Durante estos años nos hemos encontrado con hoteles que tienen las habitaciones adaptadas para personas con discapacidad con vistas al aparcamiento de coches en vez de vistas al mar. Un hotel de S’Agaró propiedad de la ONCE que hace bandera de adaptación es en realidad una colección de chapuzas de campeonato, lleno de desniveles que se salvan con plataformas elevadoras de aquellas que tiene que manipular un miembro del personal del hotel, de forma que es imposible circular con cierta espontaneidad. Hemos ido a muchos aeropuertos para coger aviones, siempre teniendo que llegar dos horas antes para usar los servicios de atención a las personas con discapacidad y nos hemos aburrido mucho en las salas de espera. La alternativa de este verano ha sido coger un crucero para hacer un viaje marítimo.
Solo llegar al barco nos llevaron a un camarote que no tenía nada de adaptado a pesar de las conversaciones y compromisos adquiridos por la agencia de viajes. De hecho, la silla no entraba porque el acceso era demasiado estrecho. Tuvimos que reclamar y nos querían dejar unas horas de espera en el limbo mientras el crucero zarpaba. No lo admitimos y, mira por dónde, encontraron el camarote adaptado en el piso superior del barco, al lado de las suites más caras. Teníamos el mismo espacio que los más ricos, pero no los mismos servicios…
Salimos de Barcelona con un crucero de Royal Caribbean hace quince días con destino a las islas griegas. La primera escala fue Cannes, la población de la Riviera francesa famosa por el festival de cine. Pero no la pudimos pisar: el puerto de la villa no es capaz de recibir cruceros y el desembarco se hacía mediante embarcaciones auxiliares que no nos dejaron usar por razones de seguridad. Sorpresa: nadie nos había informado de que las sillas de ruedas como la nuestra no podrían desembarcar en Cannes. Pero lo peor es que la misma situación se tenía que repetir en dos puertos más de las islas griegas que queríamos visitar. De repente, buena parte del viaje perdía todo su sentido y así lo manifestamos a los responsables del barco y de la agencia de viajes que nos había vendido los pasajes. Nos pidieron mil disculpas e hicieron gestiones para cambiar la modalidad de desembarco en Mykonos mientras nos decían que nos compensarían.
Personalmente, el viaje en crucero me supone comer un plato de mierda cada día. El perfil del viajero de crucero no coincide con el mío y me encuentro siempre fuera de lugar. Pensad que una de las actividades que tuvo más éxito a bordo fue la demostración de doblar toallas con forma de conejo, de elefante y otros animalitos. A bordo del barco hay un código de vestimenta diario y, lo peor, un montón de gente que lo sigue al pie de la letra. Un día vi a un tipo vestido con un frac y zapatos de charol para ir a cenar. Mi solución es quedarme en la habitación leyendo en el balcón que da al mar y disfrutando del paisaje. Pero no se puede evitar ir al comedor a las horas convenidas e intercambiar saludos con un personal muy entrenado para dar una apariencia de cordialidad. Y, en nuestro caso, tener que hacer frente a los varios personajes que se nos acercan por sana empatía con nuestra situación o por una compasión morbosa que puede resultar repulsiva. En un crucero con muchos pasajeros norteamericanos de edad avanzada hemos tenido unas cuántas conversaciones con gente que a la segunda palabra empezaban a hablar de Dios y de los ángeles…
La sociedad se tiene que replantear cómo trata a las personas con discapacidad; navieras gigantes como Royal Caribbean carecen de políticas dirigidas a incluir a todos los públicos
Los cruceros hacen escala en puertos que están cerca de ciudades como Pisa, Florencia o Roma, a las que hay que llegar por carretera haciendo unas decenas de kilómetros. Quisimos ir a Roma, ciudad que ya conocemos y que es todo un reto para los que vamos en silla de ruedas por la cantidad de adoquines y aceras abruptas que presenta. Pero primero teníamos que llegar y eso no estaba nada claro. Royal Caribbean organiza excursiones a sus destinos y una de las ofertas era la de un simple transporte a la ciudad para dejar a los viajeros a su aire, ¡esto es el que queríamos! Pues resultó que el autocar que hacía esa ruta no era capaz de transportar sillas de ruedas, de forma que nos quedábamos sin otra de las atracciones del viaje. Nueva discusión con los responsables del barco y de la agencia de viajes: ¿cómo es que no tenéis los autocares adaptados si estamos en 2022? Hace veinte o treinta años había pocos vehículos adaptados, ¿pero ahora? Horas después recibíamos una llamada en la que se nos decía que habían hecho un cambio en el servicio de los autocares y nos ponían uno adaptado. Además, la naviera y la agencia de viajes El Corte Inglés nos regalaban la excursión por las molestias ocasionadas. Un buen detalle, hay que reconocerlo. Durante la visita a Roma coincidimos con la responsable del servicio de autocares y hablamos del tema. Ella sostenía que hacía falta que avisáramos con antelación de la presencia de una silla para planificar el transporte. Yo le decía que ellos tenían que estar preparados para todos los casos. ¿O es que sería aceptable que se pidiera avisar antes si el pasajero fuera una mujer o un negro o un judío?
