaranch Salisachs, financiero de profesión pero también involucrado en el mundo de la gestión deportiva desde hacía años, ingresó en el club olímpico en la misma sesión que su padre se despedía, y hoy es el único representante español. En la actualidad es vicepresidente del COI, y en general la prensa deportiva considera que tiene muchos números de acabar ocupando el trono de su padre, en buena parte gracias a la veneración que las élites de medio mundo sienten aún por su apellido. Un ejemplo: la Samaranch Foundation está participada por la familia y por los gobiernos español y chino, y tiene su sede en China.
La insistencia de Jennings
Coincidiendo con Sidney 2000, Andrew Jennings publicó un tercer libro sobre la putrefacción en el si del movimiento olímpico, que tituló The Great Olympic Swindle (la gran estafa olímpica) y que ya no tuvo traducción en castellano. Volvía a hablar de Samaranch y de la demanda por difamación que les había interpuesto, y como había alegado que él no había sido más que un alto funcionario del régimen sin responsabilidades políticas, lo mismo que diría ante el Congreso de EEUU. Jennings recordaba, entre otras cosas, que Samaranch no solo había sido regidor y procurador franquistas, además de Delegado Nacional de Deportes (un cargo prácticamente de rango ministerial), sino que era el hombre que presidía la Diputación de Barcelona cuando Salvador Puig Antich fue condenado a morir al garrote vil, y que no movió un dedo para sumarse a las peticiones de clemencia que llegaron incluso del Vaticano.

Con el adiós de Samaranch, Andrew Jennnigs fijó su mirilla en la FIFA, y durante los siguientes quince años estuvo investigando los sobornos y la corrupción de sus miembros. Sobre la organización que domina el fútbol mundial publicó dos libros más, hasta el punto de provocar un procedimiento penal en EEUU que se tradujo en el arresto de varios de sus dirigentes, la caída en desgracia de su máximo mandatario, Seep Blatter, que tuvo que dimitir, y la retirada de los honores de su predecesor, João Havelange, gran amigo de Samaranch y de Horst Dassler. Como en el caso del COI, Jennings consiguió un montón de documentación confidencial interna gracias a su credibilidad y a su valor, que son los componentes básicos para ganarse la confianza de las mejores fuentes de información.
Samaranch murió en abril de 2010, con grandes honores. En el Palau de la Generalitat se instaló una capilla ardiente, distinción reservada por las personas que atesoran la medalla de oro de la Generalitat (Jordi Pujol se la concedió en 1985). El funeral se celebró en la Catedral, donde el féretro llegó mediante un relevo entre los brazos más distinguidos del deporte español y catalán, como Rafa Nadal, Manel Estiarte, Jordi Villacampa, Arantxa Sánchez-Vicario, Gemma Mengual o Enric Masip, entre otros. Dirigentes políticos como Narcís Serra, el alcalde a quien Samaranch propuso que Barcelona presentara su candidatura a los Juegos, elogiaron una vez más la “talla enorme” de un “catalán y español universal”, porque si de algo no hay duda es que Samaranch ha sido el catalán y español más influyente en el ámbito internacional del último medio siglo. Y se recordaba que también Samaranch había sido presidente de La Caixa, del Ateneu Barcelonès y del RACC, y que había recibido numerosos doctorados honoris causa, además del título de marqués (que ahora ostenta su hija) de manos del rey Juan Carlos I. En Cataluña y en España hacía muchos años que las élites, sobre todo económicas, le habían perdonado su pasado.
El movimiento olímpico se reformó a medias. Sus miembros ya hace años que no pueden visitar las ciudades candidatas ni aceptar ningún tipo de regalo. Pero el sistema de cooptación todavía es vigente. Es la única forma, sostienen los dignatarios del COI, de garantizar que no están sujetos a presiones políticas de los Estados.
Andrew Jennings murió el pasado 8 de enero, con 78 años. Nadie cargó su féretro al hombro, pero en su muerte recibió el reconocimiento y el aprecio de periodistas de investigación de todo el mundo (en especial, del anglosajón) por una trayectoria profesional excepcional.



1 comentari
Quisiera el libro los Nuevos Señores de los Anillos. Bonita nota la vuestra.
Saludos
Pep