Parece que la voluntad de la gincana era la educación sexual de jóvenes de entre 11 y 30 años. La elección del segmento de edad ya indica que quien la pensó no era competente en cuanto a niveles educativos ni madurativos: nada tiene que ver un niño de 11 con un adulto de 30. En cualquier caso, el objetivo podría haber sido loable, puesto que la educación afectiva y sexual de niños y jóvenes es esencial. Lo que no podemos es confundir educación y formación con otros proyectos que no tienen nada que ver. Para que sea de verdad educación sexual hace falta que lo que se diga o haga sea adecuado a la edad y tenga un objetivo formativo. ¿Qué tiene de formativo aprender a poner un preservativo a cierta edad, por ejemplo, a los 13? Todo. ¿Qué tiene de formativo hacer poner con la boca un preservativo en un palo o lamer un plátano untado con miel a los 13? Nada. Más bien parece una fantasía adulta.
Por las explicaciones de los organizadores, dadas a posteriori, la excusa de la gincana era que la juventud ve mucha pornografía. ¡Desde luego que la ve! Y esto no debe servir para reforzar más este tipo de imágenes haciéndoles hacer posturas del Kamasutra, sino todo el contrario. Lo necesario es decirles que la pornografía plantea relaciones de poder y no de sexo, que enseña a los chicos a excitarse con la violencia, y a las chicas les enseña a someterse. Que una violación múltiple no es lo que las chicas desean, y que las deja traumatizadas de por vida. Que el vídeo porno más visto en las redes, con millones de visitas, es una violación múltiple. Que, según el informe de 2019 de la fiscalía del estado, el aumento de agresiones sexuales de menores a chicas menores seguramente se puede imputar a la pornografía. Que la edad mediana de los hombres que participan en violaciones múltiples son los 25 años. Aquí sí han perdido una buena posibilidad de educar.
Es necesario decir a los jóvenes que la pornografía plantea relaciones de poder y no de sexo, que enseña a los chicos a excitarse con la violencia y a las chicas a someterse
Y por otro lado, lo sepan o no los organizadores, han contribuido a la hipersexualización de las niñas. Niñas a quienes ya desde los 4 años colocan biquinis con la parte de arriba —¿qué necesidad hay?— ¡y, encima, con relleno! Niñas a quienes en Navidad bombardean con anuncios de maquillaje infantil. Niñas a quienes hacen participar en concursos de belleza, vestidas, peinadas y maquilladas como si fueran adultas. Niños y niñas a quienes compran helados con forma de genitales para que los laman. Nada de esto es sano ni inocente. Están privando a las criaturas de la niñez y las pasan directamente a ser adolescentes o jóvenes adultos. ¡Y eso es fatal para su formación! Y, lo que es peor, les hacen saltar muchos estadios, lo que les pone a los pies de los pedófilos. Sería mejor educarlas en el hecho de que su cuerpo es suyo y decirles qué tienen que hacer para preservar su soberanía. No perdamos de vista que una de cada cinco criaturas y adolescentes sufre abusos sexuales. Y no perdamos de vista, tampoco, que fue la antropóloga Gayle Rubin una de las primeras en hablar de “sexualidades no normativas”, y una de estas sexualidades, que algunos nos quieren hacer pasar por aceptables, es la pedofilia.
Por otro lado, para rizar el rizo, no se avisó a las familias en cuanto al tipo de actividades ni al hecho de que colgaban las fotografías en las redes, con el peligro que eso comporta: que sean usadas por pedófilos o usadas como material pornográfico.
La normatividad estricta y obsoleta vivida durante la dictadura y que todavía preconiza la extrema derecha es una cara de la moneda. Y el relativismo absoluto a que ha arrastrado el neoliberalismo a una parte de la izquierda es la otra cara. O sea, la pornificación no es la alternativa al puritanismo.