El resto del crucero transcurrió como estaba previsto, sin sorpresas para nosotros. Los destinos a las islas griegas consistían en enclaves de altísima intensidad turística en los que se concentraban varios cruceros para una población de pocos miles de personas. La sensación era de tsunami turístico, pero no había gente local a la vista que se pudiera quejar, solo quedan los comerciantes y restauradores, el resto no se sabe dónde está si es que queda alguien fuera del sector turístico en lugares como Santorini. Esta isla volcánica fue una de las inaccesibles por la silla de ruedas. El puerto no admitía el crucero y, una vez en tierra, había que subir unas escalinatas para llegar a un tipo de telecabina que llevaba arriba de la isla, donde están los pueblecitos.
La vuelta a Barcelona implicó dos días de navegación sin escalas y llenos de actividades como la de las figuritas de animales hechas con toallas. Lo que no nos esperábamos era el epílogo del taxi adaptado de nuestra ciudad. Somos titulares de la tarjeta blanca que permite pedir un taxi adaptado a precio de transporte público. Habíamos concertado que un taxi nos recogiera a las 9.30 de la mañana en la terminal de cruceros, pero el vehículo no apareció. Inútil llamar al servicio de la AMB que gestiona estos taxis: a primera hora siempre hay una avalancha de llamadas para reservar y no conseguimos comunicar con ellos. Ante la evidencia, llamamos a una compañía privada para pedir otro taxi adaptado a precio “normal”, que es siempre más alto que el de los taxis convencionales, no entiendo por qué. El caso es que este segundo taxi tampoco apareció, nos dijeron que no había bastante unidades para darnos el servicio. Dos horas después de desembarcar tomamos la drástica decisión de hacer dos equipos: mi mujer cogió un taxi normal con las maletas y yo empecé a andar hasta casa empujando la silla con mi hijo por la subida del puente de Europa que une el muelle de los cruceros con la ciudad. Afortunadamente vivimos en el Eixample y el paseo duró media hora, pero el dolor por el bofetón final no me abandona a pesar de las horas pasadas.
Más allá de desfogarme con este artículo, querría llamar la atención sobre la falta de políticas de empresa dirigidas a incluir a todos los públicos en empresas gigantes como Royal Caribbean y el resto de navieras que realizan cruceros. Lo mismo se puede decir de otros muchos ámbitos de la vida diaria: las empresas no se pueden quedar solo con lo que legalmente se les pide, tienen que ir más allá para ofrecer una experiencia completa a todas las personas. Y sí, el servicio del taxi adaptado en Barcelona deja mucho que desear: la oferta es exigua para la demanda que hay, tiene un sobreprecio inaceptable y obliga a los usuarios a hacer grandes esfuerzos para conseguir un servicio básico como es el transporte.
La sociedad se tiene que replantear cómo trata a las personas con discapacidad. No solo tienen derecho a disfrutar de todos los servicios de forma tan normalizada como el resto de personas. Desde mi punto de vista, tendrían que tener todas las facilidades y más, aunque solo sea para compensar mínimamente la desgracia que han tenido de venir al mundo en esta situación. Esto que ya me parecía claro hace décadas, cuando empecé a conocer este mundo, ahora me parece imprescindible.


