El 22 de julio de 2022 se otorgaron en Estados Unidos los Premios Eisner, uno de los más prestigiosos a nivel internacional en el sector del cómic. La obra Not all robots (2021) (en castellano, No todos los robots), con guion de Mark Russell y dibujo de Mike Deodato Jr., ganó el Premio a la mejor publicación de humor, además de estar nominado como mejor nueva serie (en Estados Unidos se publicó en cinco volúmenes entre agosto y diciembre de 2021, mientras que en España lo publica la Editorial Panini en julio de 2022 en un único tomo autoconclusivo).
Mark Russell, guionista del cómic, reconoce que la génesis del proyecto surge al querer realizar una sátira sobre el movimiento #NotAllMen (en castellano, “no todos los hombres”), por lo que pensó en utilizar la ciencia ficción para poder emplear una metáfora con los robots y, a la vez, poner en evidencia a los seguidores de este movimiento. La historia se inspira inicialmente en el concepto #NotAllMen, una etiqueta que surge en las redes sociales como contraposición del #MeToo (aunque también han quedado retratados con el #BlackLivesMatter): en general, hombres blancos con una gran ira acumulada, actuando con resentimiento y empleando unos argumentos descabellados para justificar lo injustificable, sintiéndose siempre atacados en su hombría cuando se denuncia un comportamiento inapropiado (en el inicio, referido a acciones y comportamientos machistas).
«No todos somos violadores», «No todos somos acosadores», «No todos somos maltratadores», «No todos nos desentendemos de nuestros hijos», «No todos…», pueden añadir en los puntos suspensivos cualquier comentario que se les ocurra, que habrá alguien que diga que no se puede generalizar, con comentarios que directamente están minimizando el problema o justificándolo, como el tema de los piropos o los micromachismos, tan presentes en nuestra sociedad. La primera vez que se utilizó la etiqueta #NotAllMen fue el 21 de febrero de 2013 en un tuit de la activista feminista Shafiqah Hudson, escrito con un tono irónico, para referirse a lo que estaba observando a su alrededor, y decía así: «YO: Los hombres y los niños son instruidos socialmente para no escucharnos a nosotras. Se les enseña a interrumpirnos cuando nosotras… HOMBRE ALEATORIO: Disculpe. No TODOS los hombres» (en el original, «ME: Men and boys are socially instructed to not listen to us. They are taught to interrupt us when we- RANDOM MAN: Excuse me. Not ALL men»). Parece paradójico, pero los hombres se apropiaron de una etiqueta creada por una mujer, curioso al menos.
Russell toma como punto de partida la sustitución de los robots en los trabajos que antes realizaban las personas… o, mejor dicho, los hombres, de tal manera que los robots se convierten en una especie de espejo frente al hombre y de metáfora sobre lo que realmente opina el padre de familia y lo que opina el resto de la familia del dichoso robot. En el futuro, los robots han reemplazado a los seres humanos como fuerza laboral, y para evitar el colapso económico, se asigna un robot a cada familia. En esta historia, los protagonistas son la familia Walters de Atlanta y el robot del cual dependen: Rajator (Razorball en el original en inglés).
A partir de esta premisa, las metáforas son continuas. A los trabajadores se les trata como si fueran… robots. Bueno, en realidad son robots, pero seguro que reconocemos comportamientos habituales en nuestro entorno, como si la economía se sustentase en inteligencias artificiales que controlan y dirigen tu trabajo y una atención al cliente (también automatizada) que edulcora una vejación perenne al personal. Los robots con trabajo y con familia son privilegiados, un privilegio que los convierte en prisioneros atrapados por el sistema y candidatos al abandono si dejan de tener dicho privilegio.
Identificamos en el robot protagonista unas emociones también muy humanas: cansancio, hartazgo, ira, resentimiento y desprecio por un trabajo que no les gusta pero que aceptan por una especie de sentido del deber que hace que odien sus vidas y estén siempre enojados, especialmente al sentir la antipatía y desprecio de su familia… «¡La vida es una mierda!» exclama un robot mientras habla de la nueva versión de androides que los acabará retirando, justo en una pausa en la fábrica que los está construyendo, bueno, que los está construyendo el mismo robot que será retirado cuando estén construidos (¿os suena de algo?).
En el fondo, el guionista realiza un alegato a favor de las personas, de su valor intrínseco como individuos, sin pensar en categorizarlas en función de su aportación económica con su trabajo. Si el énfasis está en la productividad y la competitividad, siempre habrá alguien que pueda hacerlo mejor que tú, por lo que impera la sensación de que todos somos reemplazables y nadie es imprescindible. El joven (o el robot nuevo) que ahora te sustituye en tu trabajo será reemplazado de la misma manera en el futuro por las mismas reglas. En el cómic, en un programa de televisión, con una tertulia entre un robot y una humana moderados por un robot, llegan a plantearse las ventajas de la obsolescencia humana (no es broma), puesto que, ya que los seres humanos no somos perfectos, al menos tenemos una fecha de caducidad.
El guionista sitúa la historia en el año 2056 de forma intencionada. Él mismo reconoce que pensó en sumar cuarenta años al 2016, año que recordaremos por cómo las inteligencias artificiales aplicadas a las redes sociales tuvieron una contribución decisiva en el resultado de las elecciones presidenciales que, finalmente, acabó ganando Trump… el resto es historia. Que los humanos tengan que lidiar con un robot que se encarga de su sustento (y de su mal humor), simboliza una metáfora de la masculinidad tóxica, con el robot irascible a su vuelta al hogar, el padre de familia defendiéndolo (parece que se reconoce en el papel del que llevaba la comida a casa, hasta que le prohibieron trabajar, claro), y la madre y los dos hijos asustados con lo que pudiera llegar a hacer ese ser agresivo que se encierra en el garaje para construir armas como hobby.
Esta sociedad distópica liderada por las inteligencias artificiales que se plasmó en el cómic Not All Robots, se publicó en Estados Unidos por la editorial AWA (acrónimo en inglés de Artists, Writers & Artisans, en castellano, Artistas, Escritores y Artesanos). Creada en 2020 por Axel Alonso (exeditor jefe de Marvel Comics) y Bill Jemas (exvicepresidente de Marvel Comics), está dando un gran impulso al sector editorial independiente, con grandes obras y autores muy reconocidos. Fue el director creativo de la nueva editorial, el reconocido Axel Alonso, quien propuso a Mark Russell el dibujante ideal para su historia, un dibujante que a priori no era el mejor candidato puesto que llevaba más de dos décadas trabajando para Marvel con títulos emblemáticos en la historia reciente de los superhéroes.
Pero Alonso conocía muy bien al dibujante propuesto, el brasileño Mike Deodato Jr., y conocía muy bien su trabajo artístico en paralelo, y su afán de reinventarse y experimentar continuamente. Y la elección fue todo un acierto, apostando por un estilo realista que dota de más verosimilitud al contraste en robots y humanos, y un diseño artístico y composición de la página que la dota de una pátina de modernidad que permite al lector identificar los escenarios, las situaciones y, sobre todo, el comportamiento de las personas, reconociendo sus emociones por su expresión corporal más allá de los diálogos que podamos leer.
De Deodato son las cinco portadas de la edición original, que también se encuentran en la edición en castellano, de las que se ha escogido una de ellas para el volumen único publicado por la Editorial Panini, en concreto la elegida es la portada que se inspira en el icónico cuadro de 1930 pintado por Grant Wood. La imagen original representa a un granjero sujetando una horca (instrumento de trabajo), acompañado por una mujer que podría ser su esposa, ataviada con un delantal, una indumentaria más apropiada para las labores del hogar. Deodato los sustituye directamente por robots, inspirándose en el mismo contexto y ambientación, con todo el simbolismo inherente en el cuadro original.
En definitiva, del trabajo de los dos autores podemos disfrutar de una obra de ciencia ficción sociológica llevada a la máxima expresión, en un relato que no está tan alejado de nuestro presente, con unos robots que tienen todos los privilegios, todos los trabajos, todos los reconocimientos, y están siempre a la defensiva y protestando por lo que hacen los humanos. Russell escribe una historia autoconclusiva, pero en un universo que podría tener continuidad en el futuro al dejar los cimientos bien definidos… aunque hay que reconocer que la evolución de la etiqueta #NotAllMen en los últimos años ha complicado su análisis, puesto que movimientos ultraconservadores, por no decir directamente de ultraderecha, la utilizan habitualmente, desvirtuando su intención inicial (que podría ser bienintencionada), para utilizar la etiqueta de altavoz de sus ideales y proclamas.
En cualquier caso, los autores del cómic también se aprovechan de dicha evolución e incluyen en el cómic una escena en la que los robots policías acuden a un domicilio por la alerta de los vecinos y descubren a una familia masacrada por su robot, al que le ha podido la ira. Los policías no lo detienen… «No hemos visto ningún indicio de criminalidad», afirman por radio mientras muestran indicios de complicidad con el robot asesino similar a las que vemos cuando los policías saludan a fascistas en las manifestaciones o cuando acaban de asesinar a una persona de color que supuestamente iba armada (a pesar de que resulte que no lo estaba). En Estados Unidos se conoce como el «muro azul del silencio», en la que los policías no se acusan entre sí ante una mala praxis.
La etiqueta #NotAllMen reaparece a menudo en las redes sociales cuando estas se inundan con mensajes de repulsa ante un nuevo caso de violencia de género, con el objetivo de justificar que son una minoría los que llevan a cabo tales actos, pero lo que evidencian en realidad es una reacción antifeminista mostrando una falta de autocrítica utilizada para evitar la responsabilidad masculina, denotando una falta de compromiso ante los cambios que supone erradicar este tipo de comportamientos. Algunos expertos indican que, en lugar de sentirse implicados, se sienten señalados e intentan proteger su estatus social, en este caso, como hombres, y la etiqueta les devuelve a ellos el protagonismo en el momento en cuestión, cuando debería de ser el protagonismo de la víctima.
Que es una reacción antifeminista es evidente, puesto que este afán por defender al colectivo de “hombres” no aparece cuando se produce un atraco o un accidente de tráfico, sencillamente, no nos sentimos aludidos (es decir, no se nos ocurre que alguien piense que todos los hombres son ladrones o que todos los hombres son imprudentes conduciendo). En definitiva, los robots (o los hombres, yo ya no sé), en lugar de sentirse amenazados, deberían reflexionar sobre el rol que pueden tener ellos en la sociedad. Y, si no son capaces de ver lo equivocados que están, les invito a que lean el cómic Not all robots, y les advierto que, a pesar del premio de mejor obra de humor, igual no les hace mucha gracia.
#CómicYEducación






